"Ventana abierta"
Primera semana de Adviento
Un día, yendo María y
José hacia Belén, se encontraron con una piedra enorme. Estaba en medio del
camino y lo ocupaba todo. Así es que todos los que por ahí pasaban o tenían que
buscarse un sendero entre los arbustos de ambos lados, o trepar por la poderosa
piedra.
Esta piedra tiene una
historia muy especial.
Cuando se estaba
construyendo el camino, siete hombres fuertes tuvieron que tratar con mucho
esfuerzo hasta que la echaron a un lado. Pero al día siguiente, cuando
volvieron al trabajo, la piedra se encontraba otra vez en el mismo lugar de
antes, como si siempre hubiera estado allí. Entonces los hombres protestaron
furiosos, se arremangaron y repitieron el duro trabajo. Pero al día siguiente
la encontraron donde había estado antes. Estaban rojos de cólera, y con todas
sus fuerzas la hicieron rodar nuevamente fuera del camino. Al día siguiente
volvió a estar donde siempre había estado. Esta vez no se enojaron, sino que se
miraron desconcertados por este misterio. Decidieron entonces ir donde un
ermitaño que vivía en el bosque y le contaron lo que había sucedido. El les
escuchó atentamente, asintiendo con la cabeza y con aire comprensivo les dijo:
“Aquel que debe apartar
del camino esta enorme piedra no ha llegado aún. Por lo tanto dejad la piedra
donde está y permitid que aquel que tiene la misión de hacerlo, la haga rodar
fuera del camino”.
Los hombres volvieron a
su cantero y siguieron su consejo, así la piedra quedó allí, en el medio,
apesadumbrando a muchos viajeros.
También María y José se
detuvieron delante de la piedra, pues José no podía hacerla rodar, ni siquiera
con la ayuda del burrito.
Cuando estaba ahí,
pensativos delante de esta enorme piedra, José tocó sin darse cuenta la piedra
con su bastón. Era un golpe muy liviano, pero no bien la hubo tocado, ésta se
quebró en dos partes, cayendo cada una de las dos mitades a ambos
lados del camino. Y ahora se podía observar que la poderosa piedra estaba llena
de cristales que brillaban refulgentes a la luz del sol.
Poco tiempo después, el ermitaño pasó por este camino. Cuando vio la piedra quebrada y los cristales que brillaban en su interior, sus ojos se iluminaron y se dijo: “Aquel a quien estaba destinado abrir el camino ha aparecido”, y su corazón se llenó de alegría y esperanza.
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