"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL TERCER DOMINGO DE
CUARESMA (B)
“Quitad esto de aquí; no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre”.
Continuamos adentrándonos en el tiempo de
Cuaresma. El Evangelio de hoy (Jn 2,13-25) resalta la sacralidad del Templo. Ya
desde el Antiguo Testamento Dios había enseñado a su pueblo la importancia de
separar una estructura sagrada para congregarnos con el propósito de rendirle
el culto de adoración que solo Él merece (la palabra “sagrado” quiere decir
“separado”).
El mismo Jesús fue presentado en el Templo (Lc
2,22-40), y acudía al Templo para observar las fiestas religiosas (Lc 2,41-42;
Jn 2,13). Recordemos que para los judíos (a veces olvidamos que Jesús nació y
murió siendo judío) el Templo era sinónimo de la presencia de Dios; era el
lugar donde Dios habitaba, Su “casa”, a diferencia de la sinagoga, que era tan
solo un lugar donde se congregaban para orar, y escuchar la Palabra y las
enseñanzas de los maestros (“rabinos”).
La lectura evangélica de hoy hace patente la
importancia que el mismo Jesús le reconoce al Templo, y el respeto que le
merece, cuando cita el Salmo 69,10: “El celo de tu casa me devora”. Este es el
pasaje en que Jesús expulsa por la fuerza a los mercaderes del templo,
increpándolos por haber convertido “en un mercado la casa de [su] Padre”. Pero
al mismo tiempo reconoce que su cuerpo (del cual todos formamos parte – Cfr. 1 Cor 10,17; 12,12-27; Ef 1,13; 2,16; 3,6; 4,
4.12-16; Col 1,18.24; 2,19; 3,15) es también un templo: “Destruid este templo,
y en tres días lo levantaré”. Esa afirmación de Jesús, que la lectura nos aclara
se refería al “templo de su cuerpo”, nos va preparando para el drama de la
Pasión y subsiguiente Resurrección de Jesús que culmina este tiempo especial de
la Cuaresma,
Años más tarde san Pablo nos recordará que
nosotros, al convertirnos en otros “cristos”, somos el verdadero templo de
Dios: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque
el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1 Cor 3,16-17).
“Vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).
“El celo de tu casa me devora”… Esa frase
retumba en mi mente cada vez que entro en un templo y encuentro a la mayoría de
los feligreses “socializando” y hablando nimiedades, en voz alta, en presencia
de Jesús sacramentado, cuya presencia es reconocida por apenas dos o tres
personas. En esos momentos entiendo lo que Jesús sintió cuando volcó las mesas
de los cambistas y expulsó a los mercaderes. Entonces voy y me postro ante Él y
pido por ellos, y ruego al Señor que, al verme, descubran Su presencia en el
sagrario y cesen de convertir su Casa en un mercado, que es precisamente lo que
el nivel de ruido que se percibe nos evoca.
La pandemia nos ha obligado a guardar un
distanciamiento físico que ha silenciado, en parte, el ruido y la tertulia.
Ojalá al retomar nuestra rutina cuando termine la pandemia, hayamos aprendido.
Hoy, pidamos al Señor que nos permita reconocer nuestros cuerpos como templos suyos, respetándolos como tal, y los templos de nuestra Iglesia como lugares sagrados en los que Él habita también (en las hostias consagradas que resguardan nuestros sagrarios o tabernáculos), comportándonos con el respeto y decoro que merecen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario