"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1)
El evangelio de hoy
(Mt 13,36-43) es la explicación que el mismo Jesús brinda a sus discípulos (y a
nosotros) de la parábola de la cizaña que ya habíamos comentado
anteriormente. Como primera lectura, la liturgia continúa
presentándonos la narración del caminar del pueblo de Israel por el desierto de
vuelta a la tierra prometida, luego de haber sido liberado de la esclavitud en
Egipto. Ya el pueblo había demostrado su infidelidad, haciéndose construir un
becerro de oro cuando Moisés tardaba en bajar de la montaña, para adorarlo y
para que continuara guiándolos a través del desierto (Ex 32,1-6). Ello había
provocado que Moisés, en un arrebato de ira, rompiera las tablas de la Ley, que
“eran obra de Dios, y la escritura era de Dios”.
En la primera lectura de ayer veíamos a Moisés intercediendo por su pueblo
ante Dios, y cómo Dios accedió a permitirles continuar la marcha hacia la
libertad (Dios nunca se retracta de sus promesas). Así, al final de pasaje de
hoy, Dios le manda tallar unas nuevas tablas, para reiterar la Alianza.
Después de estos episodios, en la lectura que meditamos hoy (Ex
33,7-11;34,5b-9.28) encontramos a Moisés moviendo la “tienda del encuentro”
fuera del campamento. Esa tienda era el lugar de encuentro con Dios, el lugar
donde uno iba cuando quería hablar con Dios. Un lugar apartado, lejos del
bullicio del campamento, propicio para la oración, para la contemplación (Cfr. Mt 6,6).
Nos dice la lectura que “cuando Moisés salía en dirección a la tienda,
todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a
Moisés hasta que éste entraba en la tienda; en cuanto él entraba, la columna de
nube bajaba y se quedaba a la entrada de la tienda, mientras él hablaba con el
Señor, y el Señor hablaba con Moisés”. Allí, “el Señor hablaba con Moisés cara
a cara, como habla un hombre con un amigo”.
Vemos muchas instancias, sobre todo en el Antiguo Testamento, en que Dios
“habla” con las personas. Y muchos se preguntan, ¿cómo es que Dios ya no habla
con nosotros? ¿Quién dijo que no nos habla? Dios nos sigue hablando de muchas
maneras. ¡Lo que ocurre es que no le prestamos atención! O más bien, no sabemos
“sintonizar” nuestro espíritu a la misma “frecuencia” de Dios. Nuestra
comunicación con Él se convierte en un monólogo. Le expresamos nuestras
necesidades, nuestros deseos, nuestras angustias, nuestros pesares. Le pedimos
y le pedimos y no nos contesta… ¡Falso!
Lo que ocurre es que se nos olvida que la oración es un diálogo, y no hacemos el silencio que nos permita escuchar su voz. Esos momentos de meditación, de contemplación, apartados de todo y de todos, como Moisés en la tienda del encuentro, son los que nos permiten entrar en sintonía para “escuchar” la voz de Dios. Y si prestamos atención, escucharemos su voz en su Palabra, en la palabra del hermano, en los “signos de los tiempos”, y, ¿por qué no?, en esa “voz interior” que escuchamos cuando nos acercamos a Él con humildad y apertura de espíritu, dejándonos arropar de Su infinito amor y misericordia. Entonces podremos, al igual que Moisés, hablar con Dios “cara a cara, como habla un hombre con un amigo”. Créeme, todos podemos hacerlo…
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