"Ventana abierta"
Eran tres los que
estaban en camino: María, José y el burro que trotaba alegremente adelante.
José llevaba su bastón. Estaba acostumbrado a caminar largos trayectos a buen
paso.
María, la dulce madre de Jesús, hacía como podía para ir a su ritmo, pero sus pies tropezaban a menudo con las piedras del camino. Cerraba los dientes para esconder su dolor. Dejó escapar una lágrima que no consiguió retener. El pequeño burro no se enteró de nada y José tampoco: estaba atento para no perder el camino.
El ángel que acompañaba a los viajeros vio que María lloraba. Entonces se inclinó hacia ella y le dijo:
- “¿ Por qué lloras pequeña amada de Dios? Estás camino a Belén; allá el niño Jesús vendrá al mundo. ¿No estás feliz de esto?”
María le respondió:
- “El pensamiento de que el Niño va a nacer me colma de alegría. Lo que me entristece son estos guijarros contra los que tropiezo y me lastiman los pies”.
Tras estas palabras, el
ángel se volvió hacia las piedras. Los miró con sus ojos celestiales radiantes
de luz. Y he aquí, las piedras se transformaron bajo su mirada: sus ángulos y
sus aristas cortantes se redondearon y tomaron reflejos coloreados. Algunas
llegaron a ser incluso transparentes como el cristal y centelleaban sobre el
camino, iluminadas por el ángel.
Entonces María avanzó con paso seguro. Delante de ella el camino lucía e irradiaba y ya ningún dolor vino a molestar su andar hacia Belén.
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