"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES, 5 - ENERO - 2021 - TIEMPO DE NAVIDAD
En aquel tiempo, determinó Jesús salir para
Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme.»
La liturgia continúa brindándonos el primer
capítulo del Evangelio según san Juan. Recordemos que Juan es quien único nos
narra con detalle esta vocación de los primeros discípulos, pues fue el que la
vivió. De hecho, Juan es el único evangelista que nos presenta los tres años de
la vida pública de Jesús. Los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) centran su
narración en el último año. El pasaje de hoy (Jn 1,43-51) nos narra la vocación
(como habíamos dicho en reflexiones anteriores, vocación quiere decir
“llamado”) de Felipe y Natanael (a quien se llama Bartolomé en los sinópticos).
La narración comienza con un gesto de Jesús que
reafirma su humanidad; nos dice que Jesús “determinó” (otras traducciones usan
el verbo “decidió”) salir para Galilea. Un acto de voluntad muy humano,
producto de escoger, decidir entre dos o más alternativas. Juan continúa
presentándonos el misterio de la Encarnación.
Inmediatamente se nos dice que Jesús “encuentra
a Felipe y le dice ‘Sígueme’”. Una sola palabra… La misma palabra que nos dice
a nosotros día tras día: “Sígueme”. Una sola palabra acompañada de esa mirada
penetrante. De nuevo esa mirada… Cierro los ojos y trato de imaginármela.
Imposible de resistir; no porque tenga autoridad, sino porque el Amor que
transmite nos hace querer permanecer en ella por toda la eternidad. Es la
mirada de Dios que nos invita a compartir ese amor con nuestros hermanos, como
nos dice San Juan en la primera lectura de hoy (1 Jn 3,11-21): “Éste es el
mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros”, y no
“de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”.
Felipe se ha sumergido en la mirada de Dios y
se ha sumergido en el Amor que transmite. Y ya no conoce otro camino que el que
marcan sus pasos. Y al igual que en el pasaje inmediatamente anterior a este,
en el que veíamos cómo Andrés, al encontrar a Jesús se lo dijo a su hermano
Simón y lo llevó inmediatamente ante Él, hoy se desata el mismo “efecto
dominó”. Felipe no puede contener la alegría de haber encontrado al Mesías, y
se lo comunica a Natanael: “Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los
profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret”. Trato de
imaginar la alegría reflejada en su rostro y me pregunto: Cuando yo hablo de
Jesús, ¿se nota esa misma alegría en mi rostro? Natanael se mostró esquivo, le
cuestionó si de Nazaret podría salir algo bueno. Pero Felipe no se dio por
vencido, le invitó a seguirle para que viera por sí mismo: “Ven y verás”. La
certeza que proyecta el que está seguro de lo que dice, convencido de lo que
cree. Y me pregunto una vez más, ¿muestro yo ese mismo empeño y celo apostólico
cuando me cuestionan si lo que yo digo de Jesús es cierto? Para ello tengo que
preguntarme: ¿Estoy convencido de haber encontrado a mi Señor y Salvador?
Hace unos días celebrábamos el nacimiento de
aquél Niño, que en la lectura de hoy vemos convertido en ese hombre que provoca
estas reacciones en aquellos a quienes llama. Ese mismo nos hace una promesa si
creemos en Él: “Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios
subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.
Mañana celebraremos la Epifanía, la manifestación de Dios al mundo entero. Pidamos al Señor que nos permita convertirnos en una manifestación de su poder y gloria, pero sobre todo de su Amor, a todo el que se cruce en nuestro camino.
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