"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
JUEVES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (2)
“La caridad que deja a los pobres tal y como
están no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y
nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de
serlo”.
La lectura evangélica de hoy (Lc 11,47-54) nos presenta
a Jesús continuando su ataque implacable contra las actitudes hipócritas y
legalistas de los fariseos y los doctores de la Ley, lanzando “ayes” contra
ellos.
Comienza criticando la costumbre de los de su
tiempo de erigir monumentos y mausoleos a los profetas que habían sido
asesinados por sus antepasados porque sus palabras les resultaban incómodas,
mientras ellos mismos ignoraban el mensaje del Profeta de profetas que tenían
ante sí, y terminarían asesinándolo también: “¡Ay de vosotros, que edificáis
mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois
testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los
mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de
Dios: ‘Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán’;
y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas
derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de
Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario”.
“Todo tiempo pasado fue mejor”, solemos decir.
Y recordamos con nostalgia los tiempos de antaño, cuando había respeto por la
vida y propiedad ajenas, y Dios y la Iglesia formaban parte de nuestra vida
diaria, de nuestras familias, y de todas nuestras instituciones públicas y
privadas. Y a veces nos preguntamos qué pasó, en donde perdimos esos valores,
en qué esquina dejamos a Dios y a la Iglesia, al punto que ya Dios no está
presente en nuestras vidas, ni en nuestras escuelas, ni en nuestras instituciones,
ni en algunas de nuestras iglesias…
Y construimos monumentos y mausoleos en
nuestras mentes para honrar aquellos tiempos. Pero olvidamos la pregunta más
importante: ¿Quién o quiénes “mataron” aquellos tiempos, aquellos valores, cuya
pérdida ha precipitado nuestra Iglesia y nuestra sociedad en un espiral hacia
la nada? No se trata de adjudicar “culpas” (después de todo la culpa siempre es
huérfana), se trata de adjudicar responsabilidades.
Nosotros, los que añoramos y veneramos aquellos
tiempos, y a los profetas que fueron ignorados, cuyos mensajes fueron
“asesinados”, ¿no somos responsables por habernos cruzado de brazos mientras
nuestra sociedad y nuestra Iglesia se venían abajo, ignorando las voces de los
“profetas” que clamaban por la justicia y la paz? Lo he dicho y no me canso de
repetirlo: El gran pecado de nuestros tiempos es el pecado de omisión.
Más aún, ¿escuchamos las voces de los profetas
de nuestro tiempo, como el papa Francisco, que nos llaman a practicar la
misericordia, a acoger, sobre todo a los más necesitados (los pobres, los
enfermos, los inmigrantes, los presos, los analfabetos, las viudas, los
divorciados y vueltos a casar, los huérfanos, los homosexuales)? Como nos dice
Francisco: “La caridad que deja a los pobres tal y como están no es suficiente.
La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia,
pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo”.
Hagamos examen de conciencia, porque las
palabras de Jesús a los de su generación son igualmente aplicables a nosotros:
“Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación”.
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