"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA (B)
Vemos en la Cuaresma el tiempo de liberación del “desierto” de nuestras vidas, hacia la libertad que solo puede brindarnos el amor incondicional de Jesús.
Hoy es el primer domingo de Cuaresma, ese
tiempo especial durante el año en que la Iglesia nos invita a nosotros, los
pecadores, a la conversión, a reconciliarnos con Él.
Nuestra
débil naturaleza humana, esa inclinación al pecado que llaman concupiscencia,
nos hace sucumbir ante la tentación. Jesús experimentó en carne propia la
tentación. Ni Él, que es Dios, se vio libre de ella; su naturaleza humana
sintió el aguijón de la tentación. Pero logró vencerla. Y nos mostró la forma
de hacerlo: la oración y el ayuno (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). De paso, en un acto
de misericordia, nos dejó el sacramento de la reconciliación para darnos una y
otra oportunidad de estar en comunión plena con el Dios uno y trino.
La
lectura evangélica de hoy (Mc 1,12-15) nos presenta la versión más corta de las
tentaciones en el desierto, unida a un llamado de conversión: “En aquel tiempo,
el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días,
dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de
Dios. Decía: ‘Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos
y creed en el Evangelio’”.
En
el lenguaje bíblico el desierto es lugar de tentación, y el número cuarenta es
también simbólico, un tiempo largo e indeterminado, tiempo de purificación;
“cuaresma”. Así, vemos en la Cuaresma el tiempo de liberación del “desierto” de
nuestras vidas, hacia la libertad que solo puede brindarnos el amor
incondicional de Jesús, que quedará manifestado al final de la Cuaresma con su
Misterio Pascual, su muerte y resurrección.
La
versión de Lucas de este pasaje nos dice que luego de tentar a Jesús el demonio
se marchó “hasta otra ocasión”. Así mismo se comporta con nosotros. Nunca se da
por vencido. No bien hemos vencido la tentación, cuando ya el maligno está
buscando la forma de tentarnos nuevamente, “como un león rugiente” (Cfr.
1 Pe 5,8), pendiente al primer momento de debilidad para atacar. De ahí el
llamado constante a la conversión.
La
segunda lectura (1 Pe 3,18-22), haciendo referencia a la primera (Gn 9,8-15),
en la cual Dios establece una alianza con Noé y los suyos salvándolos del
diluvio, nos la presenta como “un símbolo del bautismo que actualmente os
salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de
Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al
cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de
Dios”.
Tiempo
de cuaresma, tiempo de conversión, tiempo de penitencia. Durante este tiempo la
liturgia nos invita a tornarnos hacia Él con confianza para decirle: “Señor,
enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador” (Sal 24).
Apenas comienza la Cuaresma. El Rey nos invita al banquete bodas de su Hijo, pero tenemos que ir con traje de fiesta (Cfr. Mt 22,12-13). Todavía estamos a tiempo… ¡Reconcíliate!
No hay comentarios:
Publicar un comentario