"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
“Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra”…
Hoy la liturgia nos ofrece como primera lectura
a Is 55,10-11, un pasaje corto pero lleno de poder y esperanza: “Como bajan la
lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la
tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y
pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mi
vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”.
La Palabra de Dios es viva y eficaz, más
cortante que espada de dos filos (Hb 4,12), una Palabra que tiene fuerza
creadora. Todo lo creado lo fue por el poder de la Palabra. Cada día en el
relato de la creación en el libro del Génesis comienza con “Dijo Dios”, o “Dios
dijo” (Cfr. Gn 1).
Y cuando llegó la plenitud de los tiempos (Cfr. Gál 4,4), esa Palabra se encarnó, “acampó”
entre nosotros (Jn 1,14). Y esa Palabra no volvería al Padre hasta hacer Su
voluntad y cumplir Su encargo. Este tiempo de Cuaresma nos invita a prepararnos
para la celebración de ese acontecimiento salvífico, el Misterio Pascual de
Jesús, cuya sangre empapó la tierra e hizo germinar nuestra salvación.
Como parte de esa preparación, se nos invita a
practicar la oración. La lectura evangélica de hoy (Mt 6,7-15) nos narra la
versión de Mateo del Padrenuestro, esa oración que rezamos los cristianos y que
el mismo Jesús nos enseñó. La versión de Lucas (11,1-4) está precedida de una
petición por parte de sus discípulos para que les enseñara a orar como Juan
había enseñado a sus discípulos. No se trataba de que les enseñara a orar
propiamente, sino más bien que les enseñara una oración que les distinguiera de
los demás grupos, cada uno de los cuales tenía su propia “fórmula”. Jesús les
da una oración que habría de ser el distintivo de todos sus discípulos, y que
contiene una especie de “resumen” de la conducta que se espera de cada uno de
ellos, respecto a Dios y al prójimo.
De paso, Jesús aprovecha la oportunidad para
enseñarles a referirse al Padre como Abba, el nombre con que los niños judíos se dirigen
a su Padre. Ya no se trata de un Dios distante, terrible, cuyo nombre no se
puede pronunciar. Se trata de un Dios cercano, familiar, amoroso, a quien
podemos acudir con nuestras necesidades, como un niño acude a su padre con su
juguete roto, con la certeza que solo él puede repararlo.
En el relato de Mateo, que es la lectura que
nos ocupa hoy, este pasaje se da dentro del contexto del Sermón de la Montaña,
como parte de una serie de consejos sobre la oración. Aquí nos enfatiza que la
actitud interior es lo verdaderamente importante, no la palabrería hueca,
repetida sin sentido: “No uséis muchas palabras, como los gentiles, que se
imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro
Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis”.
Hoy, apenas comenzando la Cuaresma, debemos
examinar nuestra actitud respecto a la oración. ¿Tengo una verdadera
conversación con mi “Papacito” cuando oro, o me limito a repetir oraciones
compuestas por otros que de tanto repetir mecánicamente ya han perdido su
sentido? Mi oración, ¿es un monólogo, o es una conversación con Papá en la que
escucho su Palabra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario