"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
“La medida que uséis, la usarán con vosotros”.
El pasaje evangélico que leemos en la liturgia
para hoy (Lc 6,36-38) comienza diciéndonos que seamos “misericordiosos” (otras
traducciones dicen “compasivos”) como nuestro Padre es misericordioso. La
compasión, la misericordia, productos del amor incondicional; el amor
incondicional que el Padre derrama sobre nosotros (la “verdad” en términos
bíblicos). La “medida” que se nos propone.
En otra ocasión Jesús nos decía: “Sed
perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt 5,48). Y esa
perfección solo la encontramos en el amor; en amar sin medida; como el Padre
nos ama. Ese Padre que es compasivo y siempre nos perdona, no importa cuánto
podamos faltarle, ofenderle, fallarle. Ese Dios que siempre se mantiene fiel a
sus promesas no importa cuántas veces nosotros incumplamos las nuestras. En la
primera lectura, tomada del libro de Daniel (9,4b-10), escuchamos al profeta
“confesando” a Dios sus pecados y los de su Pueblo: “Señor, nos abruma la
vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti.
Pero, aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo
y perdona”.
En este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos hace
un llamado a la conversión, a dar vuelta del camino equivocado que llevamos y
cambiar de dirección (el significado de la palabra metanoia que san Pablo utiliza para “conversión”) para
seguir tras los pasos de Jesús. Y si vamos a seguir los pasos de Jesús, si
aspiramos a parecernos a Él (Cfr.
Gál 2,20), buscamos en las Escrituras cómo es Él, y encontramos que es el Amor
personificado. ¡Ahí está la clave! Para ser perfectos como el Padre es
perfecto, tenemos que amar a nuestro prójimo como el Padre nos ama, como Jesús
nos ama.
La primera lectura nos refiere a la
misericordia de Dios hacia nosotros. Nos da la medida. El Evangelio nos refiere
a la relación con nuestro prójimo. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados;
perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida
generosa, colmada, remecida, rebosante”. No se nos está pidiendo nada que Dios
no esté dispuesto a darnos. “Así como yo los he amado, ámense también ustedes
los unos a los otros” (Jn 13,34).
Examino mi conciencia. ¡Cuántas veces soy
intolerante! ¡Cuántas veces, pudiendo ser compasivo me muestro inflexible!
¡Cuán presto estoy a juzgar a mi prójimo sin mirar sus circunstancias, su
realidad de vida! ¡Cuántas veces condeno la mota en el ojo ajeno y no miro la
viga en el mío (Lc 6,41)! ¡Cuántas veces le niego el perdón a los que me faltan
(“perdona nuestras ofensas…”), y le niego una limosna al que necesita o, peor
aún, le niego un poco de mi tiempo (el pecado de omisión; el gran pecado de
nuestros tiempos)!
Le lectura evangélica termina diciéndonos: “La
medida que uséis, la usarán con vosotros” (Cfr. Mt 25-31-46). Estamos viviendo un tiempo de
conversión y penitencia en preparación para la celebración de la Pascua de
Resurrección (“¡Vivimos para esa noche!”). La Palabra de hoy nos enfrenta con
nuestra realidad y nos invita al arrepentimiento y a tornarnos hacia Dios.
“Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados” (Antífona del Salmo).
Todavía estamos a tiempo… Y tú, ¿qué vas a
hacer?
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