"Ventana abierta"
Carta pastoral ‘Somos lo que tú nos ayudas a ser’. Día de la Iglesia Diocesana 2020
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo 8 de noviembre celebraremos el Día de la Iglesia Diocesana con el lema «Somos lo que tú nos ayudas a ser. Somos una gran familia contigo. Con tu tiempo, tus cualidades, tu apoyo económico y tu oración #SomosIglesia24Siete». Aprovecho esta circunstancia para reflexionar con vosotros sobre el ser más íntimo de la Iglesia.
La Iglesia es como la
encarnación continuada, el sacramento de Jesucristo, su prolongación en el
tiempo. La Iglesia es Cristo que sigue entre nosotros predicando, enseñando,
acogiendo, perdonando los pecados, salvando y santificando, hasta el punto de
que, si el mundo perdiera a la Iglesia, perdería la Redención.
La Iglesia no es el
intermediario engorroso del que uno trata de desembarazarse por inútil y
molesto. Al contrario, es el ámbito necesario y natural de nuestro encuentro
con Jesús y la escalera de nuestra ascensión hacia Dios. Sin ella, antes o
después, todos acabaríamos abrazándonos con el vacío, o terminaríamos
entregándonos a dioses falsos. Ella es el regazo materno que nos ha engendrado
y que nos permite experimentar con gozo renovado cada día la paternidad de
Dios.
Al sentirla como madre, hemos
de sentirla también como espacio de fraternidad. Junto con sus otros hijos,
nuestros hermanos, hemos de percibirla como nuestra familia, el hogar cálido
que nos acoge y acompaña, como la mesa en la que restauramos las fuerzas
desgastadas y el manantial de agua purísima que nos renueva y purifica. Su
Magisterio no es un yugo o una carga insoportable que esclaviza y humilla
nuestra libertad, sino un don, una gracia impagable, un servicio magnífico que
nos asegura la pureza original y el marchamo apostólico de su doctrina.
Hemos de vivir nuestra
pertenencia a la Iglesia con alegría y con inmensa gratitud al Señor que
permitió que naciéramos en un país cristiano y en el seno de una familia
cristiana, que en los primeros días de nuestra vida pidió a la Iglesia para
nosotros la gracia del bautismo. Si no fuera por ella, estaríamos condenados a
profesar la fe en solitario, a la intemperie y sin resguardo. Gracias a ella,
nos alienta y acompaña una auténtica comunidad de hermanos.
Hemos de vivir también nuestra
pertenencia a la Iglesia con orgullo, con la conciencia de ser miembros de una
buena familia, una familia magnífica, una familia de calidad, pues si es verdad
que en ella hay sombras y arrugas por los pecados de sus miembros, es también
cierto que la luz, ayer y también hoy, es más intensa que las sombras, y que la
santidad, la generosidad y el heroísmo de muchos hermanos y hermanas nuestros
es más fuerte que nuestro pecado y nuestra mediocridad.
Hemos de vivir además nuestra
pertenencia a la Iglesia con responsabilidad, de manera que nuestra vida sea
una invitación tácita a penetrar en ella, conocerla, vivirla y sentarse a su
mesa. Hemos de procurar, por fin, que lo que la Iglesia es para nosotros, lo
sea también a través de nosotros, es decir, regazo materno y cálido hogar,
puente, escalera, lugar de encuentro, mesa fraterna, manantial y, sobre todo,
anuncio incansable del Señor a nuestros hermanos.
En las vísperas del Día de la
Iglesia Diocesana, invito a todos a crecer en amor a nuestra Archidiócesis y a
colaborar con ella comprometidamente en el cumplimiento de su mission.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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