"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1)
¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos
poderes milagrosos? ¿No es el hijo del carpintero?
“‘Un profeta no es despreciado más que en su
patria y en su casa’. Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de
ellos”. Con estas palabras termina el pasaje evangélico que contemplamos en la
liturgia de hoy (Mt 13,54-58).
Esas palabras fueron pronunciadas por Jesús
luego de que los suyos lo increparan por sentirse escandalizados ante sus
palabras. “Y se negaban a creer en él”. Sí, esos mismos que unos minutos antes
se sentían “admirados” ante la sabiduría de sus palabras (“…todos estaban
asombrados…”). ¿Qué pudo haber causado ese cambio de actitud tan dramático?
A muchos de nosotros nos pasa lo mismo cuando
escuchamos el mensaje de Jesús. Asistimos a un retiro o una predicación y se
nos hincha el corazón. Nos conmueven las palabras; sentimos “algo” que no
podemos expresar de otro modo que no sea con lágrimas de emoción. ¡Que bonito
se siente! Estamos enamorados de Jesús, y comenzamos nuestra “luna de miel”…
Hasta que nos percatamos que esa relación tan
hermosa conlleva negaciones, responsabilidades, sacrificios: “Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Lc 9, 23). Lo
mismo suele ocurrir a muchos en otras relaciones como, por ejemplo, el
matrimonio. Luego de ese “enamoramiento” inicial en el que todo luce color de
rosa, surgen todos los eventos que no estaban en sus mentes cuando dijeron: “en
la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad…”, junto a
otras obligaciones. Entonces escuchamos frases como: “Es que le perdí el amor”.
El libro del Apocalipsis lo describe así: “Pero tengo contra ti que has perdido
tu amor de antes. Date cuenta pues, de dónde has caído,…” (Ap 2,4-5).
No hay duda; el mensaje de Jesús es impactante,
nos sentimos “admirados” como se sintieron sus compueblanos de Nazaret. Pero
cuando profundizamos en las exigencias de su Palabra, al igual que aquellos,
nos “escandalizamos”. Queremos las promesas sin las obligaciones. Por eso “los
suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Es la naturaleza humana.
Ese es el mayor obstáculo que enfrentamos a
diario los que proclamamos el mensaje de Jesús entre “los nuestros”; cuando
llega la hora de la verdad, la hora de “negarnos a nosotros mismos”, muchos nos
miran con desdén y comienzan a menospreciarnos, y hasta intentan ridiculizarnos.
Esos son los que no tiene fe: “Y no hizo muchos milagros allí por la
incredulidad de ellos”, es decir, porque les faltaba fe.
Hoy, pidamos al Señor que nos fortalezca el don
de la fe para que podamos interiorizar su Palabra y ser testigos de sus milagros
y portentos.
Que pasen un hermoso fin de semana, y recuerden
visitar la Casa del Padre; Él les espera con los brazos abiertos.
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