"Ventana abierta"
Segunda Semana de Adviento
En el camino que los
llevaba a Belén, María y José atravesaron un bosque. Los árboles se dirigían
secos y delgados hacia el cielo. A la altura de los hombres, entre los troncos,
abundan arbustos espinosos. Duros y nudosos, entremezclaban sus ramas que, en
lugar de hojas, tenían enormes espinas agudas. Estas molestaban el paso de los
viajeros y desgarraban sus vestidos. ¡El pobre burro!, no podía hacerse más
delgado y no tenía ninguna posibilidad de evitar que las espinas le
arañaran la piel. Finalmente se detuvo, rechazando dar un paso más. María y
José le suplicaron, después se enojaron. En vano; el burro, testarudo, quedaba
en su sitio. Lanzaba su “hi-han” despiadado cuando José le daba con su bastón
para hacerle avanzar.
Entonces, José la emprendió con los arbustos espinosos. ¡Después de todo ellos eran los que hacían su marcha tan penosa! Pero María le puso su mano sobre el brazo y le dijo:
- “Querido José, no te enojes contra estos pobres arbustos. No tienen otra
que llevar espinas sobre esta tierra tan árida. Si sólo tuviesen con que
apaciguarse, estoy segura que nos acogerían con hermosísimas rosas a nosotros y
a nuestros hijos.” Dicho esto, levantó sus ojos al cielo y rogó:
- “Dios Bienamado,
que tu bondad nos llegue como rocío sobre estos pobres arbustos, para que
puedan transformarse como lo desean”.
Apenas María había terminado su oración, una dulce llovizna cayó del cielo. A medida que iban saciando su sed, los arbustos perdían sus espinas, dando lugar a soberbias rosas, cuyos colores brillaban en derredor y cuyo perfume llenaba el aire de gran alegría. Dieron gracias a Dios por este milagro y el burrito feliz aspiraba el aire embelesado; y lleno de coraje, emprendió su trote en dirección a Belén.
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