"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SANTA MARÍA MAGDALENA,
PROTECTORA DE LA ORDEN DE PREDICADORES
Me imagino que su corazón querría estallar de
emoción al reconocer la voz de su Rabonni que la llamó por su nombre: “¡María!”.
Hoy celebramos la fiesta litúrgica de santa
María Magdalena, discípula del Señor y “protectora” de la Orden de Predicadores
(Dominicos). Pocos personajes de la Biblia han sido tan mal entendidos, y hasta
difamados, como María de Magdala, a quien se refieren como una pecadora pública
y prostituta.
Siempre que celebramos esta memoria tengo que
enfatizar que hay tres personajes en los relatos evangélicos cuyas identidades
se confunden, pero que no necesariamente son la misma persona: María Magdalena,
María la hermana de Lázaro y Marta (Lc 10,38-42; Jn 11,1; 12,3), y la pecadora
anónima que unge los pies de Jesús (Lc 7,36-50).
María Magdalena, con su nombre completo,
aparece en algunos de los pasajes más significativos del Evangelio,
destacándose entre las mujeres que siguen a Jesús (Mt 27,56; Mc 15,47; Lc 8,2),
especialmente en el drama de la Pasión (Mc 15,40), al pie de la cruz junto a
María, la Madre de Jesús (Jn 19,25), y en el entierro del Señor (Mc 15,47).
Igualmente fue la primera en llegar al sepulcro del Señor en la mañana de la
Pascua (Jn 20,15) y la primera a quien Jesús se le apareció luego de resucitar
(Mt 28,1-10; Mc 16,9; Jn 20,14). De ese modo se convierte en “apóstol” de los
apóstoles, al anunciarles la Resurrección de Jesús (Jn 20,17-18). Trato de
imaginar la alegría que se reflejó en el rostro de María Magdalena al decir a
los apóstoles: “¡He visto al Señor; ha resucitado!”
Aunque la tradición presentaba a María
Magdalena como una gran pecadora, la Iglesia, sobre todo después del Concilio
Vaticano II, ha establecido una distinción entre los tres personajes que
mencionamos al inicio, reivindicando el nombre de María Magdalena, eliminando
toda referencia a ella como “adúltera”, “prostituta” y “pecadora pública”. Así,
hoy la Iglesia la reconoce como una fiel seguidora de Cristo, guiada por un
profundo amor que solo puede ser producto de haber conocido el Amor de Dios.
La liturgia de la memoria nos ofrece como
primera lectura (Ct 3,1-4a) un pasaje hermoso del Cantar de los Cantares (¿qué
pasaje de ese libro no es hermoso?) que nos abre el apetito para el evangelio:
“En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo
encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando
al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias
que rondan por la ciudad: ‘¿Visteis al amor de mi alma?’ Pero, apenas los pasé,
encontré al amor de mi alma”. Así es el amor de Dios por nosotros, apasionado…
La lectura evangélica (Jn 20,1.11-18) nos narra
el encuentro de María Magdalena con el Resucitado. ¡Cuánto debe haber amado a
Jesús aquella santa mujer, que le valió el privilegio de ser escogida por Él
para ser la primera testigo de su Resurrección! Me imagino que su corazón
querría estallar de emoción al reconocer la voz de su Rabonni que la llamó por su nombre: “¡María!”.
Aunque la lectura no lo dice, por las palabras de Jesús que siguen no hay duda
que intentó abrazarlo, o al menos tocar sus pies. Trato de pensar cómo
reaccionaría yo, y no creo que haya forma de describirlo. Recuerda, Jesús te
llama por tu nombre igual que lo hizo con María Magdalena… Pero solo si amas
como amó María, podrás escuchar Su voz.
¡Santa María Magdalena, ruega por nosotros!
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