"Ventana abierta"
Dominicas Lerma
¿SABÍAS QUE…
...DOMINGÓ BAÑÓ UN CAMPO EN SANGRE?
Ya sabemos que nuestro buen amigo descendía de una
valiente familia de caballeros, y ese ímpetu de guerrero castellano siempre lo
llevó dentro… pero aquel día la situación se le fue un poco de las manos.
Tras el impresionante episodio del fuego, nuestro equipo
de misioneros, formado por el obispo Diego, Raúl y Domingo, se estableció en la
zona para fortalecer la fe de los recién convertidos. Desde allí, hacían
pequeñas salidas hacia los pueblos vecinos, para continuar con las discusiones
con los herejes.
Lo que sucedió entonces fue tan impactante que sabemos
incluso la fecha exacta (cosa rarísima en la biografía de Domingo… sus hijos
somos unos desastres, y esta servidora se las ve y se las desea para tratar de
poner en orden los datos… En fin, cada uno hace la cronología a su manera…).
Volviendo a nuestro asunto, era exactamente el 24 de
junio de 1206, fiesta de San Juan Bautista. Nuestro equipo de misioneros iban
de camino, cruzando un campo de trigo. Y entonces, para espanto de nuestros
predicadores, vieron, en mitad del campo… un grupo de segadores.
¿Y eso qué tiene de particular? ¿No es lo más normal del
mundo?
Pues sí… y no. Resulta que la fiesta de San Juan
Bautista era por aquel entonces día de precepto para la Iglesia Católica. Eso
no significa solo “que hay que ir a Misa”; significa que es un día de descanso.
En esa época, respetar el descanso de los días de fiesta era un tema muy serio.
El trabajo, y más aún el trabajo en el campo, estaba totalmente prohibido.
Si allí había un grupo de segadores, era señal evidente
de que no eran católicos, sino cátaros. Para ellos, san Juan Bautista no era
ningún santo, sino que lo veían como el último profeta antes de Cristo, y, por
tanto, servidor del Dios malo… o sea, un auténtico demonio que no se merecía
ningún tipo de reconocimiento. De modo que aquellos segadores estaban, por así
decirlo, haciendo huelga. Claro que, huelga... “al estilo japonés”: en vez de
descansar, ese día trabajaban el doble.
Domingo no pudo resistirlo. Al instante detuvo la marcha
y trató de hablar con aquellos hombres. Ellos no hicieron ningún amago de
acercarse. Desde lejos, a gritos, comenzaron a burlarse y a reírse de aquel
curita que pretendía convertirles.
Nuestro amigo no se dio por vencido y empezó a avanzar,
acercándose a los segadores. Rápidamente, Diego y Raúl se lanzaron hacia
Domingo y le agarraron para frenarle. Trataron de hacerle ver que aquello era
una locura: los segadores eran superiores en número, y no parecían precisamente
dispuestos al diálogo, ¡todo lo contrario! Eran unos hombrones capaces de
tumbarle de una bofetada… y la cosa podía acabar en tragedia: en el fondo,
ellos estaban “armados”. Con hoces, sí, pero hoces muy afiladas… Mejor tener la
fiesta en paz.
Domingo se detuvo y escuchó a sus compañeros. Parecía
que había cedido en su empeño evangelizador, cuando, de pronto… cayó de
rodillas.
¡Se había puesto a rezar! Con los ojos fijos en el
cielo, comenzó a pedirle a Jesús que tocase el corazón de aquellos segadores,
que les hablase, que solo Él podía hacerles ver que su endurecimiento estaba
matando su alma… Diego y Raúl, sorprendidos, decidieron unirse a aquella
plegaria, ante las carcajadas y los chistes del grupo de segadores: porque esa
panda de beatitos se pusieran a rezar, ellos no iban a detenerse; ¡solo faltaba
eso!
Entre insultos y risas, continuaron segando. Pero, de
pronto, uno de ellos frenó en seco. Ya no se reía. Tenía las manos llenas de
sangre.
Alarmado, tiró la hoz y la gavilla. La sangre le corría
por los brazos, carmín, brillante, cálida. Comenzó a mirarse angustiado las
palmas, seguro de que se había cortado con su propia hoz… pero su piel estaba
intacta, y no sentía ningún dolor, ningún corte.
Al instante, otro de los segadores tiró al suelo sus
instrumentos, con las manos y la ropa salpicadas en sangre. Un poco más lejos,
otro de los segadores hacía lo mismo, gritando asustado… El fenómeno se repitió
con cada uno de los trabajadores. Y, tras cerciorarse de que ninguno tenía
heridas, descubrieron… que eran las espigas cortadas las que estaban sangrando.
Las gavillas que habían dejado caer al suelo, estaban ahora en un charco de
sangre.
Evidentemente, aquella comprobación no es que aliviara
mucho a los pobres segadores (seguro que hubieran preferido haberse cortado…).
En fin, que, con un susto morrocotudo, fueron a toda prisa a pedir mil perdones
a Domingo y sus compañeros, que seguían orando, tan tranquilos, al borde del
camino…
Tal vez este relato te parezca pura fantasía, pero el
hecho es que, a día de hoy, hay un monumento en el sitio exacto donde sucedió.
Si alguna vez viajas de Fanjeaux a Carcasona en coche, pasando Montreal, a la
derecha, una estela conmemorativa recuerda a todos los viajeros que, en aquel
campo, las espigas sangraron.
-PARA ORAR
¿Sabías que… el Señor quiere que descanses?
En efecto, el descanso es muy importante, y el Señor lo
sabe. Por eso, en el mandamiento “Santificarás las fiestas”, sigue incluido el
hecho de descansar, de parar las actividades habituales y dedicarse,
sencillamente, a disfrutar del Señor y de los tuyos. Es tiempo para
construirte.
Quizá hoy lo que sangraría no serían las espigas, sino
los ordenadores o los móviles, al vernos esclavos de la productividad, ¡y el
Señor no quiere que seamos eficaces, sino felices!
Cada día Cristo te regala mil detalles de su amor, pero,
para percibirlos, es necesario bajar el ritmo, aprender a “perder el tiempo”, a
hacer cosas tan poco productivas y tan maravillosas como es sentarse a charlar
sin reloj, contemplar un atardecer… En otras palabras, Cristo quiere que seas
no esclavo, sino hijo; desea que puedas vivir la vida no como una carrera de
obstáculos a superar, sino como un paseo para disfrutar.
Y tú, ¿qué vas a hacer este domingo?
VIVE DE CRISTO
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