"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO.
TRIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL T.O. (A)
En la lectura evangélica Mateo nos estremece
con la parábola del “juicio final”.
Hoy es el trigésimo cuarto domingo del Tiempo
Ordinario, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo; solemnidad que marca el
fin de Tiempo Ordinario y nos dispone a comenzar ese tiempo litúrgico tan
especial del Adviento.
La solemnidad de Cristo Rey fue instaurada por
el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. Quería el Papa motivar a los
católicos a reconocer públicamente que la cabeza de la Iglesia es Cristo Rey.
Posteriormente se movió al último domingo del tiempo ordinario para resaltar la
importancia de Cristo como centro de toda la historia universal, colocándola
entre un ciclo litúrgico y otro.
Todas las lecturas que nos propone la liturgia
para hoy nos apuntan al señorío y reinado de Jesús, con un sabor escatológico,
es decir, a esa segunda venida de Jesús que marcará el fin de los tiempos y la
culminación de su Reino por toda la eternidad.
La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel
(34,11-12.15-17), además de presentarnos la figura de Jesús como pastor, nos lo
presenta como Rey y Señor de la historia, que habrá de juzgarnos al final de
los tiempos: “Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre
oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío”.
En la lectura evangélica (Mt 25,31-46) Mateo
nos estremece con la parábola del “juicio final”. Este pasaje nos recuerda que
un día vamos a enfrentarnos a nuestra historia, a nuestras obras, y vamos a ser
juzgados. A ese juicio no podremos llevar nuestras palabras ni nuestra conducta
exterior. Solo se nos permitirá presentar nuestras obras de misericordia.
Los que escuchaban a Jesús, le preguntan:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de
beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?;
¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” La contestación no
se hace esperar: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos,
mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Lo mismo ocurre en la negativa:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo
o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y la respuesta es igual: “Os aseguro que
cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo
hicisteis conmigo”. Para explicar el juicio echa mano de la figura del pastor
que vimos en la primera lectura: “Él separará a unos de otros, como un pastor
separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras
a su izquierda”.
Durante el tiempo de Adviento que se avecina,
se nos propone el compromiso de amar al prójimo como preparación para el
nacimiento del Niño Dios en nuestros corazones. El Evangelio de hoy va más allá
de no hacer daño, de no odiar; nos plantea lo que yo llamo el gran pecado de
nuestros tiempos: el pecado de omisión. Jesús nos está diciendo que es Él mismo
quien está en ese hambriento, sediento, forastero, enfermo, desnudo, preso, a
quien ignoramos, a quien abandonamos (pienso en nuestros viejos).
Un día vamos a tomar el examen de nuestras vidas, y Jesús nos está dando las contestaciones por adelantado. ¿Aprobaremos, o reprobaremos? De nosotros depende…
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