"Ventana abierta"
XIA WUDONG, EL HIJO DEL PESCADOR
(Cuento de la nacionalidad ligur)
Tiempo atrás había un hombre que había perdido
a su esposa hacía mucho tiempo y sólo tenía un hijo llamado Xia Wudong. Padre e
hijo eran muy pobres y vivían de la pesca.
Un día que estaban a la orilla del río
pescando, apenas extendieron la red atraparon una carpa muy grande. Padre e
hijo se pusieron muy contentos, pero por más fuerza que hacían no conseguían
levantar la red.
¿Qué hacer? No les quedaba otro remedio que
cortar el pez en varios pedazos para sacarlo del agua. Así lo pensó el hombre y
le ordenó al joven:
- ¡Xia Wudong, ve a casa a traer el hacha!
El muchacho corrió hasta su casa y buscó por
aquí y por allá y por acullá pero no la encontró. Entonces volvió a la orilla
del río con las manos vacías.
- Busqué por todos lados pero no la encontré,
no sé dónde has puesto ese hacha.
- ¡Niño tonto, ni siquiera eres capaz de
encontrar un hacha! – rezongó el padre enojado - ¡Ven! Sostén fuerte esta red,
no dejes que la carpa se escape! – Y diciendo esto le pasó al muchacho la red
mientras él mismo iba a la casa en busca del hacha.
En ese mismo momento el pez habló.
- Buen niño, ¡sálvame, te lo ruego! – imploró
–. Yo también tengo hijos. Si me sueltas yo y mis hijos te quedaremos muy
agradecidos y de ahora en adelante te ayudaremos cuando estés en dificultades.
¡Es cierto! ¡El también es un ser vivo, hay que
soltarlo! ¿Pero cómo me las arreglo con mi padre? Xia Wudong se encontraba en
una encrucijada mientras reflexionaba rápidamente.
- ¿Por qué estás tan preocupado? – le preguntó
la carpa.
- Yo quisiera soltarte, pero mi padre tiene un
carácter muy malo y le tengo mucho miedo: si no te suelto, me dará mucha
lástima cuando te vea cortado. Estoy en un apuro, no sé qué hacer.
- Entonces espera que venga tu padre y yo
empezaré a saltar en la red. Tú simularás no poder sostenerla y me soltarás. Si
tu padre te pega, te tiras al río y yo te salvaré.
El viejo volvió corriendo con el hacha y la
carpa comenzó a saltar en la red de aquí para allá. Xia Wudong simuló vacilar y
no poder sostenerla, gritando muy fuerte:
- ¡Papá! ¡Ven rápido, no la puedo aguantar!...
– Y mientras gritaba iba soltando la malla hasta que la gran carpa se sumergió.
El viejo, que había sido pescador toda su vida,
nunca había capturado una carpa tan grande; al ver con sus propios ojos que su
hijo la dejaba ir se enfureció y se vino corriendo con el hacha en alto. Xia
Wudong sintió mucho miedo y enseguida se tiró al río.
Tan pronto la carpa vio al niño en el agua, se
lo tragó y lo llevó en su estómago hasta el sitio más profundo.
Siete días se quedó el niño en el estómago de
la carpa hasta que terminó por implorarle:
- Quiero ir a vivir con los demás seres
humanos.
- Tú me salvaste, he jurado que en cualquier
momento que tengas alguna desgracia, yo te salvaré con que sólo vengas aquí.
Y dicho esto la carpa sacó la cabeza a la
superficie, aspiró una bocanada de aire y en menos de lo que canta un gallo Xia
Wudong se encontró de pie en la orilla. Miró para todos lados, por doquier se
extendía el desierto de Gobi. “Caminaré siguiendo la orilla – pensó –, de todos
modos llegaré a algún sitio habitado”. Entonces caminó un día entero, atravesó
un gran desierto y por fin llegó a un desfiladero de piedras. Bajo el
desfiladero se veía una fuente de agua cristalina donde ésta corría
armoniosamente, con matas y césped verdosos aflorando a su alrededor,
variadísimas flores silvestres de todos los colores y pajaritos que entonaban
canciones armoniosas.
Xia Wudong contemplaba el hermoso paisaje y
pensaba: “¿Por qué no me quedo aquí a descansar?” No demoró en acostarse sobre
la blandura del césped y se quedó dormido. Luego de dormitar un rato, comenzó a
pensar por qué lado seguir andando cuando se escuchó un ruido. Cuando levantó
la cabeza vio sobre la roca dos pequeñas águilas reales, que con los ojos
brillantes miraban hacia abajo graznando lastimosamente. Luego miró hacia el
suelo y descubrió una gran boa que salía de su cueva para reptar hacia los
aguiluchos. El muchacho se puso de pie inmediatamente y con mucha agilidad dio
la vuelta hasta un lado de la roca, levantó una gran piedra y se la tiró a la
boa, que quedó con la cabeza aplastada, inmóvil.
Los aguiluchos se pusieron muy contentos al ver
que el muchacho había matado a la boa que intentaba hacerles daño.
- Quienquiera que haya matado a la víbora
obtendrá nuestro reconocimiento – dijeron.
Xia Wudong escuchó esas palabras y se acercó
hasta el nido. Los aguiluchos le acariciaron las mejillas y la frente con sus
alas y hablaron agradecidos: - Si no hubiera sido por ti la boa nos hubiera
comido. Vamos a contarles a nuestros padres lo que has hecho, para que ellos
puedan agradecértelo. Pero si tú te quedas parado aquí, cuando los mayores
lleguen te harán daño, pues no saben que eres una buena persona. Ahora deben
regresar, escóndete bajo nuestras alas –. Diciendo y haciendo lo cubrieron
enseguida con las alas.
Al ratito, el cielo se volvió nublado y empezó
a soplar un fuerte viento que doblaba los arbustos contra el suelo. La arena lo
cubrió todo. Entonces dos águilas de considerable tamaño emergieron de entre
siete capas de nubes, dieron tres vueltas sobre el desfiladero y bajaron en
picada, dejando delante de los aguiluchos un gran erizo que habían atrapado.
Normalmente los pequeños se hubieran abalanzado a cogerlo, pero hoy ni siquiera
se movieron; se quedaron mirando fijamente a sus padres. Las águilas se
extrañaron mucho y preguntaron: - ¿Qué les pasa que no comen carne y se quedan
mirándonos?
- Si uno se encuentra con una buena persona,
¿Hay que tratarla bien o mal? – preguntaron al unísono.
- Por supuesto que bien.
- Hoy, alguien mató a la gran boa y nos salvó
la vida – dijeron en tanto que le mostraban a su padre el cadáver del ofidio.
- Y ¿dónde está esa persona ahora?
- Aquí está – dijo uno de los aguiluchos
levantando sus alas y dejando al descubierto a Xia Wudong.
Las águilas miraron respetuosamente al muchacho
y le expresaron:
-Hace muchos años que no podemos criar otro
aguilucho porque cada vez que nacía uno la boa se lo comía. Ahora, tú has
eliminado esa calamidad.
Las águilas acariciaron con sus alas el rostro
de Xia y continuaron:
- Queremos agradecerte tu bondad. Si deseas alguna
cosa nosotros te ayudaremos a alcanzar tu objetivo.
- Muchas gracias, pero en este momento no
necesito nada.
Entonces, una de las águilas se arrancó de su
ala derecha una pluma y se la entregó al joven:
- Pues, de ahora en adelante, cuando tengas
alguna dificultad quema esta pluma. Sin importarnos el lugar donde estés,
nosotros acudiremos a ayudarte.
Xia Wudong recogió la pluma y se disponía a
partir cuando el águila le gritó: “¡Móntate en mi espalda!” Y de esta forma lo
llevó como un rayo hasta la llanura.
Xia Wudong siguió su camino. Un día entero lo
pasó marchando hasta llegar a los pies de una montaña, justo cuando un cazador
apuntaba su fusil hacia un zorro que se encontraba un poco más adelante. El
animal, nervioso, no tenía escapatoria. “El zorro también debe tener hijos.
¡Qué tristes se pondrán ellos si él se muere!” pensó Xia Wudong.
Exactamente en el momento en que el cazador iba
a disparar, el muchacho voló como una flecha y lo detuvo diciéndole:
- ¡Perdónele la vida! ¿Qué será de sus crías si
lo mata? – conmovido, el cazador puso su fusil al hombro, y se fue.
El zorro se sintió enormemente agradecido y le
dijo a Xia:
- Buen muchacho, nunca olvidaré que me has
salvado. Si deseas pedirme algo dímelo, yo te ayudaré en lo que pueda.
- En este momento no necesito nada – contestó
nuestro protagonista.
- Entonces voy a hacer un juramento. “De hoy en
adelante si tú haces fuego en este lugar cuando te encuentres en cualquier tipo
de problemas, no importa cuándo ni dónde, y por más lejos que yo me encuentre,
vendré corriendo en tu ayuda. El zorro desapareció apenas había terminado de
hablar.
Xia Wudong siguió su camino y anduvo otro día
más hasta que llegó a una gran ciudad. Mirando a su alrededor pudo notar que
una muchedumbre venía caminando en su dirección.
- Abuelo – le preguntó extrañado a un viejito -
¿A dónde va tanta gente?
- ¿No lo sabes, hijo mío? Vamos al campo de
ejecuciones.
- ¡Campo de ejecuciones! ¿Qué lugar es ese?
- Es un sitio donde se mata a la gente. Hoy le
van a cortar la cabeza a un joven, y nosotros vamos a verlo.
- Y ¿Por qué lo van a decapitar? ¿Qué crimen ha
cometido?
- ¡Niño! ¡Cuántas preguntas! Ese joven no ha
cometido ningún crimen, ni siquiera ha robado. Simplemente no ha cumplido las
condiciones que se le habían requerido para casarse.
- ¿Condiciones para casarse? ¿Acaso hay
condiciones para el matrimonio?
He aquí lo que el buen hombre le relató a Xia
Wudong.
En aquella ciudad había un rey que tenía una
hija muy bonita. La princesa poseía un espejo mágico en el cual se podía
reflejar tanto el paraíso como el infierno. Muchos habían ido a pedirla en
matrimonio, pero ninguno había tenido éxito, pues la muchacha había impuesto
una condición para desposarse: quien quisiera su mano debía esconderse, en el
plazo de tres días, en el lugar que creyera más seguro. Al vencer el tiempo la
princesa subiría a la parte más alta de su palacio con su espejo y miraría por
doquier a través de él. Si en el espejo no se reflejaba la imagen del joven se
efectuaría el matrimonio, de lo contrario no sólo no aceptaba casarse sino que
ordenaba la muerte del pretendiente. Así habían perdido la vida muchos jóvenes
que intentaron la aventura. Esa era la razón por la cual iban a ejecutar al
joven en aquel momento.
“Qué condición tan cruel – pensó Xia Wudong –
si no se termina con ella muchos jóvenes seguirán camino de la muerte.”
Entonces marchó hasta la puerta del palacio y
le habló al guardia:
- He sabido que su excelencia la princesa
quiere casarse; por ello vine desde muy lejos a pedirla en matrimonio. Le pido
que le transmita mi deseo y que ella tenga la gracia de darme la oportunidad.
- Bien – dijo la princesa al escuchar el
informe de su guardia – dile a ese joven que desde ahora empiece a buscar un
sitio donde esconderse y que dentro de tres días, a esta misma hora, subiré a
lo alto del palacio con mi espejo para buscarlo.
El guardia le transmitió a Xia Wudong lo que
había expresado la princesa y éste pensó: “Iré a pedirle a la gran carpa que me
ayude”. De esta manera caminó tres días sin parar por la costa hasta que llegó
al sitio donde lo había dejado antes el pez. Apenas se tiró al río la carpa
salió a protegerlo llevándolo hasta el sitio más profundo al tiempo que le
preguntaba: - ¿Qué desgracia te ha sucedido? ¿Para qué necesitas mi ayuda?
- Amigo mío, escóndeme, por favor; si me
escondes de tal forma que nadie me halle podré salvar la vida de muchos
jóvenes. Si me encuentran, me matarán a mí.
- Bien, bien, amigo, te ayudaré – dijo el pez,
abrió la gran boca, metió a Xia Wudong en su estómago y nadó hasta la parte más
profunda. Luego ordenó a todos los pececillos que nadaran hasta el curso
superior y que revolvieran el barro para lograr que el agua del río quedara
turbia. Miles de pececillos se acercaron al curso superior como un enjambre de
abejas y revolvieron el barro con sus cabezas y sus colas, dejando el agua
cristalina del río tan turbia que ni los rayos del sol podían penetrarla.
Cuando se cumplió el plazo la princesa subió a
la parte superior del palacio y proyectó su espejo hacia las montañas, la
pradera, y el desierto. A través de él observó las siete capas de nubes, pero
no ubicó a Xia Wudong. Sin embargo, al enfocar hacia el río divisó
inmediatamente y con mucha claridad a su pretendiente. Así, vio a los numerosos
pececillos que revolvían el agua en el curso superior y en la parte más
profunda a una gran carpa, en cuyo estómago dormía el joven.
- ¡Lo encontré! – exclamó, y acto seguido
ordenó a sus ministros:
- Caminen tres días en esa dirección. El joven
está escondido en el estómago de una gran carpa que se encuentra en el lecho
del curso inferior del río. Pero les va a ser difícil encontrarlo, porque el
agua está turbia. Es necesario que vayan primero al curso superior y espanten a
los peces pequeños. Una vez que el agua esté clara podrán encontrar a la carpa.
¡Vayan! ¡Tráiganmelo!
Los ministros se hicieron acompañar con muchos soldados
y caminaron tres días hasta que llegaron a la parte indicada del río. Siguiendo
las instrucciones de la princesa primero espantaron a los pececillos y una vez
que el agua se puso clara se dirigieron al curso inferior donde efectivamente
vieron a la gran carpa. – No se ocupen más de los pescados pequeños, extiendan
pronto la red – ordenó uno de los jerarcas.
- ¡Joven! – gritaron al unísono los soldados al
tiempo que extendían la red –, nuestra princesa ya te ha encontrado. ¡Sal a
cumplir tu promesa!
Xia Wudong se despertó sobresaltado y pensó:
“Si los tigres nunca se vuelven atrás, un joven debe cumplir lo que ha
prometido” – de modo que le dijo al pez:
- Bueno, iré, envíame por favor a la orilla –.
Entonces la carpa sacó la cabeza, Xia llegó enseguida a la costa, los ministros
y sus soldados lo agarraron fuertemente y lo llevaron ante la princesa.
Desde que la aristócrata había implantado
aquella prueba muchos jóvenes dejaron este mundo. Pero ellos se habían
escondido en lugares fáciles de hallar como grutas, o los arenales del desierto
de Gobi; ninguno se había ocultado como Xia Wudong en la panza de un pez, hecho
que extrañó a todo el mundo. Por ellos, cuando la princesa acababa de dar la
orden de ejecución intervino el rey para expresar:
- Un momento, hija mía, no lo mates por el
momento. Ya que soy tu padre hazme caso y perdónalo por esta vez, dale otra
oportunidad de esconderse.
Para no contrariar a su progenitor la muchacha
aceptó la propuesta, advirtiéndole a Xia Wudong: - Por esta vez te perdono la
vida, prueba a esconderte otra vez, ¡ve!
“¿Adónde me voy a ocultar?” pensaba Xia y de
súbito se acordó de las águilas. Se dirigió apresuradamente hasta el desierto y
una vez allí sacó la pluma y la quemó.
Al ratito el cielo se cubrió de nubes, empezó a
soplar un gran viento. De pronto todo se puso oscuro. Una gran águila salió de
entre las nubes, dio tres vueltas en círculo y se detuvo frente al joven.
- Buen amigo, ¿para qué problema necesitas mi
ayuda?
Xia le contó todo del principio al final,
pidiéndole:
- Mi buena amiga, te suplico que busques el
lugar más adecuado para esconderme.
- Está bien, móntate en mi lomo, ¡pero por nada
del mundo vayas a mirar para abajo! De lo contrario podrías marearte y caerte.
Xia Wudong obedeció fielmente y pronto
estuvieron entre las nubes.
Tres días más tarde la joven dama subió al
edificio con su espejo. Lo proyectó por todas partes pero en ninguna aparecía
su pretendiente. ¿Dónde se habrá escondido? La princesa pensaba y sin darse
cuenta proyectó el espejo hacia el cielo: así lo descubrió al segundo montado
en una gran águila entre las nubes.
- Lo encontré – anunció – pero esta vez será
más difícil de atrapar que la otra vez. Está montado en un águila que vuela en
las alturas. Hasta allí no llegan las balas y sería en vano gritarle. Pero hay
una solución: Yo he visto que después de volar durante mucho tiempo el águila
siempre baja a aquel estanque a tomar agua. Cuando ellos bajen y estén bebiendo
espanten al águila y atrapen al joven.
Los ministros se dirigieron con sus soldados al
estanque y se escondieron entre los cañaverales. El águila ya llevaba tres días
volando sin parar y realmente tenía la garganta seca. Entonces bajó hasta el
estanque mientras Xia Wudong también desmontó de su espalda. Justo cuando
estaban por beber el agua los soldados que estaban escondidos gritaron al
unísono. El águila se espantó, levantó el vuelo y Xia Wudong no tuvo tiempo de
volver a montarse: así fue atrapado y llevado ante la princesa.
Esta vez sí que su escondite había sido
inimaginable, por ello no extraña que cuando la princesa ya estaba dando la
orden de ejecución, la reina saliera en defensa del joven.
- Este muchacho ha hecho algo muy curioso. Mi
buena hija, si me reconoces como madre perdónalo por esta vez. “La tercera es
la vencida”, expresa el dicho, bríndale otra oportunidad.
La princesa volvió a aceptar para no
entristecer a su madre y le dijo a Xia Wudong:
- Bien, te perdono gracias a mi madre y te
permito que vuelvas a esconderte. Sin embargo, recuerda bien que esta será la
última vez. Las condiciones son las mismas que las dos anteriores: si te
encuentro te mato, de lo contrario me casaré contigo.
Xia Wudong tenía bien claro una cosa: si esta
vez lo encontraban ya no saldría nadie en su defensa. ¿Qué hacer? Pensando y
pensando recordó el juramento del zorro y fue a buscarlo para pedirle ayuda.
Caminó hasta que al mediodía siguiente llegó al pie de la montaña donde había
salvado al animal de que lo mataran. Entonces se apresuró a recoger unas
hierbas que había por allí e hizo una fogata. Poco después de que el humo
comenzara a elevarse el zorro vino corriendo tan veloz como el viento.
- Mi buen amigo, ¿qué te ha sucedido? ¿Para qué
necesitas mi ayuda?
Xia Wudong le contó detalladamente todo lo que
ocurría y le pidió al zorro que lo salvara.
Este último contestó sin darle al asunto mayor
importancia:
- Eso no es nada del otro mundo, ¿por qué no me
viniste a buscar la primera vez? Espera aquí un momento. – Y diciendo esto
comenzó a cavar una fosa.
Cuando tuvo lugar el zorro se metió allí y
siguió cavando. Xia Wudong se quedó afuera aguardando, esperó y esperó pero el
zorro no salía. Así espera que te espera transcurrió el día y el zorro seguía
sin salir. Pasó otro día y ya se acercaba la hora decisiva en que la princesa
subiría al edificio, mas el zorro no aparecía. ¿Qué hacer?
Nuestro protagonista se retorcía los dedos de
la desesperación cuando de pronto el zorro salió del túnel.
- ¡Entra aquí, amigo! He cavado un túnel que
llega hasta la parte inferior del palacio de la princesa. El final del túnel
está separado de la superficie por una delgada capa de tierra y tiene además,
una pequeña abertura por donde entra la luz del sol. Tú espera justamente en
ese lugar. Es seguro que la princesa no te encontrará y dirá; “Bueno, cuando
vuelva ese joven me casaré con él”. Entonces espera que baje del edificio y
cuando pase por el lugar donde está la ranura, tú sacas de golpe la cabeza,
subes y tomas a la princesa. ¡Arriba, amigo mío, te deseo éxito! – y diciendo
esto el zorro se volvió a la montaña.
Xia Wudong se introdujo apresuradamente en el
túnel en tanto la princesa ya había subido a lo alto del palacio.
Esta última cogió su espejo mágico y lo
proyectó por todas partes. Miró a través de él las montañas y valles, el
desierto de Gobi y la preadera, los ríos, los lagos y las nubes, pero no halló
ni la sombra de Xia Wudong. Justamente cuando la princesa recorría con su
espejo desde los sitios más lejanos hasta los más cercanos, Xia Wudong se iba
aproximando al lugar donde ella estaba. Afortunadamente ella no reparó en la
parte de debajo de su palacio y como es lógico no dio con el joven. Al no
hallarlo comenzó a descender, descorazonada y triste, hablando para sí misma:
“Muchacho, estés donde estés, ven ya, estoy dispuesta a casarme contigo de
acuerdo a lo que hemos acordado.” Xia Wudong escuchó esas palabras desde su
escondite, por lo que dio un cabezazo en el lugar donde entraba un rayito de
luz, con lo cual dejó al descubierto una gran cueva; de un salto salió de allí
y tomó a la princesa del brazo.
De esta manera, el rey accedió por fin a casar
a su hija con Xia Wudong. Mandó llamar a sus cuarentaiún súbditos, entre ellos
hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ordenando la preparación de un fastuoso
banquete, para celebrar la noticia. Justamente cuando se estaba llevando a cabo
la ceremonia nupcial, Xia Wudong, delante de la familia de la emperatriz y de
las concubinas del emperador y los funcionarios civiles y militares de la corte
se dirigió respetuosamente a los soberanos:
- Le agradezco mucho a ambos, pero yo soy el
hijo de un pescador y no me alegra alcanzar este tipo de felicidad. Todo lo que
he hecho ha sido para terminar con esa cruel premisa de matrimonio.
– Diciendo esto hizo una reverencia a los reyes, miró fugazmente a la princesa
y se retiró del palacio. La gente se quedó estupefacta; la princesa palideció
de la furia, tomó en silencio su espejo mágico y ¡plaf! éste cayó al suelo
hecho añicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario