De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL T.O. (2)
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron,
malos y buenos”.
El Evangelio de hoy (Mt 22,1-14) nos presenta
una de las parábolas del Reino. Jesús compara el Reino con un banquete de
bodas, enfatizando la apertura del Reino a todos por igual, sin distinción
entre “malos y buenos”.
En esta ocasión el mensaje gira en torno a la
invitación, al llamado, a la vocación (de latín vocatio, que a su vez se deriva del verbo vocare = llamar) que todos recibimos para
participar del “banquete” del Reino (nuestra vocación a la santidad), y la
respuesta que damos a la misma.
Nos narra la parábola que un rey celebraba la
boda de su hijo con un gran banquete y envió a sus criados a invitar a sus
numerosos invitados y ninguno aceptó. Envió nuevamente a los criados, pero
algunos convidados prefirieron atender sus asuntos (“uno se marchó a sus
tierras, otro a sus negocios”), mientras los restantes mataron a los criados.
Esto provocó que el rey montara en cólera y mandara matar a los asesinos e
incendiar su ciudad.
Entonces el rey dijo a sus criados: “‘La boda
está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de
los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda’. Los criados
salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y
buenos”.
Esta parábola pone de relieve que normalmente cuando
estamos satisfechos con lo que tenemos, no sentimos necesidad de nada más, ni
siquiera de Dios. Y cuando recibimos su invitación, hay otras cosas que en ese
momento son más importantes (mi trabajo, mi negocio, mis propiedades, mi
familia, mi auto, mis diversiones). Está claro que la entrada al banquete del
Reino requiere una invitación. Pero hay que aceptar esa invitación ahora,
porque la mesa está servida, y lo que se nos ofrece es superior a cualquier
otra cosa que podamos imaginar. Por eso Jesús nos dice: “El que a causa de mi
Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá
cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna” (Mt 19,29). Pero si
algo caracteriza a Jesús es que nos invita pero no nos obliga.
Otra característica de la invitación de Jesús
expresada en la parábola, es su insistencia. Él nunca se cansa de invitarnos,
de llamarnos a su mesa (Cfr.
Ap 3,20). Jesús quiere que TODOS nos salvemos. Por eso el rey recibió a todos,
“malos y buenos”, hasta que “la sala de banquetes se llenó de comensales”.
Pero, como hemos dicho en ocasiones anteriores,
la invitación de Jesús viene acompañada de lo que yo llamo la “letra chica”,
las condiciones del seguimiento, que muchos encuentran “duras” (Cfr. Jn 6,60), por lo que optan por rechazar
la invitación, mientras otros pretenden aceptar la invitación al banquete sin
“vestirse de fiesta”. Ante estos últimos el rey dijo a sus criados: “Atadlo de
pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar
de dientes”. “Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”.
Señor, dame la gracia para aceptar tu invitación con alegría sin que mis “asuntos” me impidan asistir “vestido de fiesta” para ser contado entre el grupo de los “escogidos” a participar del banquete de bodas del Cordero (Cfr. Ap 19,9).
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