"Ventana abierta"
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Mons. Víctor Manuel Fernández
Los místicos nos recuerdan que el Espíritu Santo quiere hacernos experimentar a
fondo las maravillas del amor de Dios. Él quiere llevarnos a las experiencias
espirituales más preciosas y más profundas; pero para eso hay que crecer,
dejándose llevar por el Espíritu siempre más alto.
Hoy recordamos al místico San Juan de la Cruz. Fue carmelita, amigo de Santa
Teresa, que lo consideraba un santo. Ella lo invitó a cooperar en la reforma de
su Orden. Sufrió la desconfianza y el resentimiento de sus propios hermanos
ante la reforma que él apoyaba. Acusándolo de loco por sus experiencias y
enseñanzas espirituales, lo tuvieron prisionero durante nueve meses en
condiciones inhumanas. Sabían que Juan era el principal modelo e inspirador
entre los varones de la reforma que se proponía, y pensaban que acallarlo a él
era obtener el triunfo. Pero en esa situación, donde no faltaron torturas, Juan
tuvo sublimes experiencias espirituales y compuso buena parte del Cántico
Espiritual. Finalmente, logró huir por la ventana de la celda y se refugió en
un convento de las carmelitas.
En sus últimos años vivió las más profundas experiencias místicas, marcadas por
la experiencia de la nada del mundo, de la nada de sí mismo y de la unión
profunda con el todo de Dios, que todo lo supera. Este doctor de la Iglesia nos
ha dejado en sus escritos los testimonios más preciosos de las alturas de la
vida mística.
En su Cántico Espiritual enseñaba que Dios es siempre un misterio, y que
también es un misterio nuestra relación con él, ese inabarcable y único camino
que Dios hace con cada uno de nosotros, los inexplicables trayectos que él
realiza en nuestra historia personal. Hay detrás de cada experiencia de este
mundo una inmensidad admirable que uno no acaba de descubrir, y "se
llama un no sé qué, porque no se sabe decir" (Cántico, 7,1). Por eso,
uno de los grandes pasos en nuestro camino espiritual es el que se produce
cuando tomamos verdadera conciencia de lo que no sabemos de Dios y de sus
designios; eso que nadie puede decirnos. Ignorancia que nos hace sabios porque
nos vuelve más receptivos y disponibles.
Juan pidió vivir solo y retirado los últimos años de su vida, y murió en Úbeda,
con el crucifijo en la mano, repitiendo como Jesús: "En tus manos,
Señor, encomiendo mi espíritu". Su testimonio nos estimula a no
conformarnos con poca cosa en el camino de nuestra amistad con Dios, y nos
mueve a desear las cumbres de la vida mística. Nos invita a aceptar que el
Espíritu Santo nos lleve a lo más alto.
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