"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES
DE LA VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (2)
“Pedid y se os dará,
buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien
busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el
hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una
serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que
sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”. Este es el párrafo
final del Evangelio que nos propone la liturgia para hoy (Lc 11,5-13). Y
debemos leerlo dentro del contexto del Padrenuestro que Jesús acaba de enseñar
a sus discípulos.
En el Padrenuestro Jesús nos
ha enseñando a tratar a Dios como Abba,
con la misma confianza y familiaridad con que un niño trata a su padre.
¿Cuántas veces vemos a los niños pedirle algo a su padre, y si no lo consiguen
de inmediato, seguir insistiendo hasta ponerse impertinentes, hasta que el
padre, con tal de “quitárselos de encima”, siempre que se trate de algo que no
les malcríe o les dañe, los complacen?
La parábola nos presenta a un
amigo que le pide tres panes al otro en medio de la noche (acaba de decirnos
que tenemos que pedir al Padre “el pan nuestro de cada día”). Ante la negativa
inicial del segundo, el primero sigue insistiendo, hasta que el amigo “si no se
levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite”. Jesús nos está enseñando que, siendo
hijos del Padre, podemos y debemos ser insistentes en nuestra oración. Que
debemos reiterar nuestras peticiones, como el amigo impertinente de la
parábola, o como la viuda que comparece ante el juez inicuo de la que nos
hablará Jesús más adelante (Lc 18,4-5).
Con la oración final de este
pasaje Jesús reitera nuestra filiación divina, y nos recuerda que la mejor
respuesta que Dios puede brindarnos a nuestras oraciones es, ¡nada más ni nada
menos que el Espíritu Santo! “¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a los que se lo piden?”. Ese Espíritu Santo que derrama sus siete dones
sobre nosotros y nos da la fortaleza para superar las pruebas y aceptar la
voluntad del Padre. “Quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le
abre”.
En la primera lectura (Ga
3,1-5), Pablo nos recuerda el ingrediente principal de la oración, y el
requisito para recibir el Espíritu: “Contestadme a una sola pregunta:
¿recibisteis el Espíritu por observar la ley o por haber respondido a la fe?
¿Tan estúpidos sois? ¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la carne!
¡Tantas magníficas experiencias en vano! Si es que han sido en vano. Vamos a
ver: Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por
qué lo hace? ¿Porque observáis la ley o porque respondéis a la fe?”
No basta con ser “bueno”; ¡hay que tener fe!
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