"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
“La mies es abundante, pero los trabajadores
son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.
El profeta Isaías continúa prefigurando al
Mesías. En la primera lectura para hoy (Is 30,19-21.23-26), el profeta nos
dice: “Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, porque
se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá. Aunque el
Señor te dé el pan medido y el agua tasada, ya no se esconderá tu Maestro, tus
ojos verán a tu Maestro. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos
oirán una palabra a la espalda: ‘Éste es el camino, camina por él’”. Esta
última frase nos evoca la palabra griega utilizada en el Nuevo Testamento para
“conversión” (metanoia), que
literalmente se refiere a una situación en que un trayecto ha tenido que
volverse del camino en que andaba y tomar otra dirección.
Así, vemos cómo en esta lectura también se
adelanta el llamado a la conversión que caracteriza la predicación de Juan
Bautista, otra de las figuras del Adviento: “Porque ha ordenado Dios que sean
rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles
hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de
Dios” (Cfr. Lc 3,1-6)
El relato evangélico de hoy (Mt 9,35–10,1.6-8)
nos presenta a un Jesús misericordioso que se apiada ante el gemido de su
pueblo y le responde. Así, la lectura nos dice que “recorría todas las ciudades
y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y
curando todas las enfermedades y todas las dolencias” (Cfr. Tercer misterio luminoso del Rosario).
Continúa diciendo la lectura que Jesús, “al ver a las gentes, se compadecía de
ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen
pastor”.
Este pasaje destaca otra característica de
Jesús: que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera
que la gente vaya a Él, sino que Él va a la gente a anunciar la Buena Nueva del
Reino.
Luego de darnos un ejemplo de lo que implica la
labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que
necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande
trabajadores a su mies”. Podemos ver que la misión que Jesús encomienda a sus
apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro
bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar,
anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de
todos: sacerdotes, religiosos, y laicos.
“Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y
proclamad que el reino de los cielos está cerca”. El Señor quiere que todos se
salven, esa es su misión, nuestra misión. Pero para poder hacerlo, primero
tenemos que experimentar nosotros mismos la conversión, que se asocia al
arrepentimiento; mas no un arrepentimiento que denota culpa o remordimiento,
sino que es producto de una transformación entendida como un movimiento
interior, en lo más profundo de nuestro ser, nuestra relación con Dios, con
nuestro prójimo y nosotros mismos, iluminados y ayudados por la Gracia Divina.
Solo así podremos “contagiar” a nuestros hermanos y lograr su conversión.
En este tiempo de Adviento, roguemos al dueño de la mies que derrame su Gracia sobre nosotros para poder convertirnos en sus obreros.
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