"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL TERCER DOMINGO DEL T.O. (B)
Las lecturas nos presenta la liturgia para este tercer domingo del tiempo ordinario tienen como tema principal el llamado a la conversión.
La primera lectura
(Jon 3,1-5.10) nos narra el episodio de la conversión de Nínive. Yahvé envió a
Jonás a profetizar a Nínive: “Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y
predícale el mensaje que te digo”. Jonás se sintió sobrecogido por la magnitud
de la encomienda, pues Nínive era una ciudad enorme para su época, de unos
ciento veinte mil habitantes, que se requerían tres días para cruzarla. Jonás
cruzó la ciudad proclamando: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!”.
Nos dice la lectura que “creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el
ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Y vio Dios sus obras,
su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la
catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó”.
La lectura evangélica (Mc 1, 14-20) nos presenta a Jesús comenzando a
predicar la Buena Nueva del Reino, haciendo un llamado a la conversión, y
reclutando sus primeros discípulos. Al igual que hizo con los de Nínive y los
de Galilea, Dios nos llama continuamente a la conversión, a abandonar nuestra
vida de pecado y abrazar la Ley del Amor. “El Señor es bueno y es recto, y
enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes” (Sal 24).
El Evangelio nos dice que luego del arresto de Juan el Bautista, “Jesús se
marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: ‘Se ha cumplido el
plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio’”.
Jesús vino a proclamar la Buena Nueva del Reino a todas las naciones, no
solo a los suyos. Él sabe que su tiempo en esta tierra es corto, que su hora
está cerca. Hemos visto en los evangelios que hemos estado leyendo durante la
pasada semana cómo desde los comienzos de su predicación ya su suerte estaba
decida. La tarea es monumental, por eso necesita de “ayudantes” que continúen
el anuncio de la Buena Noticia del Reino (Cfr.
Mc 16,15).
Por eso el Evangelio de hoy nos presenta la vocación (“llamado”) los
primeros discípulos: Simón (Pedro) y su hermano Andrés, y Santiago y su hermano
Juan. Nos dice la Escritura que los cuatro, sin vacilar, dejaron las redes, y
los segundos incluso dejaron a su padre (Cfr.
Lc 14,26), para seguir a Jesús.
Ese llamado a la conversión, unido a la invitación a convertirnos en
“pescadores de hombres” se ha seguido repitiendo de generación en generación
hasta llegar a nosotros hoy. Así hemos recibido nuestra fe, así hemos comenzado
nuestro proceso de conversión (que no termina hasta el día de nuestra muerte);
porque alguien, ya bien sea nuestros padres, o un(a) catequista, un sacerdote,
una religiosa, o un laico comprometido, nos “pescó”, nos habló del Reino y de
la Ley del Amor que lo rige.
Te invito a visitar la Casa del Padre, aunque sea de manera virtual. Y no olvides dejar a la entrada del templo tus “redes” viejas que solo sirven para pescar cosas de este mundo, y aceptar la invitación de Jesús de convertirte en “pescador(a) de hombres”. Anda, ¡Atrévete!
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