"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
“Anda, tu hijo está curado”.
Hoy la liturgia nos presenta al evangelista san
Juan, quien dominará la liturgia por lo que resta de la Cuaresma. El pasaje que
leemos hoy (Jn 4,43-54) es el de la curación del hijo de un funcionario real
(un pagano). Este suceso ocurre después del encuentro de Jesús con Nicodemo y
la Samaritana. Cabe señalar que este es uno de apenas siete milagros (“signos”)
que nos narra el evangelio según san Juan (los sinópticos nos narran unos 23).
Jesús acababa de llegar a Caná de Galilea y
este funcionario, que tenía un hijo muy enfermo en Cafarnaún, le pidió que
fuera con él allá para curarlo. Jesús lo increpó diciéndole: “Como no veáis
signos y prodigios, no creéis”. Aun así el funcionario insistió (estaba seguro
de que Jesús podía curar a su hijo – la semilla de la fe).
Ante la insistencia del hombre Jesús le dijo:
“Anda, tu hijo está curado”. La Escritura nos dice que “El hombre creyó en la
palabra de Jesús y se puso en camino”. Yendo de camino los criados vinieron a
su encuentro y le dijeron que el niño estaba curado, y él pudo constatar que el
milagro había ocurrido justo a la hora que Jesús le había dicho que su hijo
estaba curado. El funcionario creyó que su hijo estaba curado y actuó conforme
a esa creencia. En eso consiste la fe. Confió en la Palabra de Jesús y actuó de
conformidad.
Lo curioso de este episodio es que es un pagano
quien nos revela la verdadera naturaleza de la fe: una confianza plena y
absoluta en la persona de Jesús, que le hace resistir los reproches iniciales
de Jesús, y le impulsa a actuar según esa confianza, sin necesidad de ningún
signo visible. Creyó en Jesús, y “le creyó” a Jesús. Eso fue suficiente para
emprender el camino de regreso a su casa con la certeza de que Jesús le había
dicho: “Anda, tu hijo está curado”. Él creyó que su hijo estaba sano, y su hijo
fue sanado. “Y creyó él y toda su familia”.
Es decir, no se trata de creer o no en los
signos, se trata de creerle o no creerle a Jesús. El que le cree a Jesús y
actúa conforme a esa confianza, verá manifestarse la gloria de Dios. El que no
le cree a Jesús podrá presenciar mil prodigios, pero nunca recibirá la gracia
de los mismos, nunca verá manifestarse en él la gloria de Dios.
Por eso se ha dicho que la fe es el “gatillo”
que “dispara” el poder de Dios. Ese es nuestro problema, creemos pero no
tenemos fe, aunque nos consideremos personas “de fe”. Basta con escuchar las
palabras de Jesús: “Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a
esta montaña: ‘Trasládate de aquí a allá’, y la montaña se trasladaría; y nada
sería imposible para ustedes” (Mt 17,20). Una sola pregunta: ¿Puedo yo mover
montañas?
En esta Cuaresma oremos: “Señor yo creo, pero
aumenta mi fe”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario