"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEGUNDA
SEMANA DE CUARESMA
Señor, ayúdame a llevar a cabo mi misión
pastoral con “olor de oveja”.
Las lecturas que nos presenta la liturgia para
hoy nos confrontan con la hipocresía religiosa del pueblo. En la primera
lectura (Is 1,10.16-20), el profeta pronuncia un oráculo de Yahvé en el que
repudia los sacrificios que le ofrece el pueblo mientras sus corazones
están cada vez más alejados de Él. Si leemos el pasaje completo, incluyendo los
vv. 11-15, notamos que este oráculo aparenta haber sido proclamado en medio de
una celebración litúrgica, pues hace referencia a los “holocaustos de carneros
y grasa de animales cebados”, “incienso”, y “manos extendidas”. Yahvé hace
claro que está “harto”, que “detesta” esos rituales vacíos, esas celebraciones
litúrgicas falsas, que se han convertido para Él en “una abominación”, en una
“carga” que no está dispuesto a soportar. Llega al punto de comparar su
generación con la de Sodoma y Gomorra.
Hace claro que ese no es el sacrificio
agradable a Él. Por el contrario, les exhorta: “Cesad de obrar mal, aprended a
obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano,
proteged a la viuda”. La primacía del amor, de la caridad, sobre la ley y el
ritualismo vacío. A Él no le interesan los sacrificios ni holocaustos. Si, por
el contrario, obramos el bien y nos apartamos del pecado, “aunque vuestros
pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como
escarlata, quedarán como lana”. El profeta nos señala en qué consiste el
verdadero culto religioso: en obras de caridad (misericordia-amor).
En el pasaje del Evangelio (Mt 23,1-12), que es
el preámbulo de las “siete maldiciones” que Jesús lanza contra los escribas y
fariseos, Jesús arremete contra la hipocresía de los escribas y fariseos que se
han sentado en la cátedra de Moisés (el “autor” de la Ley) y “no hacen lo que
dicen”. “Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente
en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.
Se refería Jesús a todos los numerosos preceptos (613 en total) en que los
fariseos habían convertido la Ley de Moisés y que, por su número eran
prácticamente imposible cumplir.
Se consideraban superiores, mejores que los
demás (de hecho, “fariseo” significa “separado”). Toda su actitud iba dirigida
a ostentar su superioridad (que pretendía ser producto de su “santidad”) ante
todos: las vestimentas y otros accesorios, como las filacterias (unas bandas
que llevaban en la frente o en los puños, con unos cofrecitos que contenían
textos de la Ley), los primeros lugares, los asientos de honor, las reverencias
que esperaban, los títulos. Todo era apariencia exterior, “sepulcros
blanqueados” (Mt 23, 27-28). Y por dentro, ¿qué?
El Concilio Vaticano II hizo un gran esfuerzo
para eliminar la “pompa” en nuestros ritos y celebraciones litúrgicas,
inculturándolos a nuestros respectivos países. Pero, ¿logró acabar con el
fariseísmo?
En esta Cuaresma, hagamos examen de conciencia:
¿Me gusta recibir honores?, ¿reconocimiento?, ¿me siento mejor o superior a los
demás? Señor, ayúdame a recordar que todos somos hermanos, y que “el que se
humilla será enaltecido”, como Aquél que vino a servir y no a ser servido (Mt
20,28), de modo que al llevar a cabo mi misión pastoral pueda tener “olor de
oveja”.
Lo repito; el papa Francisco no está diciendo
nada nuevo; simplemente está leyendo el Evangelio…
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