"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DÉCIMA SÉPTIMA
SEMANA DEL T.O. (1)
“Es Juan el Bautista, que ha resucitado de
entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas”.
La liturgia de hoy nos presenta como primera
lectura el pasaje del libro del Levítico (Lv 25,1.8-17) en el cual el Señor
establece el “año del jubileo”, o “año jubilar”. Para entender el significado
de este precepto, tenemos que remontarnos a las promesas de Yahvé a Abraham y
la conquista de la tierra de Canaán por el pueblo de Israel. La tierra,
repartida entre todos, don de Dios y fruto del esfuerzo humano, representa el
cumplimiento de la promesa de Dios.
Con el transcurso del tiempo, las tierras
cambiaban de dueño por diversas transacciones económicas, rompiendo el
desbalance inicial. En este pasaje del Levítico Yahvé instruye a Moisés que
cada año cincuenta (el año después de “siete semanas de años”, siete por siete,
o sea cuarenta y nueve años), cada cual tendrá derecho a recuperar su propiedad
y volver a su pueblo. Y para evitar disputas, el mismo Dios establece la
fórmula a utilizarse al hacer el cómputo para determinar el precio a pagarse
por las tierras, es decir la tasación.
El año jubilar tenía un sentido religioso, de
culto a Dios, unido a un carácter social, de justicia igualitaria. Así,
el año jubilar no solo se refería a las tierras; en ese año también se
restablecía la justicia social mediante la liberación de los esclavos
(“promulgaréis la manumisión en el país para todos sus moradores”).
La lectura evangélica de hoy (Mt 14,1-12) nos
presenta la versión de Mateo del martirio de Juan el Bautista. Algunos ven en
este relato un anuncio de la suerte que habría de correr Jesús a consecuencia
de la radicalidad de su mensaje. Juan había merecido la pena de muerte por
haber denunciado, como buen profeta, la vida licenciosa que vivían los de su tiempo,
ejemplificada en el adulterio del Rey Herodes Antipas con Herodías, la esposa
de su hermano Herodes Filipo. Jesús, al denunciar la opresión de los pobres y
marginados, y los pecados de las clases dominantes, se ganaría el odio de los
líderes políticos y religiosos de su tiempo, quienes terminarían asesinándolo.
Juan, el precursor, se nos presenta también
como el prototipo del seguidor de Jesús: recio, valiente, comprometido con la
verdad. La suerte que corrieron tanto Juan el Bautista como Jesús fue extrema:
la muerte. Aunque este pasaje se refiere a algo que ocurrió en un pasado
distante vemos cómo todavía hoy, en pleno siglo XXI, hay hombres y mujeres
valientes que pierden la vida por predicar el Evangelio de Jesucristo. De ese
modo sus muertes se convierten en el mejor testimonio de su fe. De hecho, la
palabra “mártir” significa “testigo”.
Hemos dicho en innumerables ocasiones que el
seguimiento de Jesús no es fácil, que el verdadero discípulo de Jesús tiene que
estar dispuesto a enfrentar el rechazo, la burla, el desprecio, la difamación,
a “cargar su cruz”. Porque si bien el mensaje de Jesús está centrado en el
amor, tiene unas exigencias de conducta, sobre todo de renuncias, que resultan
inaceptables para muchos. Quieren el beneficio de las promesas sin las
obligaciones.
Ese doble discurso lo vemos a diario en los que
utilizan el “amor de Dios” para justificar toda clase de conductas que atentan
contra la dignidad del hombre y la familia.
Hermoso fin de semana a todos, y no olviden
visitar la Casa del Padre. Él les espera…
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