"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Isabel Orellana Vilches
MASCOTAS EN EL TEJADO. SOBRE LA
LEY DE EDUCACIÓN
En la vida lo más fácil, lo que menos cuesta es
lo que no tiene valor y a veces encierra peligros, aunque quienes no tienen
aspiraciones se alimenten del conformismo y aplaudan a los que negándoles la
exigencia están dispuestos a regalarles todo. Aprendimos que la casa se
construye con los cimientos y que no se edifica por el tejado por simple
observación, aunque alguien nos lo haya recordado en algún momento de nuestra
vida para que nos educásemos a la hora de organizar nuestra tarea y no perder
el tiempo, o para disuadirnos de perseguir quimeras sin habernos puesto a
trabajar para lograr un objetivo. Así no nos sucederá como a la protagonista
del cuento de la lechera que dio rienda suelta a la imaginación encadenando
sueños que la llevarían a enriquecerse, pero que lejos de materializarse se
terminaron abruptamente al romperse la vasija donde llevaba la leche, elemento
que había dado pie a sus fantasías. ¡Qué gran fábula la que nos legó Samaniego!
En estos días asistimos a un nuevo y deleznable
parto: se da a luz una ley de educación en nuestro país que canoniza la
vagancia, amén de vulnerar otros derechos. Con sus luces y sombras antaño
distintos planes ponían al alcance de los alumnos un amplio abanico de materias
que aprovechaban los estudiosos, como siempre, para formarse convenientemente.
En toda época se ha dado la presencia en las aulas de aspirantes a pasar de
curso con el mínimo esfuerzo. Ya se ha ido viendo como han ido fracasando los
mecanismos propuestos para que aquellos estudiantes con menor capacidad no se
quedaran atrás. Algunos, al menos, simplemente con que alguien les hubiera
hecho creer que eran capaces, los hubieran ilusionado y acompañado también
desde sus propios hogares en este cometido del estudio, que tan difícil resulta
especialmente a ciertas edades, seguro que habrían cosechado otras
calificaciones. Hemos visto, por el contrario, progenitores que han exigido al
profesorado aprobados sin fundamento para sus hijos para lo cual no han dudado
en incurrir en graves desatinos. Estarán contentos de esta nueva ley que les
colocará en una sociedad exigente cuando llegue la hora de buscar trabajo, sin
ir más lejos, viendo como se les cierran las puertas dentro y fuera de este
país. Las ideas peregrinas de esos padres que manifiestan su conformidad por un
simple aprobado ya que podrían crear un trauma a sus vástagos si les piden
notas altas ni siquiera merece un comentario, aunque me permitiría recordarles
que su obligación, y es una pena decirlo en estos términos, es elevar el listón
que ya en no pocas ocasiones los hijos se encargan de bajarlo. Que no sean sus
cómplices. Que agradezcan al profesorado su entrega.
Crecí escuchando que «el saber no ocupa lugar» y que la mayor herencia que humanamente se puede legar a los hijos es una buena educación, algo válido para todos, hayan nacido o no con posibles. Permitir a una mascota encaramarse en un tejado constituye un gran peligro. Sirva como metáfora para esta reflexión dedicada al ámbito educativo. La actitud pasiva de alguien que eludiendo su responsabilidad en la educación no la cuida, no demanda el esfuerzo debido, pone de relieve que el futuro de los educandos no le importa nada. No sirven los comodines mentales, ni hay justificación que valga cuando en lugar de ponerse cotas altas en la vida impera el afán por la dejadez y así se transmite. La despreocupación, la falta de interés que la nueva ley canoniza no puede, no debe subsistir. Si el hábitat de una mascota no es el tejado ya que se expone a la muerte, el de un estudiante nunca será quedarse huérfano de una cultura cuyo rigor se le niega, asestándole un golpe mortal a su desarrollo personal. Defender esta ley que ya planea sobre nuestras cabezas sería un despropósito. «La educación no es la preparación para la vida. La educación es la vida en sí misma» (Dewey).
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