"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIERNES DE LA VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (2)
Cuidado con la levadura de los fariseos (o sea,
con su hipocresía).
Una antigua historia de los indios
norteamericanos cuenta que una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla
que ocurre en el interior de las personas y le dijo:
“Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro
de todos nosotros”.
“Uno es Malvado – Es ira, envidia, celos,
tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento,
inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego..”
“El otro es Bueno – Es alegría, paz amor,
esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, empatía, generosidad,
verdad, compasión y fe”.
El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó
a su abuelo:
“¿Qué lobo gana?”
El viejo Cherokee respondió,
“Aquél al que tú alimentes”.
De ese mismo modo dentro de cada uno de
nosotros se libra una batalla entre dos “cristianos” distintos que habitan en
nuestro interior: De un lado el “fariseo” (las raíces del fariseísmo no
desaparecieron con el advenimiento del cristianismo) que se concentra en el
cumplimiento ritual, “practica” los sacramentos y se le ve en todas las
celebraciones litúrgicas con un aire de santidad, mientras mira con desdén,
orgullo, aire de superioridad y ego engrandecido a todos los “pecadores”. De
otro lado habita aquél que está siempre atento a la escucha la Palabra de Dios,
permite que esa Palabra penetre en lo más profundo de su ser, haciéndole
reconocer su pequeñez e incapacidad de obtener la salvación por sus propios
medios y méritos, y está siempre en actitud de benevolencia, compasión, acogida
y misericordia hacia los hermanos.
En la lectura evangélica de hoy (Lc 12,1-7)
Jesús previene a sus discípulos (a nosotros) contra el fariseísmo: “Cuidado con
la levadura de los fariseos (o sea, con su hipocresía). Nada hay cubierto que
no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso,
lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el
sótano se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no
tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a
decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después
echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo”.
Nos está diciendo, no solo que temamos a “la
levadura” de los fariseos, o sea, su hipocresía, sino que nos aseguremos de no
sucumbir a la tentación de “alimentar” el fariseísmo, la hipocresía de creernos
superiores a los demás, porque a la larga nuestros propios actos nos acusarán
ya que “nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que
no llegue a saberse”.
Esta lectura, aunque toma la forma de una
diatriba en contra de los fariseos, es en realidad una invitación a que
alimentemos a ese “lobo” que habita en nosotros que es alegría, paz amor,
esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, empatía, generosidad,
verdad, compasión y fe, del que le hablaba el abuelo Cherokee a su nieto.
¿A quién vamos a temer? ¿Al “qué dirán” de los demás, o al que tiene poder para matar y después echar al infierno? En otras palabras, ¿a cuál de los dos “lobos” vamos a alimentar?
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