"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2)
“Dichosos los criados a quienes el señor, al
llegar, los encuentre en vela”.
“Tened ceñida la cintura y encendidas las
lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la
boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el
señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de
madrugada y los encuentra así, dichosos ellos”. Así de corta y contundente es
la lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 12,35-38).
Esta lectura, que nos evoca la parábola de las
vírgenes necias y prudentes (Mt 25,1-13), enfatiza la necesidad de permanecer
vigilantes, con la cintura ceñida (el delantal de trabajo puesto) y la lámpara
(de la fe) encendida, pues nadie sabe el día en que el Señor “regresará”. Esa
figura de ceñirnos el “delantal de trabajo” nos apunta a que tenemos que estar
siempre prestos a servir (Cfr.
Lc 17,8; Jn 13,4; Ef 6,14); y la lámpara encendida nos recuerda que debemos
estar prestos a la acción, a servir en todo momento, día y noche.
La lectura nos habla del Señor que “vuelve” de
la boda, el único evento del cual los judíos del tiempo de Jesús llegaban tarde
en la noche. Y nos dice que tenemos que estar listos para abrirle “apenas venga
y llame”. Si Jesús llega de imprevisto nos corremos el riego de no estar
preparados. Podríamos pensar que esta lectura tiene un sentido escatológico, es
decir, que se refiere únicamente a esa “segunda venida” de Jesús en el final de
los tiempos. Pero, como digo siempre a mis estudiantes, la Palabra de Dios es
“viva y eficaz”, y nos habla, nos interpela aquí y ahora.
La pregunta obligada es: ¿Estoy preparado para
servir en todo momento, en toda circunstancia? Si el Señor llega, ¿me
encontrará con el delantal ceñido a la cintura? ¿Y cómo puede el Señor llegar
si no al final de los tiempos? Cuando el Señor me habla a través de su Palabra
en las celebraciones litúrgicas, ¿le presto atención?, ¿le escucho? “El que los
escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a
mí” (Lc 10,16). Cuando me encuentro con un hermano necesitado, ¿estoy presto a
servirle, a llenar su necesidad? “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de
comer…” (Mt 25,35-36). Si mantengo encendida la lámpara de la fe, ¿no puedo
acaso encontrar a Jesús en todos los acontecimientos de mi vida, en mis penas,
mis alegrías, mis triunfos, mis fracasos?
Por eso, tenemos que mantenernos vigilantes y
despiertos, para que cuando el Señor llegue podamos escucharle, reconocerle y
abrirle, para dejarle entrar en nuestros corazones. “Mira que estoy a la puerta
y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa, y comeré con él y
él conmigo” (Ap 3,20). Y entonces Él se ceñirá el delantal, “nos hará sentar a
la mesa y nos irá sirviendo”.
En este santo día, pidamos al Señor que nos conceda la gracia de mantenernos vigilantes para servirle en todo momento y lugar.
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