"Ventana abierta"
La flor más hermosa
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Cuentan
que hace siglos, en el antiguo Japón, vivió una pareja de ancianos más ancianos
que el tiempo que cultivaban un hermoso jardín en el cual crecían las flores
más hermosas que ojo humano haya contemplado jamás. Como eran tan, tan viejos
decidieron buscar a alguien que los ayudara en su delicada labor.
Enviaron
mensajeros por todas las islas para anunciar que convocaban un concurso a fin
de elegir a la persona más idónea para transmitirle todos los secretos del arte
de cultivar flores. Esa persona recibiría en herencia el magnífico jardín
cuando ellos dos murieran.
Para
decidir quién sería el afortunado, celebrarían una gran reunión al cabo de tres
semanas, a la que todo aquel que estuviera interesado podía acudir y en la que
ellos explicarían a los asistentes el modo de participar.
Una
anciana, vieja sirvienta de la pareja desde hacía muchos años, al escuchar
aquello sintió un poco de tristeza porque sabía que su joven hija sentía un
profundo amor por aquel hermoso jardín, por el cual se paseaba a menudo para
admirar las hermosas flores que crecían en él. Si otra persona lo heredaba,
quizá no podría volver a pisarlo jamás.
Cuando
la anciana llegó a su casa le contó a su hija los planes de la pareja de
ancianos y se asombró al saber que ella se proponía asistir a la reunión.
Sin
poder creerlo le preguntó:
—Pero,
hija mía, ¿qué vas a hacer tú allí? Los jardineros más expertos y más poderosos
de Japón estarán en esa reunión. ¡No tienes ni la más mínima posibilidad!
Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero no
conviertas tu sufrimiento en locura.
La
hija respondió:
—No,
querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré la
escogida para cuidar esas flores, pero es mi oportunidad de estar cerca de
ellas, quizá por última vez. Eso me hará feliz.
Al
cabo de tres semanas, la joven se dirigió a casa de los ancianos, donde ya
estaban aguardando los más afamados jardineros de todo el reino. Hombres y
mujeres conversaban sobre técnicas de riego, abono y poda. Ella escuchaba
admirada la sabiduría que poseían y pensaba que, algún día, sería igual que
ellos.
Se
hizo el más absoluto silencio cuando salieron los dos ancianos, cogidos de la
mano, y anunciaron su desafío:
—Ya
sabéis que nuestro jardín es único en el mundo entero. En él florecen las
especies más raras y valiosas y lo heredará aquella persona que nos traiga
dentro de seis meses una flor única; la flor más bella.
Acto
seguido los dos ancianos entregaron una semilla a cada uno de los asistentes y
los despidieron.
Hay
que hacer un inciso para aclarar que al poner aquella prueba seguían las
tradiciones del pueblo japonés, que valora mucho la capacidad de las personas
para cultivar algo, ya sean plantas, costumbres, amistades, relaciones o
respeto.
El
tiempo fue pasando y la joven, como no tenía tanta habilidad en las artes de la
jardinería como el resto de los que habían asistido a la reunión, suplía sus
carencias cuidando con mucha paciencia y ternura su semilla, pues sabía que si
la belleza de la flor era semejante al amor que sentía por el jardín de los dos
ancianos no tenía que preocuparse con el resultado; su flor sería la más bella.
Pasaron
tres meses y nada brotaba de aquella semilla. La joven probó todos los métodos
que conocía para hacerla crecer, pero el resultado era el mismo: la flor no
germinaba.
Transcurrían
los días y cada vez veía más lejos su sueño. Sin embargo, su amor por aquel
jardín era cada vez más profundo.
El
plazo llego a término. Los seis meses se había cumplido y de la semilla que le
habían entregado los ancianos no había conseguido que saliera la flor.
Consciente
de que su esfuerzo y dedicación habían sido infructuosos, la muchacha le
comunicó a su madre que aun y así, sin importar el mal resultado obtenido,
regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas solo para estar cerca del
jardín, quizá por última vez, y admitir ante los ancianos que ella no era la
heredera que merecían.
A
la hora señalada estaba allí, con su maceta vacía.
Miró
a su alrededor. El resto de las personas llevaba cada una maceta con una flor,
a cuál más bella. Las flores eran de las más variadas formas y colores. La
fragancia que desprendían llenaba el aire. La joven estaba admirada. Nunca
había visto una escena tan bella.
Llegó
el momento esperado y la pareja de ancianos fue observando atentamente todas y
cada una de las macetas, llena de curiosidad y asombro. Los dos viejecitos
comentaban con sus propietarios este o aquel detalle de las flores y les
preguntaban por las técnicas que habían empleado para hacerlas crecer.
Ante
la muchacha se pararon un momento y al ver su maceta vacía la miraron a los
ojos y pasaron de largo sin pronunciar ni una sola palabra.
Cuando
hubieron terminado anunciaron el resultado:
—Nuestra
heredera será aquella joven cuya maceta está vacía.
Los
presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Unos se enfadaron, otros se
quedaron mudos de asombro y los más empezaron a murmurar por aquella terrible
injusticia que, según ellos, se estaba cometiendo.
Nadie
entendía por qué los viejecitos habían escogido, justamente, a aquella joven
que no había sido capaz de cultivar nada y pedían explicaciones.
Entonces,
con mucha calma la anciana elevó su voz y explicó:
—Ella
fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en la dueña
de nuestro jardín: la flor de la honestidad. Todas las semillas que os
entregamos hace seis meses eran estériles, así que de ellas no podía brotar
nada.
Cuentan
que, todavía hoy, la muchacha, ya una anciana, sigue cultivando hermosas flores
en su jardín y busca a alguien honesto para que lo siga cuidando cuando ella
muera.
FIN
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