"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
Domingo II de Cuaresma
LA ANTICIPACIÓN DEL TRIUNFO DE JESÚS
El domingo 1º de Cuaresma se dedica
siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es
fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a
la Semana Santa, entendida como recuerdo de la pasión y muerte de Jesús, sino
también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final, nos
ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.
La primera lectura recuerda otro episodio
clave de la historia de la salvación: el sacrificio de Abrahán, en el que siempre
se vio prefigurada la muerte de Jesús. La segunda lectura saca las
consecuencias de esta entrega: si Dios no se reservó a su propio Hijo, ¿cómo no
nos dará todo con él?
Dos padres, dos hijos, dos escándalos
Las dos primeras lecturas de este domingo
se relacionan por oposición. En la primera, Abrahán está dispuesto a sacrificar
a su único hijo si Dios se lo pide, cosa que no ocurre. En la segunda, Dios
entrega a su hijo para demostrarnos que está dispuesto a concedernos todo. Los
dos textos extrañan, incluso escandalizan, a muchos cristianos.
Primer escándalo: El sacrificio de Abrahán
(Génesis 22,1-2. 9-13.15-18)
La práctica de los sacrificios humanos
estaba muy extendida en los más diversos pueblos y culturas, desde Escandinavia
al Japón. Pero el Antiguo Testamento nos informa también de algo más terrible:
el sacrificio del primogénito. En casos de extrema necesidad, el rey, o el jefe
militar, ofrecía en sacrificio a los dioses lo más valioso que poseía: el hijo
o la hija primogénito. No sabemos si esta práctica estaba difundida también a
nivel privado. Si lo que dice el profeta Jeremías no es exageración, cabe
pensar que sí.
En esa práctica, desde la óptica de
aquellos siglos, hay algo muy valioso: se reconoce el derecho de Dios a lo más
querido para cualquier persona. Pero en Israel intuyeron pronto que Dios no
quiere esa forma de piedad. Había que compaginar dos cosas aparentemente
contradictorias: Dios tiene derecho a la vida del primogénito, pero no quiere
ejercer ese derecho.
El relato del sacrificio de Abrahán cumple
perfectamente este objetivo: el patriarca reconoce el derecho de Dios, pero
Dios no quiere que lo ponga en práctica. Cuando se conocen las circunstancias
históricas y culturales, el relato no escandaliza, sino que alegra.
Segundo escándalo: El sacrificio de Jesús
(Romanos 8, 31b-34)
Más difícil de explicar es este segundo
escándalo. Porque nadie comprende que Dios sacrifique a su hijo para salvar a
gente como nosotros. Lo curioso es que los primeros autores cristianos (los
evangelistas y los apóstoles en sus cartas) nunca se escandalizaban de este
hecho. Se admiraban, pero no se escandalizaban. Por un motivo muy sencillo: no
se quedaban en la muerte de Jesús, todo lo pensaban a partir de la
resurrección. La historia había terminado maravillosamente bien. Y eso les
capacitaba para ver de forma positiva incluso los aspectos más escandalosos.
Las palabras de Pablo en esta lectura no pueden ser más duras: Dios «no perdonó
a su propio Hijo». Sin embargo, Pablo no deduce de ahí que Dios es cruel, sino
que está dispuesto a darnos todo con él.
Ya que la idea del juicio final se ha
utilizado a menudo para angustiar a la gente, conviene advertir cómo lo enfoca
Pablo. El fiscal es Dios; pero no el Dios justiciero, sino un fiscal que se
pone de parte de los culpables. Y el juez es Jesús, que ha muerto y sigue
intercediendo por nosotros. Es el caso más escandaloso de corrupción de la
justicia. Afortunadamente para nosotros.
La mejor forma de ser agradecidos con este
fiscal y este juez es vivir de acuerdo con sus palabras en el evangelio: «Este
es mi Hijo amado, escuchadlo».
La anticipación del triunfo de Jesús: La
Transfiguración (Marcos 9,2-10)
Jesús ha anunciado que debe padecer mucho,
ser rechazado, morir y resucitar. Pedro, que no quiere oír hablar de sufrimiento
y muerte, lo lleva aparte y lo reprende, provocando la respuesta airada de
Jesús: «Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente junto con los
discípulos, y les dice algo más duro todavía: no solo él sufrirá y morirá; los
que quieran seguirle también tendrán que negarse a sí mismos y cargar con la
cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Algunos
de los aquí presentes no morirán antes de ver llegar el reinado de Dios con
poder». ¿Se cumplirá esa extraña promesa? ¿Hay que hacerle caso a uno que pone
condiciones tan duras para seguirle? Seis días después tiene lugar este extraño
episodio.
El relato podemos dividirlo en tres
partes: la subida a la montaña, la visión, la bajada. Desde el punto de vista
literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y Marcos utiliza los
mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para
describirla. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, recordaré
brevemente algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela
a Moisés.
En primer lugar, Dios no se manifiesta en
un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, que por su altura
se concibe como la morada de Dios. A esa montaña no tiene acceso todo el
pueblo, sino solo Moisés, al que a veces puede acompañar su hermano Aarón (Ex
19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex
24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa,
desde la que Dios habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este
contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolos de la
gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos, sobre los
que volveremos al comentar el relato, demuestran que los evangelistas no
pretenden ofrecer un informe objetivo, «histórico», de lo ocurrido, sino crear
un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testamento.
La subida a la montaña
Es significativo el hecho de que Jesús
solo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los
otros nueve no debemos interpretarla solo como un privilegio; la idea principal
es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por
todos. Por otra parte, se dice que subieron «a un monte alto». Mc usa el
frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios.
Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino.
Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado
era el Sinaí. También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual
que el monte Sión en Jerusalén.
La visión
En la visión hay cuatro elementos que la
hacen avanzar hasta su plenitud:
1) La transformación de las vestiduras de
Jesús, que se vuelven «de un blanco deslumbrador, como no es capaz de
blanquearlos ningún batanero del mundo». Mc parece sugerir que del interior de
Jesús brota una luz deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa luz
simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta
ahora de forma tan sorprendente.
2) Elías y Moisés. Curiosamente, el primer
plano lo ocupa Elías, considerado en el judaísmo el precursor del Mesías
(Eclesiástico 48,10); el puesto secundario que ocupa Moisés resulta difícil de
explicar. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el
que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría
existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a
esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está
a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin él, habría caído
por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial
importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los
discípulos (no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del
personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está
destruyendo la labor religiosa de los siglos pasados, se encuentra en la línea
de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.
3) En este contexto, las palabras de Pedro
proponiendo hacer tres tiendas suenan a simple despropósito. Mc lo justifica
aduciendo que estaban espantados y no sabía lo que decía. Generalmente nos
fijamos en las tres tiendas. Pero esto es simple consecuencia de lo anterior:
«qué bien se está aquí». Pedro no quiere que Jesús sufra. Mejor quedarse en lo
alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle con la cruz.
4) La nube y la voz. Como en el Sinaí,
Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella. Sus primeras palabras repiten
exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando
Dios lo presentaba como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo:
«¡Escuchadlo!». La orden se relaciona con las anteriores palabras de Jesús, que
han provocado tanto escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y
muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni
trivializado. «¡Escuchadlo!»
Este episodio está contado como
experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber
escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que
impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias:
1) Ven a Jesús transfigurado de forma
gloriosa.
2) Se les aparecen Moisés y Elías.
3) Escuchan la voz del cielo.
Lo cual supone una enseñanza creciente:
1) Al ver transformados sus vestidos
tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la
gloria.
2) Al aparecérseles Moisés y Elías, se
confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la
revelación de Dios.
3) Al escuchar la voz del cielo saben que
seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.
El descenso de la montaña: Necesidad
del sufrimiento (vv.9-13).
Dos hechos se cuentan en este momento. La
orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite (v.9-10) y
la pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías (vv.11-13).
Lo primero se inserta en la línea de la
prohibición de decir que él es el Mesías (16,20). No es momento ahora de hablar
del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la
resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de
su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria. Es
interesante la indicación de que los discípulos ignoran qué significa resucitar
de los muertos.
El segundo dato, la pregunta sobre Elías,
no es simple anécdota. Según la teología tradicional, basada en un texto de
Malaquías (3,23) y otro del Eclesiástico (48,10), antes de que llegue el
Mesías debe volver el profeta Elías para renovarlo todo. Lo que dicen los
escribas constituye una objeción muy seria para aceptar que Jesús es el Mesías.
Si Elías no ha vuelto, Jesús no puede ser el Mesías. Y si ha vuelto, y ha
arreglado todo, el Mesías no puede sufrir.
Jesús resuelve el problema de un plumazo.
Elías ya ha vuelto, era Juan Bautista, y lo trataron a su antojo. La respuesta
de Jesús demuestra una autoridad asombrosa, porque es totalmente desmitificadora.
Frente a una interpretación mítica de la revelación, Jesús propone una
interpretación realista y simbólica al mismo tiempo.
José Luis Sicre
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