"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA TRIGÉSIMA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2)
“Cuando oigáis noticias de guerras y de
revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el
final no vendrá en seguida”.
En la lectura evangélica para la liturgia de
hoy (Lc 21,5-11), Jesús utiliza un lenguaje simbólico muy familiar para los
judíos de su época, el llamado género apocalíptico, una especie de “código” que
todos comprendían. Al igual que con la primera lectura (Ap 14,14-19), que
participa del mismo género, no podemos hacer una lectura literal de los textos,
so pena de caer en interpretaciones erróneas y pasar por alto su sentido
profundo.
El Evangelio nos sitúa en el comienzo del
último discurso de Jesús, el llamado “discurso escatológico”, en el cual se
mezclan dos eventos: el fin de Jerusalén y el fin del mundo, siendo el primero
un símbolo del segundo. Ello hace que el mensaje que encierra el pasaje sea
válido para todos los tiempos.
Los que seguían a Jesús comentaban sobre la
belleza del Templo, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo,
“por la calidad de la piedra y los exvotos” (los exvotos son los dones u
ofrendas como una muleta, una figura de cera, o de plata u otro metal,
cabellos, tablillas, cuadros, etc., que los fieles dedican a Dios en señal y
recuerdo de un beneficio recibido, y que se cuelgan en los muros o en la
techumbre de los templos). Jesús enfatiza la fragilidad y transitoriedad de las
obras humanas, por más portentosas que sean: “Esto que contempláis, llegará un
día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”.
La pregunta de los discípulos no se hizo
esperar: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso
está para suceder?” Nuestra naturaleza humana nos lleva a querer saber cuándo y
cómo, y qué señales debemos esperar; esa obsesión con el tiempo lineal, cuando
nuestra verdadera preocupación debe ser por las cosas eternas. A lo largo de la
historia encontramos personas que se nutren y aprovechan del miedo y la incertidumbre
que produce ese “final de los tiempos”. Fue así en tiempos de Jesús y continúa
siéndolo hoy. Por eso Jesús advierte a sus discípulos: “Cuidado con que nadie
os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: ‘Yo soy’, o
bien ‘El momento está cerca’; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de
guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir
primero, pero el final no vendrá en seguida”.
Son muchas las sectas que han florecido
vendiendo un mensaje del fin inminente, para luego tener que cambiar la “fecha”
una y otra vez. Me causa una mezcla de lástima y tristeza ver a tantas personas
que se llaman católicos, genuinamente preocupados por la supuesta llegada del
fin de los tiempos en diversas fechas. Jesús nos advierte contra aquellos que
nos digan que “el momento está cerca”. Él mismo nos dice también que: “En
cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el
Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36).
Para nosotros los cristianos el día y la hora
no deben tener importancia alguna. Lo importante es estar preparados, para que
cuando llegue el novio, nos encuentre con las lámparas encendidas y con aceite
para alimentarlas. Así entraremos con Él a la sala nupcial (Mt 25,1-13).
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