"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (2)
“Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la
Iglesia, como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba
todo en todos”.
Hoy continuamos la lectura de la Carta a los
Efesios (1,15-23) que comenzáramos ayer. Al final del pasaje que contemplamos
hoy vemos cómo Pablo entra ya “en materia” con lo que constituye el tema
central de la Carta a los Efesios: la Iglesia como cuerpo místico de
Cristo. “Y todo lo puso bajo
sus pies, y lo dio a la Iglesia, como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud
del que lo acaba todo en todos”.
La lectura comienza con una acción de gracias
de parte de Pablo por la fe de los destinatarios de la carta, unida a una
oración pidiéndole a Dios que les conceda el “espíritu de sabiduría” y
revelación a fin de que lleguen a conocer plenamente a Jesucristo. ¿Qué mejor
podríamos pedir para alguien? Si llegamos a conocer a Jesús y su Palabra, que
es el Amor, conoceremos la verdad, y esa verdad es la que nos proporcionará la
libertad que solo los hijos de Dios y hermanos de Jesucristo pueden disfrutar
(Cfr. Jn 8,32).
Pero no se detiene ahí. Continúa pidiendo a
Dios que “ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la
esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los
santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que
creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo,
resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por
encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo
nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro”.
Las implicaciones de lo que Pablo está pidiendo
para sus hermanos de Éfeso son más profundas de lo que parece a simple vista.
¡Le está pidiendo a Dios que derrame sobre ellos la misma fuerza y poder que
utilizó para resucitar a su Hijo! Cuando pedimos a Dios, y sobre todo cuando
pedimos por nuestros hermanos, tenemos que aprender a ser generosos en nuestras
peticiones, recordando que estamos pidiendo a nuestro “Abba”, que siempre nos
escucha y no se cansa de prodigar dones a sus hijitos (Cfr. Mt 8,7-8). Y esa “fuerza” que resucitó a
Jesús no es otra que la fuerza del Espíritu que el mismo Jesús nos prometió.
Pero tenemos que invocarla y dejarnos arropar de ella. Y al igual que el amor,
que mientras más se reparte más crece, mientras más la pedimos para nuestros
hermanos, con mayor fuerza la recibimos.
Ese mismo Espíritu es el que nos permite
incorporarnos a la Iglesia, que es el “cuerpo” de Cristo, donde encontramos su
esencia misma, su persona, el Cristo total, la continuación de su obra eterna
en el tiempo y el espacio.
Hoy, pidamos a Dios como lo hacemos en la
liturgia eucarística: “no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia”, de
manera que siga derramando sobre ella su Santo Espíritu, para que sea lo que Él
quiere que sea, a pesar de nuestra fragilidad humana.
Lindo fin de semana a todos, y no olviden visitar la Casa del Padre, aunque sea de forma virtual.
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