"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO.
15 - DICIEMBRE - 2020
“Un hombre tenía dos hijos… ¿Quién de los dos
cumplió la voluntad de su padre?”
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia para este martes de la tercera semana de Adviento (Mt 21,28-32),
termina con una de esas sentencias “fuertes” de Jesús que nos estremecen: “En verdad os digo
que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de
Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le
creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después
de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis”. Y en el meollo de todo está la frase “le
creyeron”. Como hemos repetido en tantas ocasiones, la fe implica, no solo
“creer” en Jesús, sino en “creerle” a Jesús, creer en su Palabra salvífica. Y
ese creer en Jesús se manifiesta al poner en práctica, actuar acorde a esa
Palabra, a dar TESTIMONIO. Es la culminación del proceso de conversión a que la Iglesia nos exhorta
en este tiempo especial de Adviento.
La lectura nos presenta a dos hijos que
escuchan las mismas palabras del padre. Uno le dice que no, pero luego recapacita
y va a hacer lo que el padre le pidió. El otro se muestra “obediente” y le dice
que sí, pero luego no lo hace. Con esta parábola Jesús está “retratando” a los
sumos sacerdotes y ancianos, quienes daban “cumplimiento” (“cumplo” y “miento”)
exterior a la Ley, ofreciendo toda clase de sacrificios y holocaustos, mientras
en sus corazones se creían superiores a los demás y no practicaban la
misericordia (“Porque yo quiero misericordia, no sacrificio…” – Os 6,6). ¿A
cuántos de nosotros estará “retratando” Jesús?
En la primera lectura el profeta Sofonías
(3,1-2.9-13) denuncia la incredulidad, la falta de fe y la soberbia del pueblo:
¡Ay de la ciudad rebelde, impura, tiránica! No ha escuchado la llamada, no ha
aceptado la lección, no ha confiado en el Señor, no ha recurrido a su Dios”.
Entonces anuncia que la Palabra de Dios será acogida por otros pueblos:
“purificaré labios de los pueblos para que invoquen todos ellos el nombre del
Señor y todos lo sirvan a una. Desde las orillas de los ríos de Cus mis adoradores,
los deportados, traerán mi ofrenda”.
No obstante, el profeta suscita la esperanza de
una restauración del pueblo de Israel en la persona de los humildes, de
aquellos que confían en el Señor, los “pobres de espíritu”, los anawim, los “pobres de Yahvé” por quienes Jesús
siempre mostró preferencia (Cfr. Bienaventuranzas):
“Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del
Señor”.
De todos los atributos de Dios el que más
sobresale es la Misericordia, producto de su Amor incondicional de Dios-Madre, que hace que nunca nos rechace cuando nos
acercamos a Él con el corazón contrito y humillado (Sal 50,19), no importa cuán
grande sea nuestro pecado. Y ese día habrá fiesta en la Casa del Padre (Lc
15,22-24).
Las lecturas de hoy nos invitan una vez más a la conversión. Si aún no te has reconciliado, todavía estás a tiempo. Recuerda, no importa tu pecado, Él te recibirá con el abrazo más tierno que hayas experimentado. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha…” (Sal 33).
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