"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO
“Os voy a hacer yo también una pregunta; si me
la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto”.
En la primera lectura para hoy (Núm
24,2-7.15-17a) encontramos un anuncio temprano de la venida del futuro Mesías.
Lo curioso del caso es que el anuncio viene de un pagano, Balaán, “vidente” a
quien el rey de Moab había encargado maldecir al pueblo de Israel, que
tenía intenciones de atravesar su territorio, ya a finales del Éxodo, luego de
cuarenta años de marcha a través del desierto de Sinaí.
No podemos perder de vista que el éxodo es el
resultado de la primera vez que Dios decide “intervenir” en la historia y tomar
partido con su pueblo que vivía esclavizado en Egipto. Por tanto, no podía
permanecer con los brazos cruzados. Ante las pretensiones del rey moabita, Dios
“toca el corazón” del vidente pagano, quien lejos de maldecir, bendice al
pueblo de Israel y profetiza el futuro mesiánico, que vendrá, no solo para el
pueblo de Israel, sino para todo el mundo. Inicialmente esta profecía se
entendió cumplida en la persona del rey David, pero más adelante se
interpretó por el pueblo, y los primeros cristianos, que se refería al Mesías
esperado.
Hemos dicho que el tiempo de Adviento es tiempo
de preparación, de espera, de anticipación, de encaminarse hacia… Dios viene al
encuentro de todos los que le esperan, pero no se impone a nadie. Él “toca a la
puerta”, pero no nos obliga a recibirle. Se trata de un acto de fe. El que no
quiere creer no va a aceptar ningún argumento, explicación ni evidencia, por
más contundente que sea. Así, quien no quiere dejarse convencer por la persona
y las palabras de Jesús, tampoco podrá serlo por ninguna discusión.
Ese es el caso que nos presenta la lectura
evangélica de hoy (Mt 21,23-27). Luego de echar a los mercaderes del Templo,
Jesús continúa moviéndose en sus alrededores y, estando allí, se le acercan
unos sumos sacerdotes y ancianos para cuestionarle con qué autoridad les había
echado: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante
autoridad?”.
Jesús les responde con otra pregunta: “Os voy a
hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué
autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los
hombres?”. Ellos saben que no importa cómo contesten van a quedar en evidencia,
pues si dicen que del cielo, quedan como no-creyentes, y si dicen que de los
hombres, se ganan el desprecio del pueblo que tiene a Juan como un gran
profeta, lo que en aquellos tiempos podía acarrearles incluso el linchamiento
por blasfemos. Ante esa disyuntiva prefieren pasar por ignorantes: “No
sabemos”. A lo que Jesús replicó: “Pues tampoco yo os digo con qué autoridad
hago esto”.
La réplica de Jesús había sido una invitación a
recapacitar; más aún, una invitación a la conversión. Aquellos miembros del
consejo se negaban a reconocer que Juan había sido enviado para allanar el
camino para la llegada del Mesías: Jesús de Nazaret. Por eso se niegan a
reconocer (o les resulta conveniente ignorar) el nuevo tiempo de salvación
inaugurado con Jesús.
Hoy día no es diferente. Jesús se nos presenta como nuestro Salvador. Y el Adviento es buen tiempo para recapacitar, para la conversión. Solo así podremos reconocerle y aceptar su mensaje de salvación.
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