"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES, DE LA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1)
“¿Se trae el candil para meterlo debajo del
celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero?
En la lectura evangélica de hoy (Mc 4,21-25),
Marcos nos presenta dos parábolas cortas, ambas relacionadas con el anuncio del
Reino.
La primera de ellas, la del candil que no se
trae para ponerlo debajo del celemín (las notas de la Biblia de Jerusalén dice
que “en la antigüedad, el celemín era un pequeño mueble de tres o cuatro patas)
o debajo de la cama, sino para ponerlo en el candelero para que alumbre.
Termina Jesús esa breve parábola con la frase que le escucharemos decir en más
de una ocasión: “El que tenga oídos para oír, que oiga”.
Jesús utiliza imágenes, situaciones, gestos,
que les son familiares a la gente, para transmitir la realidad invisible del
Reino. Probablemente ha visto a su propia madre en muchas ocasiones traer un
candil, al caer la noche, para iluminar la habitación en que se encontraban. Él
echa mano de esa imagen sencilla, doméstica, familiar, para enseñarnos la
actitud que debemos tener respecto a la Palabra de Dios que recibimos. Esa
Palabra de Vida eterna no es para esconderla, sino para ponerla en un lugar
visible para que todos se beneficien de su Luz.
Jesús nos ha dicho que tenemos que ir por todo
el mundo a proclamar la Buena Noticia del Reino (Mc 16,15), a ser la “luz del
mundo”. La versión de Mateo de este pasaje, que el evangelista coloca
inmediatamente después del sermón de las Bienaventuranzas, es más explícita, y
nos muestra a Jesús diciendo (Mt 15,14): “Ustedes son la luz del mundo. No se
puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende
una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el
candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar
ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean
sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”.
En la parte del ritual del Bautismo que
llamamos effetá (palabra
aramea que significa “ábrete”), el ministro traza la señal de la cruz tocando
los oídos y los labios del bautizando, para que sus oídos se abran para escuchar
la Palabra de Dios y sus labios para proclamarla, es decir, cumplir la misión
profética para la cual somos ungidos en el Sacramento.
Lo hemos dicho muchas veces, cuando recibimos
la Palabra de Dios en nuestros corazones, no podemos quedárnosla para nosotros,
tenemos que compartir la Buena Nueva del Reino con todos, como los enfermos a
quienes Jesús curaba y les pedía que guardaran silencio, que no podían
contenerse y salían corriendo a contárselo a todos.
Y como a los discípulos, a quienes explicaba
las cosas del Reino en privado, tenemos que pedir al Espíritu que nos permita
recibir esas verdades “ocultas” que Jesús quiere transmitirnos, para “ponerlas
en alto” y que se “descubran” ante los demás. De ahí el mandato de Jesús:
“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”.
Yo me atreví. Y tú, ¿te atreves? Anda,
¡Atrévete!
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