"Ventana abierta"
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Mons. Víctor Manuel Fernández
Sabemos que en toda la Escritura la palabra espíritu habla de dinamismo. Y si
el Espíritu Santo tiene ese nombre es porque él derrama vida en movimiento,
impulsa hacia adelante, no nos deja estancados o inmóviles. Él sopla, mueve,
arrastra, libera de todo acomodamiento y de toda inmovilidad. Por eso mismo
también en el Nuevo Testamento se lo asocia con el simbolismo del viento: Se
dice que así como el viento sopla donde quiere, así es el que nace del Espíritu
(Juan 3,8). Cristo resucitado sopla cuando derrama el Espíritu en los
discípulos (Juan 20,22) y los impulsa hacia una misión. Por eso no es casual
que se asocie el derramamiento del Espíritu en Pentecostés, sacándolos del
encierro, con una ráfaga de viento impetuoso (Hechos 2,2).
El mismo impulso del Espíritu Santo nos lleva a buscar siempre más. En su carta
sobre el tercer Milenio, el Papa atribuye particularmente al Espíritu la
construcción del Reino de Dios "en el curso de la historia",
preparando su "plena manifestación" y "haciendo germinar
dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva" (TMA
45b).
Por eso no sólo esperamos llegar al cielo, sino que deseamos vivir en esta vida
algo del cielo.
No podemos ignorar que el Nuevo Testamento no habla sólo del Reino que ya llegó
con Cristo, o del Reino celestial que vendrá en la Parusía, sino también del Reino
que va creciendo (Marcos 4,26-28; Mateo 13,31-33; Efesios 2,22; 4,15-16;
Colosenses 2,19). Y si va creciendo, esperamos que el Espíritu Santo nos ayude
para ir a crear un mundo cada vez mejor.
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