"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA SEPTIMA SEMANA DEL T.O. (2)
“Dichoso el vientre que te llevó y los pechos
que te criaron”.
La lectura del Evangelio que nos presenta hoy
la liturgia (Lc 11,27-28) es tan corta que podemos transcribirla sin
dificultad: “En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de
entre el gentío levantó la voz, diciendo: ‘Dichoso el vientre que te llevó y
los pechos que te criaron’. Pero él repuso: ‘Mejor, dichosos los que escuchan
la palabra de Dios y la cumplen’”.
Vemos cómo Lucas continúa presentándonos a un
Jesús que enfatiza la importancia de la escucha de la Palabra de Dios y su
cumplimiento, cualidad que antepone inclusive a los lazos familiares,
incluyendo los suyos propios con su Madre. Es decir, con la contestación que
Jesús brinda a esta mujer, está diciendo que la Virgen María es más dichosa por
haber escuchado y puesto en práctica la Palabra del Padre que por haberle
parido y amamantado.
Así, este pasaje, exclusivo de Lucas, se
convierte en el mayor elogio de Jesús a su madre, no solo por exaltar su fe y
su calidad de discípula, sino por reconocerle una dignidad y una libertad desconocidas
en la mentalidad del Antiguo Testamento, que consideraba a la mujer como una
“paridora” y criadora de hijos para su marido. Esa libertad es la que la hace
“bienaventurada”, “dichosa”, como había reconocido su prima Isabel, quien llena
de Espíritu Santo exclamó: “Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las
promesas del Señor”, frase que sirve de preámbulo al hermoso canto del
Magníficat.
La libertad manifiesta de María va unida a otra
de sus características que la convierten en modelo y paradigma para todos los
cristianos: la fe, que a su vez va unida a otra que se deriva de esta: la dócil
aceptación de la Palabra de Dios. Así María se convierte en modelo de fe para
toda la humanidad. La encarnación se hizo posible por la fe de María, y se viabilizó
gracias a su libertad en ese “hágase”, que selló el pacto de amor eterno que
culminó el plan salvador de Dios. Por eso san Agustín decía que “en María es
más importante su condición de discípula de Cristo que la de Madre de Cristo;
es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser Madre de Cristo”. O como
decían los antiguos: “María concibió con la fe antes de hacerlo con el
vientre”.
Jesús nos presenta a su Madre santísima como su
primera y más perfecta discípula; la que creyó que el niño que llevaba en sus
purísimas entrañas era verdaderamente Dios; creyendo escuchó la profecía de
Simeón; creyendo, el día que encontró a su Hijo en el Templo, comprendió que lo
había perdido para siempre mientras “guardaba todas estas cosas en su corazón”;
y creyendo se mantuvo erguida al pie de la cruz con la certeza de que su Hijo
resucitaría al tercer día.
Hoy sábado, día que la liturgia dedica a Santa María, pidámosle que interceda por nosotros ante su Hijo para que, a ejemplo de ella, aprendamos a escuchar y cumplir su Palabra.
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