"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
DÉCIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. (B)
La multiplicación de los panes es un “signo”
que va más allá de la mera multiplicación material. Ese pan “inferior”, por la
bendición que Jesús pronuncia sobre él, se convierte en el verdadero “pan de
vida”
La liturgia de hoy nos presenta la versión de
Juan del episodio de la multiplicación de los panes y los peces (Jn 6,1-15).
Los sinópticos también recogen este pasaje (Mt 14,13-21; Mc 6,32-44; Lc
9,10-17), convirtiéndose en uno de los pocos milagros que recogen los cuatro
evangelistas, lo que apunta a su historicidad y al impacto que ese episodio
tuvo en los evangelistas. También puede influenciar el hecho de que lo
relacionaban con el episodio del profeta Eliseo que nos presenta la primera
lectura de hoy (2 Re 4,42-44).
El domingo pasado nos habíamos quedado en la
antesala de este milagro en el evangelio según san Marcos. Hoy interrumpimos la
lectura de Marcos, para dar paso a la versión de Juan, que sirve de preámbulo
al “discurso del pan de vida” que cubre todo su capítulo 6, que estaremos
leyendo durante cinco domingos consecutivos, hasta retomar a Marcos en el
vigésimosegundo domingo del tiempo ordinario.
De entrada hay que señalar tres detalles que
hacen la versión de Juan diferente a la de los sinópticos: Los panes eran de
cebada, que era un pan más asequible, el “pan de los pobres” (en la primera
lectura los panes que trajeron a Eliseo eran de cebada); el hecho de que en
esta versión es Jesús mismo quien reparte los panes, a diferencia de los
sinópticos, en los cuales son los discípulos quienes hacen la repartición; y el
énfasis de Juan en el hecho de que “estaba cerca la Pascua”. Todos estos
elementos hacen de la narración de Juan una prefiguración, un anticipo de la
última cena y la institución de la Eucaristía.
La multiplicación de los panes es un “signo”
que va más allá de la mera multiplicación material. Ese pan “inferior”, por la
bendición que Jesús pronuncia sobre él se convierte en el verdadero “pan de
vida” (Cfr. Jn 6,35), que es un
alimento fundamental, espiritual, que recibimos de manos de Jesús, por mera
gratuidad. Y dentro del marco de la Pascua, se nos presenta Él mismo como
alimento pascual.
Ya desde el capítulo 2, Juan nos había
presentado a Jesús como el nuevo Templo. Ahora vemos a la gente acudiendo a la
persona Jesús para celebrar la Pascua. Ya no hay que ir al Templo de Jerusalén
a celebrar la Pascua, sino allí donde esté Jesús. En este mismo contexto, no
debemos olvidar que antes de celebrar la Pascua los judíos tenían que
purificarse. Por eso el profeta Jeremías (7,1-11) nos advertía que en vano
buscaríamos al Señor en el Templo si no enmendamos nuestra conducta y nuestras
acciones.
Del mismo modo, si nos acercamos a recibir el
“pan de vida” de la Eucaristía sin habernos arrepentido de nuestros pecados con
el firme propósito de enmendar nuestra conducta y nuestras acciones, y recibido
la absolución sacramental, estaremos consumiendo, no el pan de vida, sino
nuestra propia condenación (Cfr. 1
Cor 11,27).
El Señor, que es el verdadero Templo, nos
espera hoy en el templo parroquial para ofrecerse Él mismo en su Palabra y en
el Pan de Vida de la Eucaristía. No desperdiciemos esa oportunidad. Y si no
puedes, o no estás preparado para recibirle sacramentalmente, arrepiéntete de
todo corazón, ábrele la puerta de tu corazón, y Él “entrará en tu casa, y
cenará contigo, y tú con Él” (Cfr.
Ap 3,20).
Que pasen un hermoso domingo lleno de la PAZ
que solo Él puede brindarnos.
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