"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES
DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
“…soplaron los vientos y descargaron contra la
casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca”.
“Cualquiera que piense que sentarse en una
iglesia le convierte en cristiano, también debe pensar que sentarse en un
garaje le convierte en automóvil”. Hace un tiempo leí esto en el muro de
uno de mis contactos en Facebook. Y no pude menos que pensar en la frase de
Jesús que marca el comienzo de la lectura evangélica que nos propone la
liturgia para hoy (Mt 7,21.24-27): “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’
entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre
que está en el cielo”. Como hemos dicho en muchas ocasiones, no basta con creer
en Dios, pues el mismo diablo cree en Dios. Hay que “creerle” a Dios.
La primera lectura de hoy (Is 26,1-6) nos habla
de una ciudad fuerte, amurallada con doble defensa para protegernos de los
enemigos. Y en ella entrará todo aquel que practique la justicia y el derecho,
ese pueblo cuyo ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en Dios.
“Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua”. Esa imagen
de la “roca” que se repite en el Antiguo Testamento (Cfr. Salmo 94), y nos transmite esa sensación de
seguridad que solo Dios puede brindarnos. La Roca que es capaz de resistir el
viento, el agua y la tempestad, y permanecer inamovible.
Los exégetas ven en esta figura de la ciudad
amurallada una imagen de la Iglesia, que alberga al pueblo santo de Dios,
representado por el “pueblo justo, que observa la lealtad”, cuyo “ánimo está
firme y mantiene la paz”.
Jesús echa mano de esa figura para describir lo
que espera de nosotros mediante la parábola de los hombres que construyeron,
uno sobre roca, y el otro sobre arena: “El que escucha estas palabras mías y
las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa
sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y
descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre
roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a
aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron
los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió
totalmente”.
Jesucristo es nuestra roca, el baluarte en que
nos ponemos a salvo. Y Él es la Palabra encarnada, la que ha de hacerse uno con
nosotros al nacer de las purísimas entrañas de María. De nada nos sirve
escuchar su Palabra si no la hacemos parte de nuestras vidas, si no la ponemos
en práctica. Las palabras se las lleva el viento; la conversión de corazón
resiste las tormentas de las tentaciones y las pruebas, y nos hace acreedores a
la filiación divina. “Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que
cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi
madre” (Mt 12,49-50).
Hoy debemos preguntarnos: ¿Cómo están los cimientos de mi fe? ¿Me conformo con “orar”, “oír” misa, y “recibir” los sacramentos, o estoy dispuesto a aceptar la voluntad del Padre? Señor, en este tiempo de Adviento, acrecienta mi fe para poder recibir la Palabra en mi corazón, y cumplir tu voluntad.
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