"Ventana abierta"
Segunda Semana de Adviento
¡Con qué alegría había
visto María florecer las rosas sobre el seto espinoso del bosque! Había juntado
un ramillete que llevaba en su brazo bajo su manto para que estuviesen protegidas.
Y las rosas permanecían frescas y guardaban su silencioso perfume para María.
Cuando María y José se
encontraban cerca de Jerusalén, encontraron en el camino a dos soldados romanos
que marchaban a paso firme como grandes señores y gritaban: ¿Paso a la
armada romana!
Uno de ellos golpeó el lomo del burrito. El pobre animal, asustado se echó a un lado, aunque el camino era bien ancho. Uno de ellos se dirigió a María con un tono burlón:
- “¿Hermosa, que escondes ahí? Déjame ver un poco”.
Y metió la mano bajo el manto de María, pero la retiró de golpe gritando. Se había herido los dedos con las espinas.
- ¿Qué escondes ahí pues? Gruño blanco de rabia.
María abrió su manto y apareció un ramo de espinas. Pensaba en el día que había florecido. ¿No le había enviado Dios un aliento benefactor para permitirles expandirse? ¿Qué les había sucedido ahora? María estaba apenada y José sentía su tristeza. Le puso la mano dulcemente en su hombro y le dijo para consolarla:
- “No te apenes
María, han florecido durante mucho tiempo para ti. Ahora que solo quedan
espinas tíralas”.
Pero María sacudió la cabeza y respondió:
- “Ahora conozco el secreto de las rosas, ¿Cómo voy a poder separarme de ellas?”
Y con cuidado recubrió con su manto el ramo, que no tenía necesidad de ser protegido. Las palabras del soldado resonaban todavía en su corazón: “La gente podía pensar lo que quisiese. Estas espinas María las había visto florecer, ¿Por qué las iba a despreciar ahora? Un dulce perfume de rosas subió hasta María. Echó una mirada prudente bajo su manto: ¡Que esplendor! Las ramas estaban de nuevo cubiertas de flores. En el establo de Belén, cuando el niño Jesús vino al mundo, los capullitos florecían aún.
No hay comentarios:
Publicar un comentario