"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
JUEVES DESPUÉS DE LA EPIFANÍA
“Recorría toda Galilea, enseñando en las
sinagogas y proclamando el Evangelio del reino”…
Ayer celebrábamos la solemnidad de la Epifanía
del Señor, esa manifestación de Dios a todas las naciones. Durante esta semana
la liturgia seguirá presentándonos “signos”, pequeñas “epifanías”, a través de
una serie de gestos que manifiestan a Cristo. Aquél Niño que fue adorado en
Belén por los magos de oriente, se nos manifiesta en el Evangelio que leemos
hoy (Mt 4,12-17.23-25) como el Mesías y el Maestro enviado por Dios.
Comienza la lectura con la decisión de Jesús de
cambiar de domicilio, de Nazaret a Galilea, tan pronto de entera que Juan el
Bautista había sido apresado. Allí se establecen en la ciudad de Cafarnaún, a
orillas del Mar de Galilea, que se convertiría en el “centro de operaciones” de
su gestión misionera. Una vez apresado Juan, Jesús comprendió que la labor de
aquél había culminado. Ahora le correspondía a Él desplegar su misión
evangelizadora.
Mudarse de Nazaret a Cafarnaún representaba un
cambio drástico, era mudarse del “ambiente protegido” de una comunidad pequeña
en que todos se conocían, a una ciudad cosmopolita donde habitaban muchos
extranjeros paganos. Mateo ve en ese gesto de Jesús el cumplimiento de la
profecía de Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro
lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz
les brilló”. Jesús llega a traer la Luz a los paganos que vivían en las
tinieblas porque no le conocían.
Allí hace un llamado a la conversión, a judíos
y gentiles por igual, como preparación para la llegada del Reino que “está
cerca”, desplegando su labor como predicador itinerante por toda la Galilea,
mientras llevaba a cabo signos que constituían manifestaciones o pequeñas
“epifanías” de su persona: “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y
proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del
pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos
aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y
paralíticos. Y él los curaba”. Este es el “anuncio del Reino de Dios invitando
a la conversión” que contemplamos como el tercero de los misterios luminosos o
“de luz” que fueron instituidos por san Juan Pablo II mediante la carta
apostólica Rosarium Virginis Mariae, el 16 de octubre de 2002.
El pasaje que contemplamos hoy no nos dice qué decía Jesús en sus predicaciones; eso lo veremos a lo largo de todo el relato evangélico. Pero el mensaje central está ahí: ¡El Reino ha llegado!; Dios se ha manifestado, se ha hecho presente entre nosotros, se nos ha revelado en toda su plenitud en la persona de su Hijo, y a través de Él nos llama a la conversión, nos invita a cambiar nuestras vidas para convertirnos en otros “cristos” (Cfr. Gál 2,20). Así, esa conversión implica auxiliar nuestros hermanos, especialmente a los enfermos, los pobres, los desposeídos, tal como Cristo nos enseñó. Esta será la señal de que su Espíritu está obrando en nosotros, y que Él mismo habita entre nosotros.
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