"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1)
“El reino de Dios se parece a un hombre que
echa semilla en la tierra… la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa
cómo”.
Marcos continúa presentándonos las parábolas de
Jesús relacionadas con el Reino. En la lectura evangélica de hoy (Mc 4,26-34) nos
presenta dos de ellas, ambas relacionadas con la agricultura. Jesús desarrolló
su ministerio en una cultura acostumbrada a la siembra, que podía relacionarse
con el lenguaje de la agricultura. De nuevo encontramos a Jesús enseñando con
parábolas, utilizando vivencias que les resultaban familiares a los que
escuchaban.
En la primera de las parábolas Jesús compara el
Reino de Dios con una semilla que se siembra en la tierra y, sin que el
campesino sepa cómo, desde el mismo momento en que la siembra, comienzan a
ocurrir una serie de maravillas, allí, en lo oculto, bajo la tierra. Y cuando
él se levanta, encuentra que la semilla ha germinado. Un verdadero misterio.
Una vez siembra la semilla ya no depende de él; las fuerzas ocultas de la
naturaleza toman su curso, y “la tierra va produciendo la cosecha ella sola:
primero los tallos, luego la espiga, después el grano”. Finalmente llega el
momento de la cosecha, “Se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Pero si no
siembra, nunca va a cosechar.
Así es el Reino de Dios, como una semilla viva
que hay que sembrar. No nos podemos cruzar de brazos. Hay que sembrar, hay que
arriesgarse. Y el campo en que hemos de sembrarla son las almas de los que nos
escuchan anunciar ese Reino. ¡Tenemos que sembrar! Tenemos que confiar en que
esa semilla va a ir geminando lentamente, oculta en lo más profunde de las
almas. Al igual que la semilla de la parábola, una vez la sembramos ya no
depende de nosotros. La Palabra de Dios y el anuncio del Reino tienen una
fuerza y poder misteriosos que harán germinar esa semilla de una u otra manera.
Pero ¡tenemos que atrevernos a sembrar! Si no sembramos no podemos cosechar.
Del mismo modo que el campesino confía en las fuerzas de la naturaleza al
sembrar su semilla, así tenemos que confiar nosotros en la Fuerza de la Palabra
de Dios para hacer germinar los frutos del anuncio del Reino.
La segunda parábola que nos presenta la lectura
de hoy, la del grano de mostaza, nos apunta a que no importa cuán pequeña sea
la semilla que sembremos, tiene el potencial de crecer como la más grande de
las hortalizas, “y echar ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y
anidar en ellas”.
A veces nos cohibimos de sembrar pensando que
nuestra “semilla” es pequeña, no nos atrevemos a anunciar el Reino de Dios,
porque “tenemos poco que decir”. Ninguna semilla es demasiado pequeña. Si hemos
recibido la Palabra de Dios anunciando el Reino, tan solo tenemos que
arriesgarnos, atrevernos a regar la semilla. No olvidemos que esa Palabra tiene
poder creador, capaz de hacerla germinar aún en las condiciones más
desfavorables. Entonces nos sorprenderemos cuando ese anuncio, al parecer
insignificante, “echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y
anidar en ellas”. El mensaje de Jesús es consistente: “Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación”.
¡Atrévete!
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