"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA
FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a
tu siervo irse en paz”.
Hoy celebramos la Fiesta litúrgica de la
Presentación del Señor. Esta fiesta conmemora el momento en que, en
cumplimiento de la Ley de Moisés, la Sagrada Familia acude al Templo para la
purificación de la madre (Lv 12,1-4), la ofrenda del primogénito a Dios (Ex
13,2; Núm 18,15), y su rescate mediante un sacrificio. Según Lv 12,1-4, la
madre quedaba impura por cuarenta días después del parto por haber derramado
sangre, y tenía que acudir al Templo para su purificación. En esa misma fecha
tenía que ofrecer el primogénito a Dios. Por eso la liturgia coloca esta Fiesta
cuarenta días después de la Navidad. Con esta celebración se cierra el tríptico
que comienza con la Natividad el Señor, sigue en la Epifanía y culmina con la
Presentación.
La entrada de Jesús en brazos de su Madre en el
Templo representa el cumplimiento de la profecía de Malaquías que leemos como
primera lectura (3,1-4): “De pronto entrará en el santuario el Señor a quien
vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis”.
Como lectura alterna la liturgia nos ofrece la
Carta a los Hebreos (2,14-18), que nos presenta a Jesús como el “sumo sacerdote
compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere”. Así, nos presenta un sacerdote
que se sometió a la Ley y los mandatos de Padre para expiar nuestros pecados.
Está claro; Jesús es Dios, no necesita
presentarse a sí mismo. Pero Él optó por hacerse igual en todo a nosotros,
excepto en el pecado (Hb 4,15), y eso incluye el cumplimiento de la Ley y la
obediencia al Padre (Cfr.
Mt 5,17-18): “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he
venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni
una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta
que todo se realice”. Él mismo quiso sentir el peso de la Ley, quiso ser uno
con nosotros, aún en el dolor: “Como Él ha pasado por la prueba del dolor,
puede auxiliar a los que ahora pasan por ella”.
Así, el Evangelio (Lc 2,22-40) nos narra el
episodio de la Presentación. Lucas es el único de los evangelistas que nos
narra ese importante evento en la vida de Jesús.
Las palabras de Simeón anuncian el cumplimiento
de la profecía de Malaquías. Tomando al Niño en brazos exclamó: “Ahora, Señor,
según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han
visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. A renglón seguido dice a
María: “Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Cuando María entró al Templo
con el Niño en brazos para presentarlo, dando una muestra de obediencia al
Padre (Cfr. Lc 1,38), sabía que
no solo lo estaba presentando y ofreciendo a Dios en el Templo, lo estaba
presentando y ofreciendo a toda la humanidad. Sí; a ti y a mí. De ese modo estaba
cooperando en la obra salvadora de su Hijo. Las palabras de Simeón ponen de
manifiesto el papel de María en el misterio de la redención. Al entregar a su
Hijo, se estaba entregando también a sí misma a la misión redentora de éste.
¡María corredentora!…
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