"Ventana abierta"
El Sacramento del Bautismo Francisca Bambach S. - Gabriela Kast R. Santiago
de Chile
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO Francisca Bambach S. - Gabriela Kast R.
INDICE
- Los Siete Sacramentos
de la Iglesia Católica
- Sacramentos de Iniciación Cristiana
- Sacramentos de Sanación
- Sacramentos al
Servicio de la Comunidad
- El Sacramento del
Bautismo
- El nombre de este
Sacramento
- El Bautismo en la
Historia de la Salvación
- Jesús instituye el Sacramento del Bautismo
- El Bautismo en la
Iglesia
- La gracia o efecto
del Bautismo
- El Bautismo nos hace
hijos adoptivos de Dios: la filiación divina
- La liturgia del
Bautismo
- Bautismo
- Bautismo de adulto
- Bautismo de niños
- La necesidad del
Bautismo
- Padres y padrinos del
bautizado
- Anexo
- Siglas y abreviaturas
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
Los sacramentos
instituidos por Cristo son siete:
- Bautismo
- Confirmación
- Eucaristía
- Penitencia y
Reconciliación
- Unción de los
enfermos
- Orden Sacerdotal
- Matrimonio.
Los sacramentos son acciones instituidas por Cristo y confiadas a la Iglesia, a través de las cuales se nos comunica la gracia del Espíritu Santo. Tradicionalmente, los sacramentos se han definido como “signos sensibles y eficaces de la gracia, a través de los cuales recibimos la vida divina”. Con el término “signos sensibles” se indica que son acciones, palabras o gestos, es decir, que pueden ser captados por los sentidos, para saber cuándo se realiza y reciben las gracias sacramentales.
Por medio de los siete sacramentos, Cristo vive, actúa, habla y realiza hoy en la Iglesia las mismas acciones salvadoras que realizó en su vida terrenal. La Iglesia es el sacramento de Cristo, pues Él la fundó como signo visible de su presencia y de su acción salvadora. El Concilio Vaticano II afirmó que Cristo está siempre presente en su Iglesia y en los sacramentos, de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza (SC 7).
Los sacramentos son de y para la Iglesia, porque son acciones de la Iglesia y porque la edifican (CF. CCEC 226). Dan vida al alma, aumentan la fe, curan los efectos de nuestras faltas y pecados y consagran determinados estados de vida, ayudando a las personas que los reciben a desarrollarse integralmente en sus respectivas vocaciones.
Para recibir cualquiera de estos sacramentos, debemos tener una disposición interior de acogida a la gracia sacramental. Cada uno de ellos nos renueva interiormente pues es un encuentro con Cristo. Nos ayudan a transformar nuestra vida y nos dan fuerza para comprometernos con el Señor y con los hermanos, en la caridad y fraternidad.
A través de los sacramentos, Dios sale a nuestro encuentro y nos asiste con su gracia en los momentos y etapas más importantes de nuestra vida. Al comienzo de nuestra vida, mediante el Bautismo, nacemos a la vida de la gracia y somos recibidos en la Iglesia. Cuando pecamos, el Sacramento de la Penitencia sana nuestra alma y nos reconcilia con Dios. Jesús se quedó realmente junto a nosotros en la Eucaristía y, cada vez que la recibimos, es al mismo Dios a quien recibimos con todo su amor y todos los dones de su Espíritu. Si debemos defender y testimoniar nuestra fe, el Señor nos asiste mediante el Sacramento de la Confirmación. Los varones que son llamados a consagrar por entero su vida a Dios y a la Iglesia reciben el sacramento del Orden sacerdotal. Cuando una pareja decide formar una familia, el Sacramento del Matrimonio eleva y santifica su amor y le da las gracias necesarias para cumplir con la misión de formar una familia de acuerdo a los valores cristianos. Finalmente, cuando la vida se debilita y enferma, recibe el Sacramento de la Unción de los enfermos (CF. CEC121O).
Los sacramentos son eficaces y actúan por sí mismo, por el solo hecho de ser dados o conferidos independientemente de la santidad personal del ministro, pues es Cristo quien otorga las gracias especiales y propias de cada uno de ellos. Sin embargo, sus frutos dependen también de la disposición y cooperación de quienes los reciben (cf. CCEC 229).
En los sacramentos, la Iglesia recibe un anticipo de la vida eterna, mientras vive “aguardando la manifestación de la gloria del Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” (Tt 2, 13; CF. CCEC 232).
LOS SACRAMENTOS SE DIVIDEN EN TRES GRUPOS:
1. SACRAMENTOS DE INICIACIÓN CRISTIANA
Los sacramentos de iniciación cristiana son: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Estos sacramentos son el fundamento de toda la vida cristiana. El Bautismo nos incorpora a la Iglesia y nos hace hijos de Dios.La Confirmación nos fortalece con la luz del espíritu Santo y nos constituye en discípulos del Señor. La Eucaristía nos hace entrar en plena comunión con el Señor, por lo cual debemos prepararnos y recibirla con corazón puro, con profundo respeto y amor (cf. cEc 1212; ccEc 251).
Estos tres sacramentos fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo. Confieren las gracias necesarias para vivir según el Espíritu en esta vida de peregrinos en marcha hacia la patria definitiva (cf. CEC 1533).
2. SACRAMENTOS DE SANACIÓN
Los sacramentos de sanación son: la Penitencia y la Unción de los enfermos. La vida nueva de hijos de Dios, recibida en los sacramentos de iniciación cristiana, puede debilitarse e incluso perderse por el pecado y la enfermedad. Jesucristo, médico del alma y el cuerpo, quiso que, con la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia continuara su obra de sanación y de salvación. El Sacramento de Penitencia y la Unción de los enfermos continúan esta obra iniciada por Jesús (cf. CEC 1420-1421, CCEC 295).
3. SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
Los sacramentos al servicio de la comunidad son: el Orden Sacerdotal y el Matrimonio y están ordenados a la salvación de los demás. Ciertamente contribuyen a nuestra propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una misión especial a la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios (cf. cEc 1534). En estos sacramentos, los que ya fueron consagrados al sacerdocio común de todos los fieles pueden recibir consagraciones particulares. Los que reciben el Orden son consagrados para “en el nombre de Cristo ser pastores de la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios”. Por su parte, “los cónyuges cristianos, son fortificados y como consagrados para la dignidad de ese estado por este sacramento especial” (cf. cEc 1535).
En cada sacramento es Dios mismo quien se nos acerca, quien nos comunica su gracia.
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
El Bautismo es la base e inicio de toda vida cristiana; es la puerta de
ingreso a la vida sobrenatural, a la vida divina que Dios nos regala. Como tal,
es el primer Sacramento que se recibe y ningún otro puede ser administrado
antes (cf. CEC 1213).
A través de este Sacramento llegamos a ser miembros de Cristo y de su Iglesia y templos del Espíritu Santo. Es una gracia inmerecida que nos libera del pecado y nos hace hijos adoptivos de Dios (cf. CEC 1213). El Bautismo es el Sacramento de la fe. Pero esta fe no es aún perfecta ni madura sino el comienzo de una vida espiritual que se desarrollará con el tiempo. Por eso, la Iglesia celebra cada año, en la noche pascual, la renovación de las promesas del Bautismo (cf. CEC 1254).
EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
L a palabra “bautismo” viene del griego y significa “sumergir”, “introducir dentro del agua”. Los Evangelios nos relatan que el primer Bautismo fue un baño ritual que san Juan Bautista administraba antes del Bautismo de Jesús, quien instituye un nuevo Bautismo en el Espíritu Santo. Cristo lo transforma en “Sacramento de la gracia” cuando ordena a sus discípulos que bauticen “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (cf. CEC 1214; CCEC 252).
La inmersión en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale con Él, en virtud de su Resurrección, como una nueva criatura liberada del pecado. Este Sacramento también es llamado “baño de regeneración” y “de renovación del Espíritu”, sin el cual “nadie puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 5; cf. CEC 1214-1215; 1216; CCEC 252). También se lo llama “iluminación”, pues al recibir al Verbo, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9), el bautizado también se convierte en luz y en hijo de la luz (cf. CEC 1216; CCEC 252).
EL BAUTISMO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
En el Antiguo Testamento se relatan diversos hechos que prefiguran este Sacramento y nos permiten ver cómo Dios salva al hombre una y otra vez. Todos ellos culminan en Cristo, pues Dios fue preparando y anunciando la venida de su Hijo a través de toda la historia del pueblo de Israel:
En el relato de la Creación del mundo, la Biblia dice que “el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas” (Gn 1, 2). El agua aparece como fuente de vida y de fecundidad (cf. CEC 1218).
La Iglesia cree, por las palabras de Cristo, que la verdadera energía vivificante del agua está en la fuente bautismal.
Poco después del relato de la Creación y del primer pecado, la Biblia cuenta la historia de Noé, a quien Dios escogió como hombre justo, en medio de la humanidad pecadora, y a quien salvó de en medio de las aguas del diluvio haciendo una alianza con él y sus hijos (Gn 6-9). El arca de Noé es un anuncio de la Salvación que obra el Bautismo (cf. CEC 1219).
Israel fue liberado del faraón y de la esclavitud en Egipto al pasar por entre las aguas del mar Rojo. Esta liberación es anuncio de otra mucho más profunda: la que recibe el cristiano por el agua del Bautismo (cf. CEC 1221).
El paso por el río Jordán, río que debió cruzar el pueblo de Dios para entrar en la Tierra Prometida, prefigura la herencia definitiva del cielo para quienes han sido hechos hijos de Dios por el Bautismo (cf. CEC 1222).
Muchos siglos después, Juan Bautista bautizará en ese mismo río llamando a los hombres a la conversión y a la penitencia, es decir, a una vida nueva. Juan bautizaba sólo con agua, pero también anuncia al Mesías Salvador, Jesucristo, quien trae un nuevo Bautismo en el Espíritu Santo (cf. CEC 1223).
El Nuevo Testamento relata que Jesús quiso ser bautizado por Juan, pero que más tarde, después de su Resurrección, envió a sus discípulos a bautizar a todas las naciones en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
JESÚS INSTITUYE EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
Después de su Resurrección, Jesús da la siguiente misión a sus Apóstoles:
”Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan,
pues, a las gentes de todas las naciones, háganlas mis discípulos;
bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y
enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte yo
estaré con ustedes todos los días, hasta el fin de la historia” (Mt. 28,18-20)
El Bautismo es el primer Sacramento de la Nueva Alianza, el comienzo de una vida nueva. Jesús se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan Bautista, destinado a los pecadores. Él no necesitaba bautizarse pues no tenía pecado alguno, pero quiso enseñarnos que el Bautismo es el camino para llegar a ser hijos de Dios. Este gesto de Jesús es una manifestación de su “anonadamiento”, de su humildad. En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo descendió visiblemente sobre Él como preludio de la nueva creación y se oyó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo muy amado” (cf. CEC 1224). Esto mismo ocurre en cada nuevo Bautismo: el Espíritu Santo desciende sobre el bautizado y el Padre lo acoge como hijo/a, muy amado/a.
En la celebración de la Pascua -durante la Última Cena- y luego con su Crucifixión y Muerte, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. Él ya se había referido a la pasión y muerte que había de sufrir en Jerusalén como a un “bautismo”. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son símbolos del Bautismo y de la Eucaristía, Sacramentos de la vida nueva. Desde entonces, es posible “nacer del agua y del Espíritu” para entrar en el Reino de Dios (cf. CEC 1225; CCEC 254).
EL BAUTISMO EN LA IGLESIA
Desde el día de Pentecostés, la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo a quienes creen en Jesucristo (cf. CEC 1226; CCEC 255). San Pedro decía: “Conviértanse y bautícense todos en nombre de Jesucristo para que se les perdonen los pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 37-38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el Bautismo a quien crea en Jesús, tanto a los judíos como a los paganos. El Bautismo va siempre unido a la fe (cf. Hch 15, 31-33; CEC 1226).
Por este Sacramento nos incorporamos a la comunión con la Iglesia de
todos los tiempos y lugares de la tierra. La incorporación a la Iglesia
encuentra su expresión concreta en la pertenencia a una comunidad, a una
parroquia, a una diócesis. Formamos una sola familia en una sola fe y un solo
Bautismo.
LA GRACIA O EFECTO DEL BAUTISMO
Perdona todos los pecados. Perdona el pecado original y los pecados personales, así como todas las penas del pecado cuando la persona que recibe el Bautismo ya tiene uso de razón. Nada impide entrar al Reino de Dios a quienes han recibido este Sacramento (cf. CEC 1263; CCEC 263).
Transforma al bautizado en “una criatura nueva”. El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, sino que también realiza en nosotros “una nueva creación”; nos transforma en hijos adoptivos de Dios, partícipes de su naturaleza divina, miembros de Cristo, coherederos con Él y Templos del Espíritu Santo. Esta vida nueva es la vida de la gracia, una vida que se expresa en la caridad y fraternidad para con los demás y cuya plenitud se encuentra en el Cielo (cf. CEC 1265).
La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante que:
• lo hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las tres virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad;
• le concede poder vivir y obrar bajo la inspiración del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo: Sabiduría, Consejo, Ciencia, Entendimiento, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios; • le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales. Toda la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo (cf. CEC 1265-1266; CCEC 263).
Imprime un “sello espiritual indeleble o imborrable”, llamado también carácter sacramental, que nos hace cristianos para siempre. Esto quiere decir que el cristiano se entrega para siempre a Jesucristo y es definitivamente llamado, sellado y enviado por Él. El “sello del Señor” es el sello con que el Espíritu Santo nos ha marcado para el día de la Redención (cf. Ef 4, 30; CEC 1274).
Da la gracia de la justificación que incorpora a Cristo y a su Iglesia, y que constituye el fundamento de la comunión con los demás cristianos. De las fuentes bautismales nace el único Pueblo del Dios de la Nueva Alianza, que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas, los sexos (cf. CEC 1267; CCEC 263).
Permite participar del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y de su realeza. Esto se expresa en la unción con el crisma, signo de dignidad profética, sacerdotal y real. De esta manera, el Bautismo funda el sacerdocio común de todos los cristianos. Los bautizados conforman la Iglesia, son las “piedras vivas” con las cuales se construye este edificio espiritual. Por eso, el cristiano debe representar a Cristo y dar testimonio de Él en su vida, su familia, su trabajo. También debe obediencia a los legítimos pastores de la Iglesia (Papa, obispo, párroco) en materias de sus respectivas competencias (fe, liturgia, acción pastoral) (cf. CEC 1268- 1269; CCEC 263).
Crea un vínculo sacramental de unidad entre los cristianos. El Bautismo es el fundamento de la unión con todos los cristianos e incluso con los que no están en plena comunión con la Iglesia Católica. Somos todos hermanos ante los ojos de Dios, nuestro Padre y Creador, quien nos ha aceptado como hijos adoptivos suyos (cf. CEC 1211).
El Bautismo es el sello de la vida eterna. Quien guarde este sello hasta el fin, es decir, quien permanece fiel a las exigencias del Bautismo, podrá morir marcado con el “signo de la fe” y esperar confiado la visión bienaventurada de Dios y el cumplimiento de la promesa de la Resurrección (cf. CEC 1274).
EL BAUTISMO NOS HACE HIJOS ADOPTIVOS DE DIOS: LA FILIACIÓN DIVINA
Por el Bautismo nos hacemos hijos adoptivos de Dios. La filiación es la relación que se establece naturalmente entre un hijo y su padre y su madre por el hecho de haber recibido de ellos la vida; consiste en ser y saberse “hijo”. La filiación divina es un llamado de Dios Padre a ser hijos suyos en Jesucristo. Es el mayor tesoro que tiene el hombre: poder decir “Dios es mi Padre, soy hijo de Dios”. El ser y saberse hijos de Dios define nuestra actitud, acciones, oración y relación con Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismos durante toda nuestra vida. La filiación divina se da en forma perfecta en Jesucristo, que es Dios Hijo; en Él se da una filiación divina en plenitud, pues comparte una misma naturaleza divina con el Padre. Pero Dios, en su infinito amor por los hombres, quiso comunicarnos también a nosotros esta “paternidad”; quiso que fuéramos hijos suyos por la gracia: “Vean cuánto amor nos ha mostrado el Padre, pues nos decimos hijos de Dios, y lo somos” (1 Jn 3, 1 ). Para eso envió Dios a su Hijo al mundo, para que seamos también sus hijos en el Hijo y para que, contemplándolo, conozcamos la magnitud de su amor.
Jesús nos enseña a decir Padre nuestro, a confiar en Dios, a conversar con Él como con un papá atento y preocupado por sus hijos, superando así la imagen equivocada de un Dios lejano, distante. Dios Padre quiere que lo tratemos con confianza de hijos, como a un padre cercano y trascendente a la vez.
EL Bautismo cristiano nos hace nacer de nuevo, nos hace “hijos de Dios”, de un modo particular, por la gracia que Él nos regala en este Sacramento. Cuando recibimos la gracia santificante, adquirimos una nueva vida sobrenatural, que nos diviniza, que nos hace parecernos a Cristo. Por la filiación divina, somos admitidos en la intimidad de la vida de la Trinidad. La unión con Dios es tan profunda que transforma nuestra existencia, permitiendo que Su vida, se desarrolle en nuestro interior como algo propio y podamos vivir el amor de Dios y el amor al prójimo.
LA LITURGIA DEL BAUTISMO
Comienza con el rito de acogida en la Iglesia, haciendo la señal de la cruz sobre la frente del niño que va a recibir el Bautismo (cf. CEC 1235).
Liturgia de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los que se van a bautizar, a sus padres y padrinos y a la asamblea (cf. CEC 1236).
Exorcismo. Debido a que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el demonio, se dicen las palabras del exorcismo sobre la persona que recibirá el Bautismo. El que va a ser bautizado renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, al cuidado de la cual se le confía (cf. CEC 1237).
El rito esencial del Bautismo: El Bautismo se realiza derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato. Esta triple efusión va acompañada de las palabras del ministro: “N... Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El agua bautismal es bendecida mediante una oración de invocación al Espíritu Santo, en la noche pascual. La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua a fin de que los que sean bautizados con ella nazcan del agua y del Espíritu. Así, el bautizado muere al pecado y entra a la vida de la Santísima Trinidad (cf. CEC 1238·1240).
La unción con el Santo Crisma: El “óleo”, o crisma sagrado con que el sacerdote unge la cabeza del bautizado, es aceite u óleo perfumado y consagrado por el obispo en la Misa Crismal, que normalmente se realiza el día Jueves Santo o según la costumbre de cada diócesis. La unción significa el don del Espíritu Santo para el nuevo bautizado y su pertenencia a la Iglesia. Lo transforma en cristiano, es decir, en “ungido” por el Espíritu Santo. Lo incorpora a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Desde ese día, todos estamos llamados a participar de la misión sacerdotal, real y profética de Cristo (cf. CEC 1241 ).
Imposición de la vestidura blanca, símbolo de la gracia, de la nueva vida en Cristo (d. CEC 1243).
La luz pascual. El celebrante entrega a los padres o padrinos una vela encendida con el fuego del Cirio Pascual, que es figura de Jesucristo resucitado, e invita a mantener encendida la llama de la fe hasta el fin de la vida. El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro (cf. CEC 1243).
Bendición final cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacido la bendición de la madre ocupa un lugar especial (cf. CEC 1245). También puede agregarse una consagración a la Virgen María, la Madre de Dios.
BAUTISMO
¿Quién puede bautizar?
Los ministros ordinarios del Bautismo son el Obispo y el presbítero (sacerdote); en la Iglesia latina, también el diácono. En caso de emergencia o ante peligro de muerte, cualquier persona puede bautizar siempre que tenga la intención de hacerlo tal como lo hace la Iglesia: debe derramar agua sobre la cabeza y pronunciar la fórmula trinitaria bautismal: “Yo te bautizo en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (cf. CCEC 260)
El nombre cristiano recibido en el Bautismo
Con el Bautismo, el cristiano recibe de la Iglesia el nombre propio, preferiblemente de un santo, de modo que éste sea para el bautizado un modelo de santidad y le asegure su intercesión junto a Dios. El nombre es importante, porque Dios conoce a cada uno por su nombre (cf. CCEC 264).
¿Quién puede recibir el Bautismo?
Puede recibir el Sacramento del Bautismo cualquier persona que aún no esté bautizada (cf. CCEC 257).
¿Qué se requiere para ser bautizado?
Se requiere de la profesión de fe, expresada personalmente en el caso del adulto o por medio de sus padres y padrinos en el caso del niño. El padrino o la madrina y toda la comunidad eclesial tienen también una parte de responsabilidad en la preparación del Bautismo (catecumenado), así como en el desarrollo de la fe y de la gracia bautismal (cf. CCEC 259).
BAUTISMO DE ADULTOS
En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del Evangelio estaba aún en sus inicios, el Bautismo de adultos era la práctica más común. El catecumenado, es decir, la preparación para el Bautismo, ocupa un lugar muy importante en la Iglesia (cf. CEC 1247).
La formación de los catecúmenos tiene por fin llevar a su madurez su conversión y fe. Se trata de una formación debidamente prolongada de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto hay que iniciar adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de la fe, la liturgia y la caridad del Pueblo de Dios (cf. CEC 1248).
El adulto que recibe el sacramento del bautismo, es recomendable, que reciba simultáneamente el sacramento de la Confirmación y la Eucaristía.
Los catecúmenos están ya unidos a la Iglesia, pertenecen ya a la casa de Cristo y muchas veces llevan una vida de fe, esperanza y caridad. La madre Iglesia los abraza con amor, tomándolos a su cargo (cf. CEC 1249).
BAUTISMO DE NIÑOS
La Iglesia bautiza a los niños puesto que nacen con el pecado original y necesitan el nuevo nacimiento que los separa y protege del mal y los traslada al Reino de la libertad de los hijos de Dios (cf. CCEC 258).
La Iglesia aconseja que los niños sean bautizados en las primeras
semanas de vida (cf. CIC can 867). Los padres cristianos deben reconocer que
esta práctica corresponde también a su misión de “alimentar la vida” que Dios
les ha confiado (cf. CEC 1250-1251; cf. CCEC 258).
El niño de padres católicos, e incluso de no católicos, en peligro de muerte, puede ser lícitamente bautizado aun contra la voluntad de sus padres (cf. CIC 868 &2).
Fuera del peligro de muerte, no se ha de bautizar a un niño cuyos padres se opongan, pues lo más probable es que no sea educado en la religión católica (cf. CIC 868 &2). En el caso de las personas, especialmente de los niños, que hayan muerto sin haber recibido el Bautismo, la Iglesia nos invita a tener confianza en la misericordia Divina. La gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven, y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: “Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan” (Me 10, 14), nos permite confiar en que hay un camino de Salvación para todos los niños. Por esto, es más apremiante aún el llamado de la Iglesia a no impedir que los pequeños vayan a Cristo por el don del Bautismo (cf. CEC 1283; 1261).
LA NECESIDAD DEL BAUTISMO
“El que crea y se bautice, se salvará.” Marcos 16,16
Jesucristo nos dice que el Bautismo es necesario para la Salvación eterna; por eso envió a sus Apóstoles y discípulos a bautizar a todas las naciones. El Bautismo sacramental es necesario para la Salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este Sacramento. Dios ha vinculado desde siempre la Salvación al Sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos (cf. CEC 1257; 1258; CCEC 16).
Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que las personas que padecen la muerte por razón de fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo: éste es llamado “Bautismo de Sangre”. Además, todos aquellos que bajo el impulso de la gracia, sin conocer a Cristo ni a la Iglesia, se esfuerzan por encontrar a Dios, tienen el “Bautismo de Deseo”. En ambos casos se producen los frutos del Bautismo sin haber recibido el Sacramento (cf. CEC 1258; CCEC 262).
Con frecuencia se pregunta si es lícito que padres y padrinos acepten
en nombre del niño determinadas obligaciones, sin saber si más tarde éste las
aceptará. Es verdad que el Bautismo exige responsabilidades, pero también es
cierto que la vida y la educación del niño merecen asumir estas
responsabilidades. Al niño no se le pregunta si quiere alimentarse o si quiere
asumir las cargas del colegio o de la vida, sino que se le prepara para hacerlo
porque son un bien para él o ella. El Bautismo es un don, el mayor de todos los
dones. Para recibir un don, un regalo, no se requiere el consentimiento
explícito. ¿No hay acaso leyes por las que padres o tutores pueden y deben
aceptar una herencia en nombre de su hijo? ¿Por qué habría que hacer una
excepción con el Bautismo, que abre al camino a la herencia eterna, a la
gracia? Tampoco es razón suficiente el decir que siempre habrá tiempo para
recibir el Bautismo en edad adulta. Esto equivaldría a decir que no tiene
importancia alguna el beneficio que recibe el niño desde pequeño.
PADRES Y PADRINOS DEL BAUTIZADO
Actualmente, al bautizar a los niños sin uso de razón, los padres y padrinos se comprometen ante Dios y la Iglesia a educar a sus hijos en la fe de la Iglesia Católica. Los padres son muy importantes para que la gracia bautismal pueda desarrollarse; son los primeros llamados a dar buen ejemplo de cristianos (cf. CEC 1255). Son los primeros catequistas.
El Bautismo de los niños exige una catequesis post-bautismal. No se trata sólo de una instrucción posterior al Bautismo, sino del necesario desarrollo de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. La catequesis es necesaria para que la fe del niño vaya creciendo paulatinamente. La semilla que se siembra en el Bautismo también debe ser regada con la oración, el amor y el testimonio de vida cristiana (cf. CEC 1229- 1231).
Los padres escogidos deben comprometerse a rezar siempre por él (o ella).
Para que alguien sea
aceptado como padrino debe:
tener la intención y capacidad de desempeñar la misión;
haber cumplido 16 años;
ser católico, estar confirmado, haber recibido el Sacramento de la Eucaristía y llevar una vida congruente con la fe y la misión que va a asumir;
no estar afectado por una pena canónica;
no ser el padre o la madre de quien se bautiza (cf. CIC can 874 8:1).
ANEXO
Cada vez que nace un niño o niña, los padres deben acercarse a la parroquia que les corresponde e inscribir al recién nacido para el próximo Bautismo.
En cada parroquia o comunidad cristiana existe, por lo general, una “pastoral bautismal” existente en toda parroquia que forma a los padres de los niños que se van a bautizar. Los padres y padrinos asumen un compromiso de educación de la fe del hijo y ahijado/a.
La “inscripción del Bautismo” debe ser una iglesia o capilla, preferentemente en la fuente bautismal del templo parroquial (cf. CIC can 857).
El párroco del lugar en que se celebra el Bautismo debe anotar inmediatamente, en el libro correspondiente, el nombre de los bautizados, nombrando al ministro, los padres, padrinos, el lugar y día en que se administró el Sacramento, y el día y lugar del nacimiento (cf. CIC can 877). Si los padres tienen la libreta de matrimonio religioso, el recién bautizado debe ser inscrito también allí.
Es recomendable hacer un recordatorio, del día y fecha de la celebración del Bautismo. Es un día importante para recordar; es el día en que nos hicimos hijos de Dios.
SIGLAS Y ABREVIATURAS
CEC Catecismo Iglesia Católica
CCEC Compendio Catecismo Iglesia Católica
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