"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1)
“Estos son mi madre y mis hermanos. El que
cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
“La Ley, que presenta sólo una sombra de los
bienes definitivos y no la imagen auténtica de la realidad, siempre, con los
mismos sacrificios, año tras año, no puede nunca hacer perfectos a los que se
acercan a ofrecerlos. Si no fuera así, habrían dejado de ofrecerse, porque los
ministros del culto, purificados una vez, no tendrían ya ningún pecado sobre su
conciencia. Pero en estos mismos sacrificios se recuerdan los pecados año tras
año. Porque es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos
quite las pecados”. Así comienza la primera lectura que nos presenta la
liturgia para hoy (Hb 10,1-10). Como podemos apreciar, es continuación de la de
ayer, y amplía lo que aquella decía sobre la imperfección de los sacrificios
ofrecidos por los sacerdotes en el Templo. Por eso el sacrificio ofrecido por
Jesús en la cruz es perfecto. El sacerdote eterno, sin mancha de pecado, ofrece
su propia sangre en un sacrificio que no hay que repetir porque el Ministro no
tiene pecado en su conciencia.
El Evangelio, por su parte, nos presenta la
versión de Marcos (3,31-35) del pasaje de “la verdadera familia” de Jesús.
Relata el episodio en que la familia de Jesús vino a buscarlo y, como de
costumbre, había tanta gente arremolinada a su alrededor, que no podían llegar
hasta Él, así que le enviaron un recado. Los que estaban cerca de Él le
dijeron: “Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”.
Jesús, como en tantas otras ocasiones,
aprovecha la oportunidad para hacer un comentario con un fin pedagógico. “Les
contestó: ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y, paseando la mirada por el
corro, dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de
Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’”.
El mensaje de Jesús es claro: a la familia del
Señor se ingresa por escuchar su Palabra, no por lazos de sangre. De hecho, la
versión de Lucas del mismo pasaje, la más tardía de todas (escrita entre los
años 80 y 90 d.C.), sin mencionar que paseó la mirada por el grupo de personas
presentes, se limita a decir que Jesús dijo: “Mi madre y mis hermanos son los
que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 8,21). Otras versiones
dicen: “los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. No se
trata tan solo de escuchar su Palabra, hay que “ponerla en práctica”, seguirle.
Jesús ha expresado claramente que el que quiera
seguirle tiene que estar dispuesto a sobreponerse a los lazos humanos
familiares (Cfr. Mt 10,37-38). Se
trata de la “gran familia” de Dios abierta a toda la humanidad sin distinción
de raza ni nacionalidad, el “nuevo Pueblo de Dios”. Ya no se trata de una
familia en el orden biológico, sino de otra muy diferente, del orden
espiritual. Una familia universal (“católica”) convocada al amor.
“Te pedimos, Señor, fe y confianza. Haz que tu
voluntad sea nuestra, para que pueda conducirnos a tu casa bajo la guía de
aquel que siempre y en todo cumplió tu voluntad: Jesucristo, nuestro Señor” (de
la Oración Colecta).
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