"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO
Te tomo por la diestra y te digo: «No temas, yo
mismo te auxilio».
El profeta Isaías continúa dominando la
liturgia del Adviento. La primera lectura que se nos presenta para hoy (Is
41,13-20), al igual que la de ayer, está tomada del “libro de la consolación” o
el “segundo Isaías”, que comprende los capítulos 40 al 55. El libro de Isaías
está formado por tres libros de tres autores distintos: El “primer Isaías”, que
comprende los primeros 39 capítulos, compuesto principalmente antes de la
deportación a Babilonia; el “segundo Isaías” que hemos mencionado, compuesto
primordialmente durante el exilio en Babilonia; y el “tercer Isaías”, compuesto
durante la era de la restauración, luego del exilio.
Uno de los temas de reflexión del segundo
Isaías es la presentación de un futuro escatológico, dentro del marco de
referencia del Éxodo, el hecho salvífico y de redención por excelencia para el
pueblo judío, una era de portentos y milagros, similar a lo que la vida de
Jesús representa para nosotros los cristianos. La lectura de hoy pertenece a
ese grupo.
La lectura nos presenta al pueblo de Israel
pisoteado y humillado por el régimen opresor: “gusanito de Jacob, oruga de
Israel”. Y Dios le dice “Te agarro de la diestra” y “no temas, yo mismo te
auxilio”. Dios se compadece de su pueblo humillado y viene en su auxilio. Jesús
recogerá ese mismo pensamiento en las Bienaventuranzas, especialmente la de los
pobres, los débiles, los pequeños.
La pequeñez de ese pueblo de deportados, que
merecen el favor de Dios, la encontramos reflejada en la pequeñez de María, una
débil y humilde doncella de Nazaret a quien Dios convirtió en portadora del
Misterio de Dios, del Verbo encarnado: “porque él miró con bondad la pequeñez
de su servidora…” (Lc 1,48).
Así mismo, la primera lectura nos dice que: “Tu
redentor es el Santo de Israel”, mientras María exclama en el mismo canto del
Magníficat: “porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es
santo!” (Lc 1,49).
“Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de
las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en
fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos;
plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos. Para que vean y
conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho,
que el Santo de Israel lo ha creado”. Una promesa de abundancia en medio de la
necesidad; una promesa de agua abundante en medio de una sed insoportable. No
nos podemos dejar llevar por el sentido literal de las palabras.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán
saciados” (Mt 5,6). Los “pobres” de hoy tampoco tienen sed de agua; buscan
ser amados, acompañados, respetados. “No temas, yo mismo te auxilio”, les dice
el Señor.
¿Y cómo los va a auxiliar? ¿Cómo los va a acompañar? ¿Cómo los va a amar? “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,45). Que el verdadero portento de Dios en este Adviento sea que al nacer su Hijo en nuestros corazones, nos convierta en “piedras vivas” de las cuales brote agua en abundancia para saciar la sed de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados de su bondad y misericordia. Así todos ellos, junto a nosotros podremos gritar en ese día: ¡Feliz Navidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario