"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA TRIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (2)
“Recobra la vista, tu fe te ha salvado”.
Ya en la recta final del tiempo ordinario, la primera
lectura (Ap 1,1-4; 2,1-5a) y el Evangelio (Lc 18,35-43) que nos presentan la
liturgia para hoy, tienen un denominador común: la importancia de perseverar en
la fe. En la primera, el “ángel” de la Iglesia de Éfeso le dice: “Conozco tus
obras, tu fatiga y tu aguante; sé que no puedes soportar a los malvados, que
pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo y descubriste que
eran unos embusteros. Eres tenaz, has sufrido por mi y no te has rendido a la
fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero. Recuerda
de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes”.
Es un retrato de nuestro propio proceso de
conversión; esa conversión (metanoia) que comienza con nuestro primer “enamoramiento” con Jesús, y que no
termina hasta que cerramos los ojos por última vez. Luego de esa primera
experiencia íntima con Jesús nos lanzamos a laborar en la construcción de Reino
con un entusiasmo y confianza absolutos, impulsados por el amor, con la certeza
de que sin Él nada, y con Él todo. Pero con el pasar del tiempo seguimos
nuestro trabajo pastoral, y cada vez dependemos menos y menos de Él; nos
creemos “creciditos” y que ya no necesitamos de Él. Comenzamos a depender de
nuestras propias habilidades. Caemos en la rutina. Abandonamos el “primer
amor”. No nos damos cuenta, pero nuestra fe se ha debilitado. Y el Señor, rico
en misericordia (Sal 86,15), lejos de castigarnos, nos reprende e instruye:
“Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes”. A
veces necesitamos una caída, un golpe que nos despierte de nuestro letargo
espiritual. Entonces el Señor nos tiende su mano y nos “enamora” de nuevo.
El Evangelio, por su parte, nos muestra lo que
es la perseverancia en la fe. “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”, le
grita el ciego a Jesús, aunque no puede verlo. El ejemplo perfecto de un acto
de fe. Mas cuando le regañan y le piden que calle, él no se rinde. Lo que hace
es gritar con más fuerza: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. El ejemplo
perfecto de perseverancia en la fe. Y Jesús, conmovido por la perseverancia de
aquel ciego (que el paralelo de Marcos nos dice que se llamaba Bartimeo), pidió
que se lo acercaran y le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” “Señor, que
vea otra vez”, contestó el ciego. A lo que Jesús le responde: “Recobra la
vista, tu fe te ha salvado”. De nuevo el ingrediente indispensable para los
milagros: la fe. “Todo lo que pidan con fe, lo alcanzarán” (Mt 21,22); “Cuando
pidan algo en la oración, crean que ya tienen y lo conseguirán” (Mc 11,24).
En esta semana que comienza, pidamos al Señor que no olvidemos aquel “primer amor” que nos hizo entregarnos a Él en cuerpo y alma, con la certeza de que “sin Él nada, y con Él todo”. Y si nos apartamos de ese amor, que reconozcamos que hemos caído, y tengamos la humildad de reconocer nuestra ceguera espiritual pidiéndole: “Señor, que vea otra vez”. Créanme, Él nos va “enamorar” nuevamente.
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