"Ventana abierta"
Cuentos con moraleja del Padre Lucas Prados
El barbero incrédulo
La fe de muchos cristianos es tan superficial que de poco les sirve cuando tienen que enfrentarse a los problemas reales de esta vida.
Hace algún tiempo me contaron la historia de un barbero, que debido a su poca fe se declaró ateo; y todo, porque no podía entender por qué Dios permitía el sufrimiento. Permítanme que les cuente brevemente esta historia.
Érase una vez un hombre de cabellos bastante largos que fue a una barbería una tarde del mes de agosto. Como no había futbol y los políticos se habían ido todos de vacaciones, al pobre barbero no se le ocurría ningún tema de conversación mientras atendía a su cliente. Intentó comenzar varios asuntos: que si el calor, que si los incendios, pero el cliente no se daba por aludido. Al final terminaron hablando de los negocios. En esto que el cliente dice:
— Desde que Dios ha puesto su mano, parece que la cosa se va animando…
El barbero, que estaba ya desesperado, encontró en esta expresión un posible tema de conversación, por lo que le dijo al cliente:
— Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.
— Pero, ¿por qué dice usted eso? -preguntó el cliente.
— Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O... dígame, ¿acaso si Dios existiera, habría tantos enfermos? ¿Habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor... Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas –replicó el barbero.
El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Acababa el cliente de salir de la barbería, cuando se cruzó en la calle con un hombre con la barba y los cabellos bastante largos y desarrapados. Entonces, entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero:
— ¿Sabe una cosa? Los barberos no existen.
— ¿Cómo que no existen? –preguntó el barbero. ¡Si aquí estoy yo... y soy barbero!
— ¡No! -dijo el cliente- no existen, porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan largos como los de ese hombre que va por la calle.
— ¡Ah! Los barberos sí existen, lo que pasa es que si esas personas no vienen hacia mí yo no puedo hacer nada.
— ¡Exacto! -replicó el cliente-. Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria.
En cuántas ocasiones, cuando sufrimos, cuando se muere un ser querido, al enterarnos por sorpresa de la enfermedad grave de un familiar, y en muchas otras ocasiones, en lugar de buscar cobijo y ayuda en Dios, nos encerramos en nuestra propia tristeza y nos vamos hundiendo poco a poco. Si somos de verdad cristianos, creeremos que Dios nos puede ayudar. Es una promesa que Él mismo nos hizo: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera” (Mt 11: 28-30).
El sufrimiento que existe en el mundo no es ninguna prueba de la no existencia de Dios, sino de la realidad del pecado del hombre. Fue a causa del pecado original, cuando el hombre comenzó a experimentar el sufrimiento como consecuencia de la pérdida de la gracia y de los dones preternaturales. Y fue Cristo, quien, a través de su propia vida y muerte, nos enseñó a dar sentido al sufrimiento (Jn 15:13).
Es más, cargar con la cruz, era la condición necesaria que debería cumplir cualquiera de sus discípulos (Mt 16:24).
La cruz, que antes de Cristo era causa de desesperación y tristeza, se transformó para el cristiano, en signo de amor, medio de conseguir la gloria y condición para ser su discípulo.
Hay hombres de fe débil que rápidamente sacan conclusiones erróneas, como el barbero de nuestra historia, cuando tienen que enfrentarse con la realidad de la vida. En cambio, los santos, ante esas mismas experiencias, fueron capaces de ver la mano de Dios, fortalecer su fe y aumentar su amor a Jesucristo nuestro Señor.
Examínate cómo reaccionas ante los sufrimientos. Este podría ser un buen “test” para comprobar tu grado de santidad.
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