"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIGÉSIMO SEPTIMO DOMINGO DEL T.O. (A)
Pero los labradores se dijeron: “Éste es el
heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”.
La liturgia nos ofrece para hoy la versión de
Mateo de “parábola de los viñadores homicidas” (Mt 21,33-46). En esta
parte del Evangelio estamos leyendo los últimos días de Jesús en Jerusalén. Él
sabe que su muerte está cerca; sabe que el complot para asesinarle está
culminando. Por eso la lectura comienza identificando a los destinatarios de la
parábola: los sumos sacerdotes y los ancianos.
Jesús aprovecha el conocimiento de las
Escrituras por parte de ese grupo y utiliza figuras y alegorías del Antiguo Testamento
para desarrollar su parábola. “Había un propietario que plantó una viña”… En el
lenguaje bíblico la “viña” representa el pueblo de Israel. Luego describe los
cuidados que el hombre tiene con esa viña: la cerca, el lagar, la casa del
guarda… Los cuidados de Dios para con su pueblo. Es el buen viñador que se
esmera y cuida de su viña para que de buenos frutos. La alegoría de la viña
está tomada de Is 5,1-7, que se nos ofrece hoy como primera lectura. También la
encontramos en Jr 2,21 y Ez 17,6; 10,10.
El hombre (Dios) encomienda su viña (pueblo) a
unos labradores, que representan a las autoridades. La parábola nos narra cómo
el viñador envió uno tras otro criado para percibir su participación del fruto
de la viña, y uno tras otro fueron rechazados con un patrón de violencia que
seguía escalando, incluyendo insultos, palizas y asesinatos. No tenemos más que
examinar la suerte de los profetas y otros enviados de Dios a lo largo de la
historia del pueblo de Israel para ver “retratada” la suerte de los enviados
del Dueño de la viña a pedir cuentas a los “labradores”.
Pero Dios, que es todo amor, no responde a la
violencia con violencia. En un acto de amor infinito, decide enviar a su hijo,
pensando: “Tendrán respeto a mi hijo”. Aquí Jesús alude a las palabras del
Padre durante su Bautismo (Mt 3,17), y en la Transfiguración (Mt 17,5b). No hay
duda, se refiere a Él mismo. Jesús está anunciando su final: “Pero los
labradores se dijeron: ‘Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos
con su herencia’. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”.
Las autoridades judías, al igual que los labradores, aprovecharon el acto de
generosidad de Dios al enviarle su único Hijo para asesinarlo y “adueñarse” del
pueblo elegido de Dios.
“Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará
con aquellos labradores?” La respuesta obvia la dan ellos mismos. “Hará morir
de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le
entreguen los frutos a sus tiempos”. Alude entonces al Salmo 117: “La piedra
que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.
Los dirigentes judíos rechazaron y asesinaron al Hijo, rechazaron la “piedra angular”, y llevaron al pueblo a su destrucción como nación. Así, Jesús, el Hijo, se convirtió en “piedra angular” de los pueblos paganos, y nosotros somos sus herederos: “…arrendará la viña a otros labradores”.
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