"Ventana abierta"
Cuentos populares chinos
EL MUCHACHO DE CABELLOS DORADOS
(Cuento de la nacionalidad uigur)
Tiempo atrás había un muchacho huérfano llamado
Xianiyazi.
Sus padres habían muerto cuando él era muy
pequeño y aunque aún era muy joven ya tenía que trabajar de sirviente para
ganarse la vida.
Cierto día se quedó dormido sobre el kang y
soñó con numerosas muchachas que se estaban bañando en un río, al tiempo que
jugaban muy alegres. Entre ellas había una llamada Nuerbaowa, hermosísima, que
le sonreía y luego de salpicarlo con un poco de agua se iba corriendo.
Xianiyazi intentaba correr tras ella pero por más esfuerzos que hiciera igual
corría muy despacio, transpirando de la nerviosidad. Cuando se despertó se dio
cuenta de que sólo había sido un hermoso sueño.
Pero este muchacho tan sentimental quedó, desde
entonces, enamorado de Nuerbaowa. ¿Quién podría saber dónde vivía ella, dónde
encontrarla? Pensaba noche y día, su corazón no encontraba paz.
Así que, intentando hallar a la adorable
muchacha de su sueño, abandonó el pueblo natal y se fue por el mundo.
Pasaron muchos días y muchos meses y Xianiyazi
vadeó incontables ríos, atravesó innumerables montañas y el desierto de Gobi,
hasta que llegó a una gran ciudad. Aunque tenía muchas esperanzas de encontrar
alguna ocupación, con el sitio y la gente no le eran familiares, se sentía con
las manos atadas: apesadumbrado tomó asiento al lado de un pozo de los
contornos de la ciudad.
Entonces, una anciana que venía con dos baldes
a cargar agua notó en qué situación estaba y se interesó:
- Hijo, ¿qué te pasa?
El muchacho levantó lentamente la cabeza y
respondió:
- Abuelita, ¡estoy rodeado por muchas
preocupaciones!
- ¿Qué pena te aqueja, niño? ¿No será que tus
padres te han echado?
- No, yo no tengo padres, soy huérfano y he
llegado aquí buscando un trabajo. Pero no conozco a nadie y el sitio me resulta
desconocido. ¿Qué voy a hacer? Es por eso que estoy tan preocupado.
- Hijo, no pienses más, ¿para qué te vas a
buscar más penas? Acepta ser hijo mío y de hoy en adelante seré tu madre. Vamos
a casa. – Y dicho esto la anciana se fue con el joven, llevando a cuestas los
dos baldes de agua.
Desde entonces él le pastaba las vacas a la
mujer y le traía agua. De ese modo, uno a uno fueron pasando los días.
Cierta vez llevó a las vacas hasta la orilla de
un río y allí vio numerosas muchachas que se estaban bañando. Entre ellas había
una muy hermosa y cuyo rostro le resultaba muy familiar. Le parecía haberla
visto en algún lugar, pero no podía recordarlo. Se escondió y quedó mirando
cómo las jóvenes jugaban entre sí tirándose agua.
Entonces una de ellas llamó a la más hermosa:
“¡Nuerbaowa!”. Esto iluminó el cerebro del muchacho: aquélla era la muchacha de
su sueño que tanto estaba buscando. “La encontré”, dijo para sí mismo muy
contento, y al mismo tiempo cortó un trozo de caña, se improvisó una flauta y
comenzó a tocar sentado bajo un árbol, una música emocionante y desoladora a la
vez. Las muchachas se pegaron un gran susto pero cuanto más escuchaban más les
gustaba; salieron del agua, se vistieron y caminaron hacia el lugar de donde venía
la música…
Tocando y tocando Xianiyazi se había olvidado
de las vacas y al pararse de golpe chocó su cabeza contra la rama del árbol por
lo que se le cayó el sombrero, dejando al descubierto una rubia cabellera y el
rostro bien parecido y con aire sentimental. A primera vista, Nuerbaowa se
quedó prendada de él.
Al día siguiente Xianiyazi recogió en el jardín
de su madre adoptiva un ramo de flores, puso dentro de él una pequeña nota y
salió a pastorear como todas las jornadas.
Cuando el sol llegó a su cenit, pudo observar
que las muchachas llegaban a bañarse y arrojó el ramo de flores al curso
superior del río para que las aguas lo llevaran hasta ellas. La suerte quiso
que el ramo fuera recogido justamente por Nuerbaowa. Ella vio el papelito que
había en el ramo, una carta llena de cariño. “¡Las llamas del amor están
quemando mi corazón y no había pensado que en el suyo está sucediendo lo mismo!
– pensó para sí la joven – “Nuestros corazones están unidos, si esto resulta
sería maravilloso”. Las demás jóvenes no sabían palabra de aquel secreto, y eso
fue todo lo que pasó en aquel día.
Otra vez que las muchachas fueron a bañarse al
río, Nuerbaowa le contó su secreto a una íntima amiga pidiéndole que se fuera a
jugar con las demás, mientras ella, a escondidas, caminaba por la orilla en
busca de Xianiyazi.
Después de que los dos enamorados se
encontraron, hablaron largo y tendido: cada uno le expresó al otro sus
ardientes sentimientos.
Desde entonces se encontraban frecuentemente y
embriagados por la felicidad, pasó quién sabe cuánto tiempo.
Un día que salieron a caminar Xianiyazi le
dijo: “¡Qué maravilloso sería que viviéramos juntos!”
Nuerbaowa se puso muy contenta, pero contestó
con cierta cortedad:
- Pues entonces busca una casamentera para que
vaya a pedirle mi mano a mis padres.
Esa noche, después de cenar, Xianiyazi se sentó
al lado de su madre y dijo con reticencia:
- Mamá, te quiero pedir un favor, si me lo
permites hablaré.
- Di, hijo, ¿quién mejor que tu madre para
escucharte?
- Por favor, no te extrañes. Me gusta mucho
Nuerbaowa, ¿podrías oficiar de casamentera e ir a pedir su mano a sus padres?
- ¡Ay, Ay, hijo mío! Soy una viuda pobre y tú
un huérfano que vive en mi casa; ellos son ricos de fama, ¿cómo van a
relacionar a su hija con una familia tan pobre? Como expresa el dicho: “Los
funcionarios con los funcionarios, el pueblo con el pueblo y los pobres con los
pobres”. Además, si un pobre como nosotros va a esa casa a pedir en matrimonio
a la hija, lo más probable es que se mueran de risa. ¡No pienses más en
tonterías!
Pero las palabras de la anciana no hicieron
mella en sus oídos. Siguió insistiendo:
- Madrecita, ¡te ruego que vayas de todos
modos!
La mujer se conmovió y para no lastimarlo
aceptó hacer el intento.
Al otro día cuando apenas había amanecido la
madre se levantó y con sus baldes de agua y una escoba llegó hasta la puerta de
la familia adinerada. Luego de barrer muy bien, se detuvo frente a la puerta y
cantó:
Soy casamentera, soy casamentera,
vengo a hablar de una unión.
Xianiyazi me ha pedido que lo haga
¿Están de acuerdo o no?
El rico y su esposa estaban dormidos pero tan
pronto oyeron la canción se levantaron extrañados, salieron a mirar, y no había
nadie. Sólo notaron que el patio estaba muy limpio y como sabían que esa era
una forma de actuar de las casamenteras, se quedaron en la puerta esperándola.
Por la noche, la madre combinó con algunas
viejas vecinas para ir juntas a la casa del potentado. Primero hablaron de
cosas en general y luego mencionaron la razón de su visita. El dueño de casa
preguntó inmediatamente quién era Xianiyazi, qué cargo tenía su padre y cómo
era la situación económica de la familia…
- Xianiyazi es un huérfano – respondió la madre
–, y ahora vive en mi casa.
Al rico se le erizaron los pelos de la rabia y
gritó:
- Soy un rico famoso en toda la ciudad, ¿dónde
se ha visto que un pobretón pretenda la mano de mi hija? ¡Si es como para
morirse de cólera! ¡Se me van pronto de aquí y no vuelvan a pisar esta casa! ¡Y
el que vuelva a venir saldrá, cuanto menos, con una pierna rota! – Y diciendo
esto empujó a la madre y las otras ancianas fuera de la casa.
- ¿No te lo había dicho? No es posible –
manifestó la madre cuando llegó a casa –. Es como el dicho “No estires la mano
hasta donde no te llega el brazo”. Piensa un poco. ¿Cómo un rico va a unir en
casamiento a su hija con esta familia pobre? Olvídalo, no pienses más en ella.
De lo contrario, será torturarte en vano. Yo te voy a buscar una muchacha
bonita y adecuada para ti.
- No te preocupes, mamá, en el mundo no hay
nada imposible de realizar. – Y decidió ir en busca de Nuerbaowa para pensar
con ella otra salida.
Sin embargo, desde aquel día no volvió a verla.
Sucedió que después de que se hubieron ido las casamenteras el rico había
encerrado a su hija en la casa sin permitirse salir. Como ella estaba muy
preocupada y enfadada, le encargó a su hermana del alma que le llevara una
carta a Xianiyazi.
“Estoy encerrada en mi casa – leyó el joven – y
no me dejan moverme libremente. Quiero hablar contigo. Esta noche camina
siguiendo la orilla del río y llegarás hasta la boca de un pozo de agua del
patio trasero de mi casa; entra allí y escóndete entre las flores a esperarme.
Yo iré a buscarte a media noche.”
Cerca de la medianoche Xianiyazi hizo como se
le decía en la misiva y se agazapó a la espera de su amada.
Nuerbaowa permaneció en la cama sin pegar un
ojo hasta las doce de la noche y luego se levantó sigilosamente, saliendo a
buscar a Xianiyazi. Una vez que se encontraron discutieron largo rato y
acordaron en que se escaparían en la noche del viernes.
Y llegó el día esperado. Nuerbaowa le pidió al
palafrenero que la ayudara a preparar dos buenos caballos y que por la noche
esperara detrás del jardín.
Cuando la noche avanzaba ella se levantó, hizo
un atado con sus ropas en el edredón y salió en puntas de pie.
Su padre llegó con un farol al cuarto de su
hija distinguiendo vagamente las frazadas levantadas. “Está profundamente
dormida”, se dijo a sí mismo y se retiró de allí.
En ese mismo momento el palafrenero estaba
esperando en la parte de atrás del jardín con los dos caballos prontos.
Nuerbaowa y Xianiyazi llegaron uno detrás del otro. Se despidieron del
palafrenero, montaron en los caballos y se marcharon como flechas a la casa de
la anciana madre del muchacho para expresarle su agradecimiento. Cuando la
anciana supo que se iban a escapar cantó tristemente:
En el camino hay escabrosas montañas
¿Cómo harás para atravesarlas?
En el desierto hay leopardos
¿Cómo harás para pasarlo?
A la orilla del río hay una inmensa selva
¿Cómo harás para pasarla?
En el camino hay bandidos
¿Cómo lo pasarás?
Cantando y llorando a la vez la anciana se
negaba a dejar partir a su hijo. Xianiyazi le contestó con otra canción:
No temo a las escabrosas montañas
mi caballo podrá ayudarme.
No temo al leopardo del desierto
Tengo balas que me ayudarán.
No tengo miedo de la inmensa selva
El fuego podrá ayudarme.
No tengo miedo de los bandidos
El destino me ayudará.
Aunque la madre sentía mucha pena, sabía que si
no escapaban les podría ocurrir cualquier desgracia y entonces les manifestó
mirándolos a la cara:
- ¡Hijos míos! ¡Que Dios os proteja!
Después de despedirse de la anciana, los
jóvenes montaron en sus corceles y partieron.
Anduvieron muchos días hasta que llegaron
frente a un gran precipicio escarpado. Sus caballos lo atravesaron paso a paso
y así llegaron a un lugar donde se les abalanzaron cinco lobos feroces.
Xianiyazi disparó tres tiros: los animales se asustaron y huyeron. Más tarde
llegaron a orillas de un río. Una inmensa selva les impedía el paso. Entonces
le prendieron fuego y así se abrieron un camino. Siguieron andando: hete aquí
que siete bandidos les cerraron el paso.
- ¿Quieres conservar la vida o las cosas
materiales? – le preguntaron ferozmente a Xianiyazi.
- No comprendo lo que quieren decir – respondió
el joven.
- Si quieres conservar la vida déjanos tu
caballo y esta muchacha, y escapa. Si quieres conservar las cosas materiales no
pienses en regresar vivo.
- Si quieren los caballos, llévenselos, pero
esta muchacha es mi esposa y no la voy a abandonar.
Los bandidos se lanzaron en pleno sobre
Xianiyazi con el fin de matarlo a golpes y luego le ordenaron a Nuerbaowa que
les hiciera de comer. Mientras cocinaba, la joven pensaba en un método de
venganza. Pensando y pensando, se acordó de un veneno que llevaba siempre
consigo por si acaso, lo volcó en la comida y se la sirvió a los forajidos.
Estos comieron muy contentos y al ratito se fueron quedando uno a uno con los
ojos en blanco.
Xianiyazi no había sido muerto, solamente estaba desmayado. Nuerbaowa lo hizo reaccionar con agua fría, le vendó las heridas y le ayudó a subir al caballo, para reemprender el camino. Marcharon unos cuantos días más hasta que por fin llegaron al pueblo natal de Xianiyazi, donde empezaron una vida nueva plena de dicha.
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