"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
DOMINGO TERCERO DE CUARESMA
TEMPLOS DE DIOS
El evangelio de este domingo nos habla de
la purificación del Templo de Jerusalén por Jesús con un látigo en sus manos.
¿Cuál debe ser la postura cristiana ante este gesto de Jesús? En esta época
secular, donde parece que no hay cabida para lo sagrado, nos importa exaltar
las iglesias como lugares especialmente consagrados a Dios. Es verdad que,
desde la encarnación de Jesús, toda la tierra ha quedado sacralizada, y se
puede adorar a Dios en cualquier parte. Como le respondió Jesús a la
Samaritana: “A Dios hay que adorarlo con espíritu sincero”, y esto es posible
en todo lugar y tiempo. Pero no hay duda de que los recintos materiales
dedicados al culto nos ayudan a concentrarnos en nuestras relaciones con Dios.
Y aunque Dios por su omnipresencia infinita,
está en todas partes, sabemos por su revelación que es sensible al culto que le
tributamos en el templo.
El templo es la casa de Dios. Pero también la casa del pueblo de Dios,
de la Iglesia. Y por eso Jesús se rebela contra las profanaciones del templo. Y
el motivo de ello: “Mi casa es es casa de oración” y “el celo de tu casa me
devora”. Al templo hay que ir a fomentar la unión de todos los fieles en una
misma fe, no a provocar la división. En la iglesia-casa hay que hacer la
Iglesia-comunidad, hogar, familia.
Mucho más que el templo de los cristianos
importan los cristianos como templo de Dios. desde nuestro bautismo estamos
consagrados a Dios igual que las iglesias materiales. ¿Cómo ser morada de Dios?
Cumpliendo los mandamientos de su ley, que nos recuerda la primera lectura
tomada del libro de Éxodo. Como dice Jesús: “Si alguien me ama, guardará mis
mandamientos, y mi Padre le amará y vendremos a él y moraremos en él”.
Sólo cumpliendo sus mandamientos, cuya
síntesis es amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros
mismos, que seremos templos de Dios.
Pero no sólo nuestro espíritu, también
nuestra carne es morada del Señor. Como afirma San Pablo: “¿No sabéis que
vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo?”.
¿Cómo edificar ese templo espiritual? Por
medio de la fe, la esperanza y, sobre todo, el amor. Sólo así seremos esa
Iglesia viva, el Cuerpo vivo de Cristo. Como afirma el evangelista San Juan:
“El hablaba del templo de su cuerpo”. Jesucristo es la Piedra básica, la Clave
de bóveda de la Iglesia.
Durante la Cuaresma nos preparamos para
vivir intensamente el misterio pascual de Jesús, para recordar que Jesús,
verdadero santuario de Dios, fue rechazado por los hombres y destruido. Sin
embargo ha prevalecido el amor de Dios, porque ha transformado este
acontecimiento injusto y cruel en una ocasión de victoria sobre el mal y sobre
la muerte con la fuerza del amor.
San Pablo, en la segunda lectura de hoy,
declara: “Nosotros anunciamos un Mesías crucificado, para los judíos escándalo,
para los paganos locura; pero para los llamados, judíos y griegos, un mesías
que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios”. Por eso, si ahora queremos llegar a
Dios, debemos ser miembros del Cuerpo de Cristo. Esa es nuestra vocación.
Orígenes (185-254) en su comentario al
evangelio de San Juan dice:
Él hablaba del templo de su cuerpo
Destruir ese templo y en tres días lo
levantaré. Tanto el templo como
el cuerpo de Jesús son, para mí, símbolos de la Iglesia. El templo será levantado
y el cuerpo resucitará al tercer día. Porque al tercer día de la Iglesia
surgirá en el cielo nuevo y en la tierra nueva cuando los huesos, es decir,
toda la casa de Israel, se levanten en el gran día del Señor, y la muerte sea
vencida.
Al igual que el cuerpo de Jesús - sujeto a
la vulnerable condición humana- fue clavado a la cruz y sepultado, y luego
resucitó, así el cuerpo total de los fieles a Cristo ha sido clavado en la cruz
con él y ya no vive. En efecto, como Pablo, ninguno de ellos se gloriará
en nada sino es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, que hizo de Pablo un
crucificado para el mundo y el mundo un crucificado para él. Porque hemos
sido sepultados con Cristo, dice Pablo. Y añade, como si hubiera recibido
una prenda de la resurrección: y con él somos resucitados. Cada uno
camina por una vida nueva que todavía no es la resurrección gloriosa y
definitiva. Si alguien es puesto en el sepulcro en este tiempo, vendrá el día
en que resucitará.
Termino con un soneto del gran pintor y
poeta Velázquez (1599-1660), que refleja el misterio pascual. Se titula:
CRISTO CRUCIFICADO
Todo renace en él,
desierto y breve,
cuando por cinco
fuentes derramado,
ha lavado la tierra y
está alzado,
desnudo y material
como la nieve.
En la tiniebla está la
luz que debe
órbitas a su voz. En
el pecado,
la ventura de amor.
Todo, borrado,
va a amanecer. El
tiempo no se mueve.
Cielo y tierra se
miran sorprendidos
en el filo o espina de
la muerte,
para siempre asumida y
derrotada.
En la cerrada flor de
sus sentidos,
los siglos, como
abejas -Santo fuerte-,
labran la vida
humanamente dada.
j.v.c.
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